Apuntes militantes de coyuntura
Este es un intento por “hablar claro”. La historia personal y colectiva de militancia que me/nos atraviesa nos enseñó que los eufemismos no son una buena estrategia para la política y que los clósets no son un buen lugar de enunciación para transformar las cosas. Es un intento por abandonar los lugares “políticamente correctos” impuestos que vienen censurando (no siempre sin intención) la palabra sobre lo que viene pasando. ¿Dónde está la política que enamora y cómo la hacemos volver o la soltamos para construir un nuevo romance? ¿Cómo convivimos con quienes tienen siempre en la política un lugar reservado mientras el mundo está en transición? ¿Cuánto transformamos desde los transfeminismos, el antirracismo y nuestras militancias desde los cuerpos y desde todo eso que atraviesa nuestra vida cotidiana? ¿Qué hacemos con el león y su interpelación a jóvenes a quienes nadie venía convocando? ¿Qué hacemos con nuestro deseo de votar a Cristina por la ilusión de los 12 años en los que sentíamos que transformábamos los cimientos históricos de los poderes concentrados? Podrían seguir las preguntas pero vamos a arrancar:
La política de la inmediatez
Estamos en un tiempo político e histórico caracterizado por la contradicción binaria de la inmediatez y la espera. Por un lado construimos dinámicas políticas de reels, clicks y performances posmodernas, típicas de la lógica de la inmeditez, lo individual y un presente vacío de procesos. Por otro lado, asentamos una lógica de la espera y la inacción, de lo pasivo frente al derrumbe y de la conservación quieta de lo que queda para agarrarse. Ya sabemos que hay que trabajar la culpa cristiana impuesta en el medio pero la pregunta es qué hacemos con esto.
No podemos pensar una política sólo sostenida por les profesionales de las reuniones interminables, del divague de siempre, de las lógicas que el transfeminismo todavía no logró transformar, de la crítica insegura a quienes mueven fichas que otres cajonearon u omitieron. La profesionalización de la política, en su parodia cyborg, genera y sostiene instrumentos adheridos a una praxis que se deshumaniza y va fortaleciendo una performática de la política para la acumulación de poder sin un horizonte transformador. ¿Cómo hacer para romper con esta inercia y evitar que derive en el sostenimiento de privilegios? Nada bueno puede salir de esto y somos muches quienes no estamos dispuestes a reproducir en la pasividad conservadurismos inconducentes. Política inmediata, proceso vacío.
Tiene lugar una construcción de personajes que tienen como requerimiento el de ser “vendibles” bajo una repetición de acciones, imágenes y estéticas que promueven funcionaries y polítiques robótiques y parlamentos distanciados de sus pueblos, dándole a las derechas elementos para hacer su juego: promoción del individualismo y la anti-política como valor social positivo para disfrazar su fuga de capitales y sus medidas antipueblo.
Necesitamos volver a saber qué piensan las personas que nos convocan a militar, cuáles son sus ideas, qué quieren transformar, qué debates quieren dar. ¿Cómo cambiamos la homogeneización por una dinámica que habilite referencias que nos conmuevan en su heterogeneidad?
La lógica frentista no ha podido abrir el juego a estos interrogantes sino que nos mantuvo en una gestión tibia de decisión y temerosa de la discusión política. Las gotas que se fueron derramando llegaron a destiempo y medidas. ¿Dónde quedó la formación política para el análisis crítico de aquello que nos atraviesa? La preocupación reside en la posibilidad de que las estructuras partidarias reemplacen la interpelación de intelectuales e ideas por estrategas de la comunicación y el marketing. Y ojo con esto: no se trata de elegir entre una cosa u otra sino de encontrar la mejor forma de comunicar las ideas que seguimos construyendo en un presente en ebullición. ¿Cuáles estamos construyendo?
