Orphan Black: una cuestión de identidad
Por Diego Moneta
El pasado 12 de agosto Netflix retiró de su catálogo la serie canadiense Orphan Black, a cuatro años de su final. Fue estrenada en 2013 por Space en Canadá y por BBC América, filial de la cadena pública británica, para Estados Unidos. A lo largo de cinco temporadas de diez episodios cada una, la clonación humana como temática da paso a distintos debates filosóficos y morales sobre los que se alza la identidad como elemento prioritario.
La producción fue elaborada por John Fawcett y Graeme Manson. Ambos tenían experiencia en la ciencia ficción como género, pero el segundo ya había participado en títulos de renombre como la trilogía de Cube o la tira también cómica Being Erica. La trama alrededor del rol de los laboratorios y las corporaciones multinacionales había sido puesta en la escena del entretenimiento canadiense el año previo por la serie Continuum.
Orphan Black presenta la historia de Sarah Manning (Tatiana Maslany), una joven que carga con el peso de malas decisiones tomadas en su pasado, pero que regresa a su ciudad natal para recuperar a su hija Kira (Skyler Wexler), cuya importancia crece a medida que avanza la narración. Al bajarse del tren, Sarah nota a una mujer físicamente idéntica a ella, pero ésta se tira al andén antes de que pudiera alcanzarla. Sarah, entonces, decide asumir su identidad y pasará a llamarse Elizabeth "Beth" Childs.
De esa forma, termina por descubrir la punta del hilo de una trama mucho más grande que involucra a más clones, corporaciones médicas, enfermedades, fanáticos conocidos como “neolucionistas” y una larga lista de inconvenientes en una carrera contrarreloj. Su objetivo a partir de entonces será conocer su verdadera identidad y desenmascarar a los responsables detrás de la experimentación genética.
El primer elemento destacable es la consagratoria interpretación de Maslany en el papel de las clones. Es una actuación tan convincente que resulta sencillo olvidarse que es una misma actriz la que da vida a todas las protagonistas, y a parte importante del reparto. Los aspectos físicos, gestuales, acentos y modismos contribuyen a otorgar a cada clon una personalidad independiente. A la hora de filmar ese tipo de escenas se utilizó una doble para que haya interacción, las tomas se rodaron varias veces mediante el uso de cámaras de control de movimiento y en la etapa de posproducción se unieron las secuencias de la protagonista. Si bien era una técnica conocida, Orphan Black va más allá al lograr que interactúen hasta tres de las clones al mismo tiempo.
Luego resalta el desarrollo de la trama, envuelta en un aura casi de thriller, que avanza sin descansar con giros que casi siempre están motivados por el elenco focalizado. Si bien comenzamos desde el punto de vista de Sarah, hay otros personajes a su alrededor que contribuyen a ampliarlo y enriquecerlo, en donde destaca su hermano adoptivo, Félix Dawkins (Jordan Gavaris), como complemento. Tal vez la única falla en este sentido es el lado policial, encarnado en Arthur Bell (Kevin Hanchard) que casi no logra salir del cliché.
Por otro lado, se despliegan artistas a partir de dos ejes: el misterio y lo emocional. En el primer caso, nos encontramos con la historia de Siobhan Sadler (Maria Doyle Kennedy), la madre adoptiva de Sarah y Félix, y con el plan de Aldous Leekie (Matt Frewer), el excéntrico científico que busca dirigir la evolución humana. En el segundo, aparecen diversos conflictos emocionales que trascienden su característica inicial, representados por Paul Dierden (Dylan Bruce), pareja de Beth, Delphine Cormier (Évelyne Brochu), asociada a Leekie, y Víctor (Michael Mando), ex de la protagonista principal.
La premisa le permite a Orphan Black presentar discusiones filosóficas, como el dilema entre lo innato y lo aprendido o la influencia del entorno en el desarrollo de nuestras personalidades, y morales, como la posibilidad de patentar material genético humano, la responsabilidad sobre los avances de la ciencia y la clonación humana. Si bien no se vuelven demasiado obvias ni se convierten en lecciones, es inevitable encontrarnos con explicaciones en lenguaje científico. Esto, a su vez, genera que los villanos salgan un poco de los clásicos estereotipos conocidos más allá de mantener cierto maniqueísmo.
Otro detalle interesante es la intertextualidad establecida a partir de los nombres de distintos capítulos. Los de la primera temporada son citas del libro El origen de las especies, de Charles Darwin; los de la segunda retoman obras de Francis Bacon; y la final es un homenaje a la novela La isla del Doctor Moreau de Herbert George Wells. Además, el universo de la serie continúa expandiéndose gracias a Orphan Black: The next chapter, una ficción en formato podcast que explora más allá de lo que se vio en pantalla.
La clave de Orphan Black es que nunca deja de ser una producción que se sabe parte de la industria del entretenimiento y, en ese sentido, no pierde de vista que lo importante son los personajes, en especial sus clones. Se ocupa de mostrarnos cómo son, cuáles son sus intereses y preocupaciones. El motor narrativo es su esfuerzo por saber quiénes son.
Podrá asumir cierta estética del mundo feliz que planteaba Aldous Huxley, pero la impulsa la voluntad de cautivar a la audiencia. Por eso, el corazón de Orphan Black es la hermandad y el sentimiento de familia, sin importar si se comparte ADN. Es una serie que demuestra que en muchos conflictos lo que predomina es una cuestión de identidad.