“Una mujer bajo la influencia”: un retrato contemporáneo
Por Inés Busquets
Ella le pidió a él hacer un guión sobre la vida de una mujer contemporánea, el retrato es acertado, crudo, bellamente real. Dirigida por John Cassavetes y protagonizada por Gena Rowlands y Peter Falk.
Una mujer bajo la influencia (1974) es Mabel, una persona hipersensible con agudos desequilibrios psiquiátricos, madre; casada con Nick, un trabajador que intenta satisfacerla, hacerla feliz, pero no lo logra. Ese podría ser el argumento.
Sin embargo, me quedo con el retrato de la mujer contemporánea que Gena Rowlands le pidió a su esposo guionista, John Cassavetes.
La maternidad es esa cuerda floja en el precipicio, donde una hace equilibrio todo el tiempo para no caerse. El límite donde de un lado está la cordura y del otro la locura. Esa locura intrínseca que nace de los extremos. Que emerge de la incomprensión, de la imposibilidad de poder transferirle al otro la experiencia propia.
La película empieza con Mabel despidiendo a sus hijos y subiéndolos al auto de la abuela (la madre de Mabel) los tres niños reciben a la abuela con excitación y sorpresa. Mabel levanta las manos y los saluda con alegría y desarraigo. Entra a su casa y se prepara.
Espera la noche prometida, Nick llegará y tendrán un día de luna de miel, sin los hijos alrededor.
Nick tiene un problema en el trabajo y se retrasa; ella está vestida, radiante, hermosa, envuelta en una trama de espera infinita. Está sola y toma lo que tenía en la mesa para compartir con el marido. Ella no está desequilibrada, la angustia es lo que la desequilibra y la conduce a actuar como puede para salvar la desilusión de esa noche.
La mañana siguiente llega Nick con los compañeros de trabajo, son cerca de diez personas que invita livianamente a comer. Ella los recibe. Les cocina spaghetti y se excede de simpatía porque la situación merece dos reacciones: el enojo o la inconsciencia desmedida. Elige la segunda.
Luego llegan los tres hijos con la abuela y ella quiere resguardar a Nick de la alteración de los niños chiquitos revoloteando, porque él tuvo un día muy duro de trabajo.
Mabel no tuvo la noche que esperaba, tampoco el mediodía siguiente, ni la tarde para hablar a solas con su marido.
Nada de lo que sueña Mabel parece concretarse, todo se desvanece por sobre los intereses de los demás.
Mabel camina en la cornisa, sin deseos, ni tiempo para ella, ni vida conyugal, ni ayuda, ni empatía.
Mabel está exasperada y enloquece. ¿Mabel enloquece? La internan en un psiquiátrico. Un tiempo sin ver a sus hijos, sin despertarse en la casa, sin la contemplación de un día cualquiera.
¿Mabel es la que enloquece?
Nick es un buen marido, es trabajador, se ocupa de sus hijos cuando la internan, tiene muchos amigos, la ama y no la engaña.
Pero a Mabel con eso no le alcanza. Él es ignorante de lo que acontece. No tiene la menor idea de lo que a ella le pasa por dentro. Él no tiene malas intenciones, simplemente no posee las herramientas para contenerla, ni para darse cuenta de ello.
Esta película es la postal de una época, (de muchas épocas) es la síntesis de un esquema que repetimos hasta el cansancio. El guionista es un hombre y lo hizo a pedido de su esposa, eso profundiza aun más el mensaje.
Una mujer contemporánea que asume un rol de mujer-madre (como todas) sin manual, sin preparación previa, sin ensayo y error.
En A propósito de las mujeres Natalia Ginzburg evoca este tema maravillosamente: “Las mujeres tienen hijos y cuando nace el primer niño aparece en ellas una nueva especie de tristeza hecha de cansancio y miedo, y aparece siempre, incluso en las mujeres más sanas y tranquilas. Es el miedo a que el niño enferme, o es el miedo a no tener suficiente dinero para comprar cuanto necesita el niño, o es el miedo a tener la lecha demasiado grasa o a tenerla demasiado líquida, es la sensación de no poder viajar tanto como antes, o la sensación de no poder dedicarse ya a la política, o la sensación de no poder volver a escribir o de no poder pintar como antes o de no poder escalar montañas como antes por culpa del niño; es la sensación de no poder disponer de la propia vida, la preocupación de tener que protegerse de la enfermedad y la muerte porque la salud y la vida de una mujer es necesaria para su hijo.”
Una mujer bajo la influencia es impactante, como todo lo de Cassavetes y como todo lo representado por Gena Rowlands.
Cada escena es una unidad narrativa, un argumento, una metáfora de lo cotidiano, un mensaje encriptado que permanece en alguna parte de la mente.
Me llevó tiempo pensar en Mabel, en la génesis de su locura, en la verosimilitud de su personaje, en el espejo de la mujer moderna.
Y casi en simultáneo se me aparece la voz de Susana Thénon: ¿Por qué grita esa mujer?/ ¿Está loca esa mujer?