Riquelme: la belleza, ese horror

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Riquelme: la belleza, ese horror

22 Febrero 2015

Por Gustavo Caro

A Juan Carlos “el Pollo” Roldán. Un diez (1)

En su manifiesto Notas sobre el cinematrógafo (2), el maestro francés Robert Bresson afirma que “EL CINE SONORO HA INVENTADO EL SILENCIO”.  Lo escribió así, con mayúsculas, para que no queden dudas. Sin embargo, desde que el atributo sonoro apareció en 1925, el cine creció al son de su nueva naturaleza y ya nunca volvería a ser lo que a partir de entonces se convirtió en una etapa superada, un paso atrás: el cine “mudo”. Con el sonido vino la musicalización, los diálogos y la ambientación sonora de los decorados en las películas. También los beneficios de mercado que trajo consigo la nueva tecnología. Pensar en un cine hecho solo de imágenes se tornó primitivo y no rentable. La reflexión de Bresson llegaría 50 años después, en 1975, cuando consideró que el cine se había contaminado con bacterias de superficialidad como la inferencia teatral en las actuaciones, los movimientos de cámara innecesarios o la excesiva musicalización para marcar el drama, por ejemplo. Creía que la espiritualidad que el cinematógrafo podía alcanzar corría riesgos. De cuantos más recursos se dispongan menos libertad habrá para la creación, pensaba.

Juan Román Riquelme llegó a Boca Juniors en 1996 como parte de una compra colectiva de jugadores de las inferiores de Argentinos Juniors. Él mismo no se olvida que cuando llegó junto con sus compañeros a Boca, en el vestuario se encontró con Diego Maradona, el Pájaro Caniggia, el Negro Cáceres y Blas Giunta, entre otras celebridades. Como un prólogo a su propia historia de ir a contramano, le tocó en suerte que lo hiciera debutar en primera Carlos Salvador Bilardo, principal responsable científico de la desaparición del juego de buen pie en Argentina. Claro que herr doctor no pretendía que Román desplegase en la cancha los sueños y fantasías que lo habían guiado hasta ahí. Por el contrario, le dio la misión de convertirse en su Mister Hyde para no dar respiro a los rivales en el medio campo. Hijo de los buenos modales y de una educación de código barrial, el joven Román obedeció sin protestar mientras mitigaba el dolor de convertirse en un carrilero con destino de catenaccio con el juego de toque, pausa y pelota al pie que José Pekerman le permitía degustar en el seleccionado juvenil. El Bambino Veira tampoco lo liberaría del trabajo forzado en Boca y en la línea sucesoria sería Carlos Bianchi quien por fin pudo ver lo que estaba claro: Riquelme era un diez desde los botines al cerebro. O al revés, para ser más precisos.

Bajo la conducción de Bianchi, Román no sólo llegará a expresar en alto nivel su naturaleza de crack y empezaría a construir su carrera de ídolo bostero a la par de monstruos como Palermo, Guillermo, el Chicho Serna o el Patrón Bermúdez, sino que también iba a madurar un carácter de firme temperamento con el que marcaría la cancha a propios y extraños. Sin mareos ni resacas, citó al Topo Gigio para plantarse ante Mauricio Macri en medio de la borrachera de triunfos –¿habrá pensado Román que no hacían falta más referencias para enfrentar a semejante personaje?-. En consecuencia, fue transferido al Barcelona del holandés Van Gaal, director técnico que durante los partidos toma apuntes en una carpeta y ve a los futbolistas -todos- como potenciales peones. Por esa razón Román no entraría en su esquema. Convenció de su filosofía a los españoles y al resto de Europa jugando para el Villarreal, pequeño club al que le escribió la estrofa más hermosa de su historia con su andar paciente y un alto despliegue de precisión en pases y tiros libres. Nadie en el fútbol europeo fue indiferente a Román. Con admiración o desdén, vieron que su visión del juego era única, que era un artesano del tiempo de los que ya no sobraban en sus canchas, salvo por presencias excepcionales como la de Zinedine Zidane o Andrea Pirlo. Pero se volvió a Boca, al barrio, porque empezó a sentirse incómodo con Manuel Pellegrini, su técnico en el Villarreal.