En la política de lo inmediato, ¿cómo volvemos a debatir ideas en lugar de discutir carreras políticas o lugares donde llegar? Los lugares de llegada o de paso, ¿no eran el resultado de haber tenido las mejores ideas, con sus argumentos y consensos, para transformar las cosas? ¿Por qué habíamos empezado a militar?
Por otro lado, no podemos dejar pasar la pregunta sobre cuánto incide la política de la inmediatez en el fenómeno de las derechas conservadoras y fascistas que avanzan a nivel mundial en un mundo postpandémico. Necesitamos recuperar la honestidad política que disipe la idea de que la transgresión ha cambiado de bando, que la derecha 2.0 “dice las cosas como son” y tiene rasgos provocadores ante el poder, mientras que nosotres somos la voz del establishment y del statu quo. ¿Qué queremos transformar? ¿Será como dice Bauman que la libertad en la que avanzamos en las sociedades modernas sólo sirve para desalentar la imaginación y tolerar la impotencia? Es necesario que rompamos con el sentir que nos dice que las cosas no se pueden cambiar y que la repetición globalizada es el único destino posible.
Una digresión sobre la crisis
Esto es solo una advertencia reflexiva: desde que razono me dicen que mi país es el de la crisis constante, el de la inestabilidad y la incertidumbre. Esto nos dio muchas herramientas para reducir los miedos y la cancelación de movimientos frente a ella PERO ojo: que la retórica de la crisis no sirva para desmantelar toda costumbre, para romper nuestros vínculos y desconcertar cualquier certeza que se pueda construir. Que esta retórica no disuada las relaciones de solidaridad y construcción colectiva. Sabemos que muchas veces la precarización funcionó como motor para la desolidarización (sumado a la virtualización que funciona como complemento, sobre todo cuando seguimos transitando los efectos de la pandemia). En la desesperación constante, desconfiamos de todo lo que aún tiene forma precisa cuando el poder se manifiesta mucho más en la incesante disolución de las formas. ¿Estará la crisis permanente siendo una estrategia para frenar una crisis efectivamente transformadora?
Los 30s
¿De quiénes somos hijes polítiques quienes transitamos los treintas? Vivimos siempre en democracia, las Madres y las Abuelas siempre fueron el faro que mirar y en nuestra adolescencia llegaron Néstor y Cristina a decirnos que no era todo lo mismo. Mi generación es hija de los 90, de sus productos y métodos, de un gobierno que se hacía llamar peronista mientras hambreaba al pueblo. La crisis del 2001 me encontró con 11 años en las calles de mi barrio en Lanús, con una cacerola y con la única certeza de que los políticos eran todos chorros. Miré con desconfianza a un Néstor al que no le creía y me fueron convocando los hechos, una estrategia basada en las convicciones y en el hacer, una confianza en no pedirnos docilidad sino en invitarnos a la transgresión. Una conducción basada en correr los límites más allá disolvía cualquier miedo ante las posibles críticas. Probablemente muches transitamos nuestras primeras represiones en pleno macrismo, al calor de una resistencia rebelde que se sentía heredera de nuestra historia. Siempre supimos que tener un techo propio no era (ni es) una opción para nosotres y la precariedad laboral es la variable con la que convivimos desde que entramos en el mundo del trabajo.
Mientras los pensamientos pasan, vemos a nuestres amigues, familiares y compañeres con complejidades para llegar a mitad de mes. Transito con preocupación la repetición de una receta de lo propio y de lo ajeno. Elles nos invitan a volver a las dinámicas de esos años 90 que vieron crecer a mi generación, de Cavallos y antipolítica, de individualización y sálvese quién pueda. Nosotres, sin sorpresas: seguimos esperando una Cristina que nos salve, que sea nuestra síntesis y quien nos permita ir a votar con ganas, ilusión y compromiso al tiempo que asistimos pasives a las mesas sin discusión y a las acciones para redes. ¿Y la construcción de nuevas referencias? ¿Quiénes tienen los bastones de mariscal? Sabemos que la instalación de la antipolítica surge en gran medida por la decadencia de una política de la inmediatez vaciada de contenido. ¿Cuál es el desafío ideológico y material de quienes militamos si la definición sobre el curso de nuestras acciones la estamos esperando de manera vertical y ordenada y muchas veces no nos creemos los motivos? (como lo demanda esta época la aclaración obvia: a Cristina la milito toda la vida).
