Las mujeres en la ciencia argentina

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    Científicas en Antártida
    Científicas en Antártida (Daniel Amdan)
DESARROLLO

Las mujeres en la ciencia argentina

14 Febrero 2023
“No hay doctorado que te salve del patriarcado”
Ana Franchi. Presidenta del CONICET

Las mujeres en las ciencias pretende ser una mirada cuestionadora de la hegemonía patriarcal en el vasto, arduo y complejo campo de las ciencias. Y usamos el plural porque concebimos como ciencias todas ellas, las exactas, las naturales, y las sociales, a sabiendas de que sus epistemologías son diferentes.

A lo largo de siglos las contribuciones de las mujeres a la ciencia, fueron invisibilizadas, excluidas, e incluso usurpadas. En muchos casos sus investigaciones fueron difundidas con nombres masculinos. Hubo avances científicos que en pos de cierta modernidad llevaron a padecimientos horribles a muchas mujeres, trabajadoras en especial. Uno de los ejemplos que seleccionamos es el de las trabajadoras que contrajeron cáncer por trabajar con pinturas radiactivas, para instrumentos usados por el ejército norteamericano en la Primera Guerra Mundial.

Es bueno hacer números referidos a cuántas mujeres están vinculadas a la investigación científica y tecnológica, cuáles son sus roles en la misma, así como los lugares que ocupan. Son los más difundidos y muy valiosos, dado que sirven como una radiografía que nos muestra dónde y cómo están las mujeres en la ciencia y la tecnología. Algo indispensable para formular demandas y acciones y para trazar políticas públicas reparadoras e igualadoras.

La oleada del feminismo que estamos viviendo, manifestada en la irrupción masiva de las mujeres y las diversidades sexuales constituyéndose en actoras políticas con una capacidad de transformación -de la cual el lenguaje es una de las derivas más trascendentales- aporta significativamente a que la mostración de nuestra contribución en el campo de las ciencias pegue un salto cualitativo.

Más allá del indispensable conteo de nuestros aportes, de los lugares que ocupamos o no ocupamos, queremos incursionar también en el debate sobre el canon que rige a las ciencias, sobre sus epistemologías, sobre los llamados “saberes ancestrales” y -nada menos- que sobre la cuestión del PODER en el sistema científico-tecnológico.

Esas desigualdades impregnan los modos de producir conocimiento, la visibilización del quehacer y la valoración del mismo, tanto por las instituciones como por el público en general. La otra desigualdad que observamos es la que se da -y acrecienta- entre los llamados países desarrollados y los nuestros que son países periféricos -o dependientes-.

Afirma María Pía López que “tampoco tiene la misma relevancia, reconocimiento y visibilidad de lo que produce un/una investigador/a de los países periféricos que un/una investigador/a de los países centrales. Todas esas discusiones podríamos decir se pliegan sobre la lógica de la desigualdad y de una estructura que se refuerza, se imbrica y funciona”.

Distribución de la desigualdad

De todas las personas que, en el mundo, se dedican a las ciencias el 28 % son mujeres. En América del Norte y Europa Occidental hay entre 30 y 35 % de mujeres científicas; sin embargo, en América Latina y el Caribe hay alrededor del 45 %. En Argentina más de la mitad de la comunidad científica está compuesta por mujeres. No podemos dar datos de las minorías sexuales porque no existen.

En el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) -institución pública nacional señera de la investigación científica y tecnológica- las mujeres son mayoría en las categorías iniciales de investigador/a y en el extremo superior son una ínfima proporción, con la peculiaridad de que la única gran área (de las cuatro existentes) donde las mujeres no son mayoría es la de Ciencias Exactas y Naturales que orillan alrededor de un 40 %.

Cuando nos internamos en la distribución de ese % nos encontramos con las proporciones de la desigualdad: en becas doctorales y postdoctorales y como en el primer escalafón de la carrera de investigación (asistentas) las mujeres están por encima de los varones (hasta casi un 20 %); pero de ahí a medida que se avanza en las jerarquías quedamos absolutamente relegadas, hasta llegar a ser la tercera parte en la jerarquía superior aunque no varía sustancialmente en el resto del conglomerado científico-tecnológico argentino. Por ejemplo, en el caso de autoridades de universidades públicas las proporciones llegan a ser escandalosas.