Su fama de tipo difícil empezó a crecer como una enredadera por las mesas de los canales deportivos. Periodistas experimentados, pasantes de periodismo deportivo, traficantes de influencias, mercenarios de tácticas, vendedores de sistemas, estetas de tribuna, mariscales de opinión y voceros varios no mezquinaron tiempo ni ganas para tirarles planchas a Román. Como la muerte, el escándalo es el tipo de noticia que siempre tendrá un lugar de privilegio en los medios corporativos, con ellas se incendian mundos y se crean sociedades. Fiel a sí mismo -a su mundo-, Román atendió sus asuntos con la prensa corporativa con la misma clase y argumentos con que se movía en la cancha: marcando los tiempos, eligiendo las palabras, proponiendo el ritmo y la dirección. La construcción de sentido quedaba en sus manos. Su inteligencia de estratega ampliaba las fronteras del campo de juego desde un móvil de exteriores. Los periodistas, acostumbrados a la inercia habitual del lugar común, quedaban en offside con más frecuencia que el “Chaco” Giménez. La corporación nunca le perdonó su carácter. En otras palabras, su resistencia a la fácil asimilación.

El estilo de Román no abonaba al espectáculo que explota el fútbol televisado. Su don estaba en revelar con un movimiento simple su profunda claridad conceptual sobre el juego. En hacer pesar en la cancha lo que entendía mejor que nadie: en esencia, el fútbol sólo se trata de articular tiempo y espacio. Manejando al primero se crea lo segundo. No hacía falta entender otra cosa. Como el cine de Bresson, que prefirió al silencio entre los sonidos mundanos, el fútbol de Román perseguía la trascendencia en el juego.

Cuesta ver en youtube un compilado de Román protagonizando jugadas “vistosas” con derroches de habilidad. Jugador difícil para la edición, hasta parece un costado más de su rebeldía inmanente. De cualquier jugador dotado de habilidad se pueden obtener varios minutos editados con caños, gambetas, pisaditas, tacos, sombreritos, chilenas, rabonas, bicicletas y firuletes varios. Y de los que no lo son, también. Nuevo recurso de venta para agentes de futbolistas, aplicarla con Román es imposible. Su arte se aprecia en la cancha, con la mirada plena de hincha, siempre mejor dotada de posibilidades que la del telespectador para la visión del conjunto y el contexto. Y con la pulsión del tiempo real donde un pestañeo pesa como la peor amenaza por lo que es capaz de quitarnos. Perderse un pase de Román en La Bombonera calaba muy hondo en el amor propio de cualquier hincha. Como la vergüenza que también calaba lo suyo al ver concretar sus jugadas: hacía todo tan simple que el estadio entero se sonrojaba por no haber imaginado ni remotamente esa resolución maravillosa. Y por lo que dicen algunos de sus ex compañeros, a veces sentían lo mismo.

Román no deleitaba, asombraba. No divertía con piruetas de habilidad, deslumbraba por lucidez. El montaje de su juego tenía el ritmo de la escena del tren de Pickpoket (3) donde los carteristas dan cátedra de sutileza y precisión. Y sin apuro. Lo que Román hacía con el fútbol.

Su paso por el seleccionado argentino no fue menos ajeno a su carácter y a su tipo de talento. Con los juveniles de Pekerman brilló jugando con el número 8 en la espalda y hasta con la  5, corrido a veces al puesto de volante central. Se lució en una generación de jugadores de buen pie como Juan Pablo Sorín, Esteban Cambiasso y su amigo Pablo Aimar. Daniel Passarella lo hizo debutar en el seleccionado mayor por una iniciativa cuasi demagógica: frente a Colombia, en la última fecha de las eliminatorias, con el equipo ya clasificado. Y en La Bombonera. Sin embargo, para el mundial de Francia de 1998 no tendría lugar porque la confianza para la creación estaba depositada en Marcelo Gallardo y Ariel Ortega. Ya empezaba a tallar en el discurso y en los hechos del fútbol argentino la desaparición del enganche. Riquelme había llegado tarde. Marcelo Bielsa, un técnico destacado por su ética y seriedad, tampoco lo vio como conductor para el mundial de Japón-Corea del 2002. La personalidad de cuartel que Passarella imprimió a esa generación, Bielsa la completaría con su mentalidad de gimnasio: la disciplina táctica como primer valor de la convivencia de conjunto. En su esplendor, Riquelme volvería a quedar afuera de un mundial. Eran tiempos para la garra del Cholo Simeone, la prolijidad del Pupi Zanetti, la velocidad del Piojo López y la habilidad, otra vez, de Orteguita para la creación. Se eligió la mística del cuchillo entre los dientes. No la belleza, ese horror.

