Claudio Borghi: reivindicación del arte de la vagancia

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Claudio Borghi: reivindicación del arte de la vagancia

30 Diciembre 2014

Por Jorge Hardmeier

A comienzos de la década del ochenta debutaba en Argentinos Juniors un pibe que por su enorme talento y por haber surgido de las inferiores del club era comparado con otra joyita - Diego Maradona - moldeada en la misma cantera. Al pibe le decían – le dicen, aunque ya no pibe – “Bichi”: Claudio Borghi.

Alrededor de su figura se construyó el equipo de Argentinos Juniors que fue campeón de la Copa Libertadores 1985. El “Bichi”, sin embargo, era medio vago y su personalidad también presentaba ciertas particularidades: afirmaba que llegaría virgen al matrimonio, declaración casi imposible de comprobar en los hechos y se convirtió en mormón. Aunque -  dice, ya director técnico - ser una mala publicidad para los practicantes de esta religión. Es que Borghi fuma – y fumaba cuando era jugador – y bebe alcohol – y bebía cuando era jugador.

Luego de esa Libertadores, Argentinos Juniors jugó la final de la Copa Intercontinental frente a la poderosa Juventus de Italia, que contaba entre sus filas, a modo de ejemplo, con Michel Platini y Michael Laudrup. Borghi dio una verdadera cátedra de fútbol. Fue dos a dos, penales y el título para los italianos.

Sin embargo, el pibe era medio vago. Maradona sumaba voluntad y entrega a su talento. Borghi era medio lagunero, tiraba tres rabonas por partido – la mayoría de los jugadores no hacen una en toda su carrera -  entrenaba a desgano.

Fue el Rey de la Rabona. Es que no sabía pegarle con la zurda y ese recurso fue, según él mismo, un defecto que la gente transformó en virtud.

Borghi, el sucesor frustrado de Maradona. Todo por responder al exquisito arte de la vagancia.

Fue campeón mundial con Argentina en México 86, aunque sólo jugó los dos partidos iniciales.

Después de ese Mundial lo compró, por una cifra exorbitante, el Milan de Italia, pues dicen que en aquella final heroica frente a la Juventus estaba en la cancha Silvio Berlusconi, dueño del club milanés y quedó deslumbrado con el talento del “Bichi”.

No logró triunfar en Europa.

Regresó a River y comenzó un largo periplo por varios clubes: Huracán, Independiente, Platense. La disciplina nunca fue lo suyo.

El arte de la vagancia. El sublime arte de la vagancia.

Con sólo observar un puñado de sus jugadas, se ingresa en la certeza de estar frente a un futbolista fuera de lo común, extraordinario.

Luego fue ídolo en Chile, especialmente jugando para el Colo Colo y el Audax Italiano.

Ante esta displicencia que minimizaba tan enorme talento, Cesar Luis Menotti, en cierta oportunidad, lo interrogó:

- Pibe, usted la rompe en los picados y en los entrenamientos pero los domingos, en los partidos, no sé que le pasa…

- Es que no me gusta jugar los domingos, César…

Una declaración propia de alguien genial que practica el arte de la vagancia. El bello arte de la vagancia.

El “Bichi”, talento superlativo, nunca jugó ni se entrenó para ser el mejor. En cierta oportunidad lo interrogó otro técnico:

- ¿Por qué no corre?

- Los jugadores malos corren – respondió el “Bichi”

Cuando Borghi explica porque no se esforzó ni intentó ser el mejor futbolista del mundo - para lo cual le sobraban condiciones – cita una frase que Al Pacino dice en la película “Perfume de mujer”: Yo siempre supe cuál era el camino pero no lo hice porque era muy duro.

El excelso arte de la vagancia.