¿Es sólo una carencia del CONICET? Hay muchas otras instituciones públicas que tienen áreas de investigación científica y tecnológica (INTA, Ministerios de Defensa, de Salud, Comisión de Investigaciones Científicas de la Pcia. de Buenos Aires, entre muchos otros), pero sus características patriarcales son similares a los ya citados.

La Secretaría Nacional de Políticas Universitarias (SPU) informa que el 57,7 % de ingresantes a las universidades públicas nacionales son mujeres, habiendo un 61 % de graduadas y el 58 % de docentes mujeres. Proporción que no se refleja en absoluto en los cargos de responsabilidad, sean electivos o no.

El sistema nacional de Universidades Públicas –en su condición de ‘lugar’ de la mayoritaria producción científico-académica- tiene como asignatura pendiente convertirse –entre otras transformaciones indispensables- en la universidad sin discriminación sexogenérica, garante de la igualdad de oportunidades mediante la creación de las condiciones de posibilidad para que las mujeres (y disidencias sexuales) ocupemos igualitariamente cargos de poder, intervengamos en paridad en la selección de los temas de investigación, innovación, desarrollo y extensión, y en la composición de los respectivos equipos, así como se ha palpado lo indispensable que resulta reformatear el canon y las epistemologías patriarcales hegemónicas.

Otra área de interés (cuyo pleno ejercicio modificaría bastante las prácticas en lo que llamamos “la Academia”) es la referida a la relación de la universidad pública con el entorno económico, social y cultural en el que ejerce influencia. Nos referimos a la función EXTENSIÓN Universitaria, que se va transformando –aunque muy lenta y minoritariamente- de una práctica mediante la cual los saberes académicos ‘bajan’ a la gente de a pie, para constituirse en una respuesta a la demanda social organizada y a la elaboración conjunta y colectiva de las soluciones a los problemas que aquejan a las diversas colectividades. Destacamos, por ejemplo, que en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) la función Extensión Universitaria se ha venido rejerarquizando significativamente, aunque no crezca lo necesario la cantidad de docentes abocades a ella; va ocupando el espacio que por definición de la condición de universidad le corresponde junto a la docencia y a la investigación. Y acá nos encontramos con números nada sorprendentes: en 2021 en la UNLP son 83 las mujeres que dirigen un proyecto de extensión y 56 los varones (no hay datos sobre las diversidades sexuales); mientras que, en la codirección de los proyectos, las mujeres somos 96 y los varones 43. Porque decimos que esos números son “nada sorprendentes” para nosotres, precisamente porque es indicativo que somos las mujeres quienes estamos más atentas a la demanda social y/o a la detección de vulnerabilidades, vacíos de cuidados, necesidades, proyectos de las comunidades del área de influencia e interacción de la universidad.

Advertimos que, como escandaloso ejemplo de institución patriarcal, las rectoras de las UUNN, representan sólo el 11,52 % del total de las autoridades en este cargo. Proporción que se mantiene casi inalterable en los últimos 100 años. Y eso que se han creado en el periodo de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner unas 17 universidades públicas nacionales; muchas de ellas con espacios y/ reglamentaciones proclives a considerar las igualdades sexogenéricas. Es realmente llamativo este estado de situación, teniendo en el sistema universitario, más de la mitad de alumnas mujeres y otro tanto de docentas mujeres.

Reafirmamos que cualquier ciencia -sean exactas, naturales o humanísticas- ha progresado con el aporte de las mujeres. Y que ese aporte ha sido sistemática y cuidadosamente invisibilizado, durante siglos. Es un clásico que cuando se pregunta por mujeres científicas, todo el mundo cita a Marie Curie (ganadora de dos Premio Nobel). Y ya se sabe -o se debería saber, formar parte del sentido común- que hay infinidad de mujeres que han hecho y hacen ciencia y tecnología, e incursionan en el campo de la innovación y los desarrollos sin ser conocidas y mucho menos aun recibir algún premio. Un caso resonante es el de Rosalind Franklin que fue quien tomó en 1951 la primera imagen de ADN, pero el premio Nobel se lo dieron a dos hombres que supieron aprovechar la ocasión.