Todo cambiaría con la llegada, al fin, de José Pekerman al seleccionado mayor. Reunió nuevamente a jugadores con buen pie en torno a una idea de juego colectivo vistoso y efectivo. Ahí Román se puso la 10 y manejó los tiempos a su gusto. El mundial de Alemania 2006 fue otra frustración a pesar del gran nivel de juego que el equipo desparramó en cada partido. La crítica apuntó a la falta de recuperación en el medio campo donde se triangulaba “peligrosamente” el balón con toques sueltos. Si la ética de Bielsa, que nos privó de Román, había logrado resistir un plazo más ante la corporación mediática tras el desastre japonés, la estética de Pekerman dirigida por la batuta del diez no correría igual suerte. El cambio trajo al Coco Basile, quien mantendría la línea de juego, confiaría la capitanía a Román y pondría a su lado a Lionel Messi. Ese equipo brilló en la Copa América del 2007 en Venezuela -15 goles en 4 partidos, 5 de Román- hasta perder la final con Brasil por 3 a 0. Otra vez las críticas apuntaron a la falta de carácter de un equipo que arriesgaba demasiado. En 2008 asume Maradona en lugar de Basile y Román, hombre de códigos, se alejaría definitivamente del seleccionado porque no compartía los mismos que D10S. De diez a diez, un nuevo mundial se jugaría con Román en su casa mirándolo por televisión. La Bombonera habló y dijo: “Diego, te fuiste de Boca”.

Antes que un artista, Riquelme fue un arquitecto. Un poeta silencioso más que un bailarín descollante. Su genio estaba en la construcción más que en el despliegue de los resultados. Su arte se desparramaba en el recorrido. Su puesta en escena era la construcción misma. De la estirpe de sus contemporáneos Andrés Iniesta, Zinedine Zidane y Andrea Pirlo, Román fue un alto exponente de esa escuela sudamericana que reduce la habilidad a su mínima expresión para amplificarla en el toque mínimo, anticipado siempre dos segundos al resto. La velocidad del cerebro cuenta más que la de los pies. Como Ricardo Bochini y el Pibe Valderrama, Román fue un minimalista que sirvió a la cátedra antes que al espectáculo.

Dicen que los santiagueños nos completamos a la distancia, cuando conocemos la nostalgia. Que la ausencia del pago nos enseña el verdadero camino a casa. Con el tiempo, ocurrirá algo parecido con Román. Muy secretamente su obra late maravillándonos en todos quienes lo vimos jugar. Está claro que los bosteros lo celebramos desde que empezó a conquistar América con el comienzo del siglo. Pero también están los que se ufanan de entendidos, los que laburan de eso y los exaltados de siempre para discutir su maestría. Mientras el fútbol argentino siga por el actual camino, tarde o temprano vendrá por ellos la nostalgia por la belleza y, entonces sí, los partidos completos de Román serán visitados en youtube por las madrugadas.

El 31 de mayo de 2014, en su despedida de Boca en un partido frente a Lanús, dejará una síntesis de su legado como último regalo: meterá un caño sin tocar la pelota (4). El día del juicio final había llegado y La Bombonera sentenció esa jugada coreando su nombre hasta la ronquedad.

Juega, Román. No dejes de guardar la pelota bajo tu pie, de marcar la pausa que todos necesitamos. Sigue siendo amo del tiempo, nunca su esclavo. Mientras tanto, como lo expresaría Raymond Carver, otro maestro de la austeridad, seguiremos diciendo tu nombre con nuestras hermosas voces de la niñez. Román.


1 - J. C. Roldán jugó para Central Córdoba de Santiago del Estero en la B Nacional entre los años 1986 y 1990. Ídolo de la institución, para muchos fue de los mejores diez que hayan jugado en ese torneo. Fue figura en el ascenso logrado por Banfield a primera división en la temporada 1992-93.

2 - Notas sobre el cinematrógrafo. Ed. Gallimard, 1975.

3 - Pickpoket (Robert Bresson, Francia, 1959), https://www.youtube.com/watch?v=knaJd298xE0

4 - Si, es posible: https://www.youtube.com/watch?v=JJx4mIVvn3w