La política viene retrocediendo, para dejarle lugar a su performance y a la repetición de las dinámicas aprehendidas de quienes siempre supieron cómo hacerlo segures de que “la política” les tenía un lugar reservado. Las mesas se achican y la disputa por la lapicera está cada vez más concentrada mientras algunes nos aferramos a lo que nos quede de ganas, a lo que nos quede de deseo y a la convicción de siempre de no aceptar órdenes cuando no nos creemos los motivos. ¿Cómo resistimos en este contexto ante la instalación de la precariedad, el camino de disolución de los vínculos sociales y la ansiedad como características de nuestro tiempo? ¿Estamos teniendo que construir trincheras y resistencia mientras somos gobierno y entre les propies?
Si hay algo que aprendimos es a reacomodarnos frente a los cambios profundos de contexto; es la consciencia que de los peores derrumbes siempre se puede volver a construir algo. Lamento la complacencia frente a los silencios que cuidan quién sabe qué (el aviso es que no viene saliendo bien) y me resisto a pensar que la política que vamos a proponer como generación sea la del cálculo. Me resisto a pensar que el transfeminismo no haya hecho ningún ruido para abrir la escucha a otras formas y a que los egos de la política tradicional no puedan ver que vivimos en un mundo en transformación. Poder tener una mirada al respecto de esto supone no sentirnos exteriores: somos parte del problema que queremos resolver. Tenemos que, como diría Preciado, encontrar estrategias para autohackearnos en dinámicas colectivas donde pongamos en crisis nuestros propios procesos de subjetivación política. Juntémonos a pensarla de otra forma, a juntar fuerza en las comunidades que armemos, donde sea y de la manera que sea pero resistiendo al desagregado neoliberal que quiere licuar la agencia colectiva. Encontremos formas de reaccionar al control y al disciplinamiento que venimos ensayando otras formas hace rato (con todos sus errores y fracasos pero también con sus alegrías y victorias).
¿Cómo y dónde construimos nuestros espacios comunes?
Veo un montón de compañeres con quienes compartí militancia, con quienes debatí y aprendí, en un lugar caracterizado por el descreimiento, transitando el dolor de apuestas fallidas, de compromisos que no transformaron como queríamos, de dinámicas de la política del sacrificio sin que fuese conducente, de la cancelación de la discusión. Llega la duda sobre la pasión de la apuesta sin límite y vemos con preocupación un futuro que, nos dicen, nada bueno nos tiene preparado.
Quizá algo de todo esto es lo que caracteriza a los tiempos de transición, de un mundo viejo que quiere volver con sus métodos y estrategias políticas hacia uno nuevo de utopías en movimiento, líquidas y maleables, que se repiensa constantemente y rompe con las estructuras que nos oprimen. Es necesario en este escenario abordar aquello que pone en crisis nuestra idea de un mundo para todes: la crisis ambiental, la crisis del sistema de salud cada vez más privado, la cultura y la política del odio, la desertificación de la creatividad política, el avance de los movimientos antiderechos y sus expresiones TERF y podríamos seguir. Los tiempos de incertidumbres y ansiedades nos moldean las (in)dependencias, nos rigidizan ante los dolores y nos congelan el movimiento. Un resguardo que nos hace transitar un “como si” inseguro, miedoso y hábil para el simulacro de haber llegado a esa promesa de felicidad que el neoliberalismo nos vendió y compramos. El instrumento político de un país subterráneo, distante de la performática de la política, sigue siendo lo comunitario, agruparse con otres, compartir problemas y ensayar vías de fuga, transitar alegrías y dar pasos conjuntos, que la experiencia de unes ayuden a las de otres y volver a confiar en que la política puede ser un proceso que se robustece, que tiene la dignidad de las convicciones. Hay una noticia que se les está pasando: el mundo está cambiando y la lógica en la que nos enseñaron a hacer política nos aburre y refuerza exclusiones.