También somos partidaries de la mayor difusión posible de los avances científicos y del rol de las mujeres en ese campo, porque cuanta mayor divulgación científica exista mejores serán las condiciones para que los pueblos juzguen si las políticas de ciencia, tecnología e innovación que lleva adelante cualquier gobierno son las que realmente la sociedad necesita ; si se pone el oído a las demandas sociales, a las necesidades de encontrar soluciones a problemas propios de nuestra condición de país periférico y a considerar la ciencia y la tecnología como herramientas de ejercicio de soberanía.

Hace 10 años en un debate organizado en la UBA, denominado “Diáspora y Circulación de Talentos. ¿Una movilidad al Servicio del Desarrollo en América Latina?”, se puso de manifiesto que la llamada “fuga de cerebros” desde América Latina hacia los países centrales de Europa y los EEUU estaba compuesta mayoritariamente por mujeres, una realidad ignorada. Además, percibimos este hecho como un dramático síntoma de la condición de países periféricos, que expulsan sistemáticamente personas altamente calificadas (generalmente formadas en instituciones públicas, sostenidas nuestros pueblos) con la consecuente profundización de las desigualdades en los desarrollos. Entre 1963 y 2000 casi dos millones de latinoamericanes calificados se expatriaron; cifra en la cual Argentina participó con el 34 % del total. El programa RAICES, para la repatriación de científicas y científicos, implementado por los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner buscó, precisamente, revertir esta ominosa realidad. Además, no está demostrado ni garantizado que la proliferación de redes -compartidas entre científiques expatriades y científiques locales- de intercambios de trabajos, papers, y proyectos contribuya significativamente a reducir las brechas de desarrollo entre nuestros países dependientes y los países centrales.

La pandemia que azotó al planeta durante dos años puso a prueba el sistema científico, la medicina y los medicamentos como mercancía. El capitalismo pandémico, financiarizado, tan salvaje y cruel -con las diferencias tecnológicas pertinentes- como en las épocas que tan bien describe Dickens en sus novelas y Marx y Engels en sus trabajos económicos y filosóficos, hizo negocios con una rentabilidad tan alta como la letalidad del virus. Se pudo visualizar sin ningún tapujo la brecha existente entre los países llamados ‘desarrollados’ y el resto del planeta. Aun así y saltando la barrera de país periférico, Argentina desarrolló y construyó barbijos, respiradores, suero de caballos, y otros insumos refinados para atender los miles de casos cotidianos. Y en esa tarea las mujeres ocuparon un rol destacado, en la primera línea de cualquier aspecto de ese combate que querramos tomar. Las tareas de cuidado y prevención, entre ellas. Pero la “frutilla del postre” es, sin lugar a dudas, la vacuna que desarrolla un grupo de investigadoras en la Universidad Nacional de San Martin, encabezadas por la Dra. Juliana Cassareto. Vacuna llamada Cecilia Grierson, en memoria de la primera médica argentina. Estamos orgulloses de esa producción; que la misma sea dirigida por una mujer, porque sabemos que a esas instancias se arriba luego de décadas de estudio, trabajo, dedicación y sacrificios.

Nos consta que en otras universidades públicas -en plan ejecutado (como en la USAM) por un entramado de instituciones científicas y empresas privadas nacionales- se están desarrollando otras vacunas (aunque no estén tan avanzadas como “la Cecilia”) en las cuales hay importante participación femenina. En la UNLP se trabaja en otras dos vacunas, en la cuales en una de ellas, una investigadora de la Facultad de Ciencias Exactas, la Dra. Daniela Hozbor, tiene una responsabilidad destacada en esta tarea, compartida con la Dra. Andrea Gamarnik, quien no sólo es una gran investigadora sino –lo que no es nada menor- protagoniza activamente discusiones políticas acerca del financiamiento público de las ciencias y del rol de las mujeres en la misma, quien pertenece al Grupo CyT Argentina y ha enunciado taxativamente que “las mujeres estamos transformando la ciencia”.

