Claudio Caniggia o el descubrimiento de la energía eólica
Por Jorge Hardmeier
En 1985 debutó en la primera de River un pibe con larga melena rubia, un Frankenstein construido con una dosis de chico de barrio, algo de rockstar, un poco de glamour y mucho viento. Algo impresionaba en él: su velocidad, inusitada para un futbolista. Entonces surgieron los apodos: “El pájaro”, “El Hijo del viento”. La energía eólica había hecho su desembarco en el fútbol argentino. Y ya no conoció a ninguno igual, porque la velocidad de Claudio Paul Caniggia no era solamente física, sino también mental. Sus arranques fulminantes con pelota dominada y posterior gambeta ante los rivales son de difícil comprensión, aún para el fútbol veloz de estos tiempos.
Luego sobrevino la consabida venta a Italia: primero el Verona, luego el Atalanta.
Y, claro, la Selección Argentina, quizás la única camiseta con la que se lo identifica, al contrario de otros jugadores a los cuales se los asocia a los colores de un club. Es muy entendible: Caniggia jugó en dos equipos de Argentina: River, donde debutó, y Boca, nada menos.
Y, entonces, ese Mundial de 1990, el de los penales atajados por Goycochea. Y el de los goles de Claudio Paul y el del gol más gritado por los argentinos en la historia de los mundiales: el de Cani a Brasil luego de una enorme jugada de su socio, un tal Diego Maradona y a seis minutos del final de el baile más tremendo que me comí en un partido. Es que ese Mundial fue muy raro, había dudas. En pleno Mundial hubo varios cambios.
Durante ese Mundial cometió una infantil mano en mitad de cancha y, por doble amarilla, se quedó afuera de la final contra Alemania. Tal vez otra hubiera sido la historia.
Y en 1992 la venta a un poderoso de Italia, la Roma.
Y siempre la velocidad inusitada, la energía eólica.
Y también el doping positivo, en el club de la capital italiana. Se dijo que era cocaína, se dijo que era crack.
Crack era y es Claudio Paul, que fue suspendido un año. Es una factura que le pasaron los italianos por el gol que les hizo en el Mundial 90, opinó Maradona.
Exilio en el Benfica de Portugal y Mundial de Estados Unidos, 1994, otro de esos mundiales. Argentina dirigida por Alfio Basile, Argentina potencia: Redondo, Batistuta, Islas, Maradona, el mismo Caniggia y siguen las firmas. El Mundial del inolvidable ¡Diego! ¡Diego! de Cani pidiéndole la pelota a su socio previamente a convertir el gol del triunfo ante Nigeria. Y luego lo sabido: la extraña enfermera, el doping positivo de Maradona, el desmembramiento del equipo ante la muerte de Dios. Diego fue al Mundial, le dijeron que vaya como sea. Los norteamericanos, la FIFA, lo necesitaban, después lo dejaron, opinaría años más tardes el dueño de la velocidad. Pero no sólo de fútbol vive el pájaro: una vez finalizada la participación de Argentina en ese mundialBret Michaels, cantante del grupo de rock Poison, lo invitó a a tocar la batería en tres temas. Fue un recital en Wisconsin.
Y el Boca de Bilardo, a partir de 1995, el de los besos labiales con Maradona en cada festejo y el del 4 – 1 a River con tres goles de “El Pájaro” que, claro, incorrecto, los gritaba con toda la furia. El resentimiento de los hinchas de River quedó sellado para siempre.
Pasarella siempre quiere tener un rol protagónico. Me perdí la oportunidad por una sola persona, Pasarella, dijo Caniggia refiriédose a su no convocatoria al Mundial 1998. ¿El motivo? No aceptar cortarse la melena rubia. ¿Otro que no aceptó tan dictatorial orden? Redondo. Pasarella lo hizo, el Führer.
El viento siguió soplando en la bella Escocia. Y el reconocimiento de Bielsa al convocarlo para jugar el Mundial 2002. Lesionado, ingresa entre los suplentes en el tercer partido de la primera ronda. Es el primer jugador expulsado en la historia de los mundiales estando en el banco. Es verdad que insulté al árbitro pero no creo que me haya individualizado. Había mucha gente y vino derechito hacia mí. Fue muy raro.
La energía eólica se detuvo en Quatar, a donde fue, seguramente, ya en su decadencia, a buscar la energía de los petrodólares. Corría 2004. A los treinta y ocho años llegué a esta decisión. Mi experiencia en Quatar fue un embole. No me agregó nada en lo profesional, me convino económicamente y nada más.
Claudio Caniggia, el último wing. El dueño de la velocidad.
Ahora son famosos sus hijos.
La respuesta está soplando en el viento.