En este mundo en transición nos apasiona poner en crisis los poderes concentrados: lo cis como destino, la heterosexualidad como mandato, la gestión pública como herramienta para mantener a los pueblos sin ebullición en lugar de ser una herramienta de transformación, el silencio y la espera como buenos valores del “buen político”, el saber médico, el lenguaje del derecho y sus métodos, la página blanca de Google… Destituir el poder es, en un punto, privarlo de su fundamento, de su legitimidad y construir el camino para asumir su arbitrariedad, mostrar su carácter contingente.
La propuesta: no entregarnos a fortalecer lo individual ni corrernos de ese mundo que supo llenarnos de alegría, en el que nos sabíamos cambiándole la vida a otras personas. Esta invitación es a que hagamos base y trinchera, que nos banquemos las frustraciones y ensayemos caminos que nos dejen volver a soñar con nuevos mundos. Encontremos las estrategias para una refundación cognitiva basada en en la cooperación y la posibilidad de compartir.
Decía Deleuze que pensar es siempre comenzar a pensar y que no hay nada más complejo que encontrar las condiciones que posibilitan la emergencia del pensamiento. En este caso, el deseo de transformar sigue intacto y somos muches quienes apostamos a construir por fuera de los binarismos y seguimos abrazando la rebeldía como respuesta a la pasividad de la no conducción. Se trata de promover otras formas de encontrarnos en los cruces que se puedan, que afirmen que la política como herramienta no estará a disposición del vaciamiento y de las performances posmodernas. Este pensar es un intento de que el descreimiento y las anestesias de una modernidad individual y materialista no nos gane, no nos encuentre dormides, nos deje transitarlo en las bancadas compañeras que podamos sostener. Conspiremos devenires colectivos más amables en los que podamos profundizar la escucha y le demos lugar a procesos que vuelvan a dignificar la política.
Cierre
Sin dudas estamos ante un escenario complejo y golpeades por una crisis económica profunda y el efecto de la desilusión de no haber podido gestionar como hubiésemos querido con justicia social, política y redistribución.
En un país en ebullición, que esta nota tenga lugar en estos días me permite haber recuperado algunas certezas en la mirada de un pueblo que fue con la confianza intacta en Cristina y en este país (que ya sabemos que es el mejor país del mundo). Un pueblo que bajo la lluvia fue con sus familias, amigues y compañeres y escuchó con atención la palabra de una militante que sabemos sincera, que es una de nosotres y que llena de emoción los ojos de muches en una plaza expectante. Cristina viene diciendo de todas las formas que no va a ser candidata desde diciembre y este tiempo político nos necesita audaces y en permanente movimiento. Será que como dice García Linera, que habrá que seguir avanzando en la transformación del sentido común sin detenernos porque esto significaría la derrota ante los sentimientos conservadores que se consolidan ante la pérdida de iniciativa.
No es fácil saber cuándo empiezan procesos de transformación profundos pero sentimos el efecto de esa potencia arrasadora que surge de los procesos micropolíticos y de los límites de un pueblo que sabe de dignidad y protege sus derechos. Que el optimismo sea esa metodología que nos permita cambiar el curso de las cosas, transformar nuestros saberes y prácticas subterráneos en estrategias que se comparten y colectivizan. Volvamos a interpelar a quienes tenemos alrededor con la honestidad de lo que pensamos y lo que queremos transformar, que la emoción de una plaza bajo la lluvia no tiene ninguna parodia ni performance más que la honestidad y la lealtad de un pueblo.