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Obstáculos y límites 'institucionales', costumbristas y culturales

¿Qué decimos cuando nos referimos a obstáculos y límites? A algo que las feministas sabemos y padecemos: el “techo de cristal”, o sea las amplias y complejas culturas y prácticas patriarcales, que se han erigido sistemáticamente para hacer que los varones ocupen en forma abrumadora las responsabilidades y posiciones de poder en el sistema científico local, incluyendo visiblemente a las Universidades Públicas, así como otras instituciones que componen el llamado sistema científico-tecnológico argentino.

A lo largo de siglos se construyó y generalizó no solamente el mito la inferioridad cerebral y física de las mujeres respecto de los varones, con lo cual se las subalternizó, sino que -paralelamente- se atribuyó a la ’condición’ femenina la sensibilidad, la imaginación, la pasión, la intuición, la no razón, lo cual justificaba todo tipo de discriminación y exclusión.

En esos estereotipos se apoya, también, lo que llamamos “paredes de cristal”, es decir profesiones para las cuales las mujeres tendríamos facilidades constitutivas y otras que son propias de las masculinidades. La incidencia de los mismos en las trayectorias vitales, profesionales e -incluso- intelectuales aun es imponderable.

Existen, además del “techo de cristal (las tremendas dificultades para alcanzar las máximas jerarquías, los lugares de poder y decisión), las “paredes de cristal”, en tanto y en cuanto hay profesiones, campos y áreas de investigación vedados para las mujeres (por tradición, prejuicios, valorización económica y construcciones de sentido) y el llamado “piso pegajoso”, el cual califica los densos obstáculos al avance en nuestras carreras, tales como la maternidad, tareas de cuidado, diversidad sexual, con las cuales se acentúan las desigualdades existentes.

Las mujeres debemos demostrar una y otra vez las capacidades propias y adquiridas para alcanzar espacios de responsabilidad y/o conducción; y cuando ello acontece aparece como una excepción, como un atributo de genialidad; como resultado de un esfuerzo individual -tal vez azaroso- precisamente porque no hay condiciones de posibilidad para que sea accesible a todes aquelles que así lo deseen y trabajen para ello.

Coincidimos con la afirmación de las autoras de “Científicas de Acá” cuando nos revelan que la existencia de un problema a estudiar y solucionar se produce cuando “una o un grupo de personas lo define como tal”. Y agregan que “en un sistema pensado por y para el varón, blanco, cis heterosexual, los problemas de las mujeres y de otras identidades no son objeto de estudio.” Por lo cual “es imperioso que haya diversidad en la ciencia para hacernos otras preguntas”.

Podríamos decir que esa realidad está cambiando a bastante buena velocidad, porque las mujeres (y disidencias) hemos puesto el tema en el debate público y estamos dando la pelea. Advertidas que la misma nos atraviesa; que es insoslayable deconstruirnos sabiendo que el patriarcalismo resiste al cabo de milenios de hegemonía cuasi absoluta.

Maria Pía López sostiene, sobre las condiciones de posibilidad que ejercitan las cientistas sociales, que “parece que, por lo menos en las ciencias sociales, vemos un campo que se está abriendo fundamentalmente desde las epistemologías feministas con muchísima fuerza, que es la interrogación permanente respecto de nuestros propios modos de afrontar el conocimiento, construir nuestras bibliografías, darnos nuestras citaciones, etc. Que estos modos están permeados por esta lógica de estructuración de desigualdades. Es decir que aún nosotras, si dejamos de estar precavidas, a cada momento de lo que hacemos cuando construimos un equipo de investigación, cuando construimos una bibliografía para una materia, cuando seleccionamos las citas que vamos a poner, si no estamos advertidas de esas multiplicidades de desigualdades sobre las que aún debemos tener acciones afirmativas, corremos el riesgo de reproducirlas inadvertidamente. Soy de la idea que en el campo de las ciencias sociales el punto de partida del conocimiento situado es también un conocimiento profundamente crítico y reflexivo”.

Las ciencias y las mujeres

Además de los aportes de las mujeres en la ciencia, tecnología, innovación y desarrollo, nos inquieta cómo la mirada y producciones de esos campos sobre las mujeres nos afecta física y psíquicamente.

Seguramente en un rastreo de los temas por los cuales se asigna el Premio Nobel no encontraremos fácilmente aquellos vinculados con demandas y/o problemáticas propias de la condición femenina, o que beneficien a las mujeres y a las minorías sexuales.

Hay publicaciones que ponen en la superficie -una vez más- la discriminación sexista existente, particularmente en al campo de la robótica.

La ingeniera norteamericana Carol Reiley, -autoridad mundial y pionera en el desarrollo de aplicaciones para la conducción autónoma y la cirugía robotizada- nos informa que en la década del 2000 desarrolló un prototipo de robot quirúrgico que recibía las instrucciones mediante un sistema de reconocimiento de la voz. Lo paradójico fue que el sistema de detección de la voz, diseñado por los técnicos de Microsoft, no reconocía la voz femenina -generalmente de un tono más agudo que la voz masculina- O sea que estos varones, jóvenes y blancos, armaron un sistema que excluía a la mitad del planeta. Pero esto no es una anécdota inofensiva; si imaginamos que se debe hacer una intervención quirúrgica de urgencia en zona descampada, o en guerra, o sujeta a alguna calamidad natural, una médica puede perder a un/a paciente, dado que ese sistema de cirugía telemática solo reconoce voces masculinas.

La matemática norteamericana Kathy O’Neill también viene denunciando sistemáticamente -entre otras cualidades negativas- el carácter antidemocrático, racista y sexista que pulula en los algoritmos que gobiernan redes, plataformas, robots, etc .

Las características negativas que estamos enumerando se observan también en los reconocimientos faciales, que no incorporan - sea por etnocentrismo impenitente o por inercia cultural- las diferencias en rasgos faciales de un tercio de la población mundial

Uno de los ‘colmos’ de los efectos perniciosos de la elaboración sexista de los algoritmos fue un programa de inteligencia artificial lanzado por Microsoft en 2016 que se proponía conversar con usuarios angloparlantes de la red Twiter. Debió ser retirado tan solo en 6 horas porque la robot -que tenía incorporado un complejo algoritmo de aprendizaje automático- emitía frases tales como “Hitler tenía razón”, “odio a los homosexuales”, “Obama es el simio que nos gobierna” entre otras ‘lindeces´ machistas, racistas y discriminadoras.

Otro caso, relatado por Carol Reiley es que recién en 2011 y por imperativo legislativo se modificaron los maniquíes usados en las pruebas de seguridad en la industria automovilística, dado que en los diseñados hasta entonces las dimensiones y morfología respondían a cánones masculinos. Se comprobó, entonces, que las mujeres llevábamos más de 50 años padeciendo riesgo de muerte o de lesiones graves hasta un 40 % superior al de los varones.

Sigamos: según el Texas Heart Institute también existe discriminación al momento de diagnosticar si hay infarto o no lo hay. Señaló -en 2019- que aún se fabrican dispositivos de asistencia cardíaca mediante uso de inteligencia artificial que no contabilizan la diferencia – muy frecuente- de síntomas entre varones y mujeres. Los varones suelen experimentar fuertes dolores en la mitad izquierda del pecho y presión en la zona diafragmática, en tanto que las mujeres tienen habitualmente- sudoración fría, náuseas y dolor de espalda, cuello y mandíbula. No registrar esas diferencias incrementa dramáticamente el riesgo de mal diagnóstico sobre las mujeres. Insistimos, los algoritmos de la aparatología usada fueron diseñados, mayoritariamente, por varones, blancos, de entre 25 y 35 años.

Algunes analistas explican que esa increíble deficiencia es involuntaria y que podría corregirse contratando más mujeres y más miembres de las minorías raciales y sexuales para confeccionar los algoritmos. Somos de la idea qué aun siendo conveniente y necesaria, como sugerencia es totalmente incompleta porque hay todo un sistema de pensamiento que da el sesgo que denunciamos.

Qué queremos hacer ahora y en adelante

María José Agra Romero en su prólogo al libro de María Luisa Feminias “Ellas lo pensaron antes”, pregunta: “…cómo y quiénes establecen, deciden sobre el canon filosófico?”. Concepto que – libremente- extendemos al resto de las ciencias.

Agrega, más adelante, que el debate va más allá de “la configuración del canon y, por lo mismo, tiene más calado que la simple inclusión de las mujeres, de sus obras; apunta a mecanismos de ocultación y exclusión; así como a problemas epistemológicos y políticos y a criterios de valoración de las contribuciones”. O sea: a cuestiones de poder.

Y allí debemos reconocer que el patriarcado puede exhibir miles de años de experiencia y las feministas (al menos las que nos reconocemos como “feministas populares”) peleamos contra ese sistema omnipresente –tributario indispensable del capitalismo- comprometidas con la construcción de otras formas y herramientas de poder, propias de nuestra historia, de nuestra geografía y cultura, tanto como del momento histórico en el que nos toca vivir.

Cuando los pueblos latinoamericanos parecen querer retomar las sendas emancipadoras de las dos primeras décadas del siglo XXI el protagonismo femenino y de las diversidades es insustituible en esa tarea.

Nos proponemos deconstruir no solo los cánones patriarcales sino –y como ingrediente insoslayable- la decolonización del saber.

Retomando palabras de María Pía López, “somos parte de una experiencia sensible, de una trama social, de un conjunto de trayectos que se dan en una región, en naciones construidas a partir de la subalternización de poblaciones y donde esas ciertas poblaciones fueron directamente excluidas de la posibilidad de producir un saber reconocido como tal, es decir donde las poblaciones originarias y afrodescendientes fueron negadas como productoras de un saber legítimo. Esa es la experiencia colonial por excelencia, no solo privar de la lengua sino también desconocer que ahí había un saber en juego y que ese saber debía ser reconocido como tal. Esa experiencia colonial no deja de estar presente y replicándose en muchas situaciones”.

Debemos ser lo suficientemente modestes como para incorporar conocimientos ancestrales propios de nuestros pueblos originarios, explicarnos y explicar la sabiduría popular que se alberga en los pliegues de una sociedad que se ha negado durante siglos a admitir que no sólo descendemos de barcos, sino también de les originales pobladores de esta nuestra patria grande.

Se trata no sólo de conocer y reconocer la situación, sino de tratar de encontrar las demandas, luchas, consignas y políticas públicas que transformen la situación. “Has recorrido un largo camino muchacha”, decía una propaganda de cigarrillos en los ‘60, lo que vale también para este campo que nos ocupa. Pero estamos impacientes, porque la batalla cultural que implica desterrar el patriarcado (que nos lleva miles de años de ventaja) en nuestro campo necesita acelerarse. Tenemos allí un #NUNCA MAS a concretar. No olvidamos, no dejamos de lado la sinergia existente entre las luchas feministas, emancipadoras y esta que nos ocupa; forman parte de la gran cuarta ola del feminismo que estamos viviendo y nos organizamos como para que no pase de largo sin producir transformaciones necesarias y que sean todo lo irreversibles posible- en las sociedades actuales.

Ya hace unos cuantos años (tal vez con esta cuarta ola feminista) las mujeres nos hacemos y tratamos de responder a nuevas preguntas, a preguntas que no nos habíamos hechos antes o que –si se habían hecho- no había condiciones para responder o las respuestas fueron invisibilizadas.

Desde las epistemologías feministas con muchísima fuerza que es la interrogación permanente respecto de los modos en que nuestros propios modos de afrontar el conocimiento, construir nuestras bibliografías, darnos nuestras citaciones, etc, están también permeadas por esta lógica de estructuración de desigualdades. Es decir que aún nosotras si dejamos de estar advertidas a cada momento de lo que hacemos cuando construimos un equipo de investigación, cuando construimos una bibliografía para una materia, cuando seleccionamos las citas que vamos a poner, si no estamos advertidas de esas multiplicidades de desigualdades sobre las que hay aún en esas cosas tener acciones afirmativas, corremos el riesgo de reproducirlas inadvertidamente. Después querría detenerme sobre eso en el campo de las ciencias sociales. El punto de partida del conocimiento situado es también un conocimiento profundamente crítico y reflexivo, sobre las propias condiciones de nuestra enunciación en los modos en que intervenimos sobre el patriarcado, por eso nos propusimos contribuir a deconstruir esta.

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