Dossier COVID-19: “Trabajamos muy solos en esto”
Por Melany Grunewald
Foto por: María José Grenni
APU: ¿Hace cuánto que ejerces como AT (acompañante terapéutico) y si armamos un paralelo cómo era trabajar de eso antes de la pandemia y ahora en cuarentena?
LL: Trabajo como AT desde 2017. Hasta justo antes de la pandemia estaba trabajando con un adulto de treinta años, con una mujer mayor de setenta y dos, y estaba por empezar a hacer una integración con una nena de once años. Tengo todos los grupos etarios, con cada uno se dieron las cosas de manera particular. Con la nena en un principio íbamos a empezar, se atrasaron los papeles y con todo esto de la pandemia empezaron a dar vuelta con el tema de los pagos, no podían asegurar que se pagaran las horas así que quedó todo en veremos. De manera similar les pasó a mis otros compañeros AT en el mismo colegio donde trabajo. Con el chico, en un principio fue un lío con la prestadora adaptarnos a la modalidad virtual (por organización, presentación de planillas) porque las obras sociales empezaron a ser más rigurosas con qué tipo de actividades se iban a hacer por video llamada, las horas. Eso dió lugar a muchos cambios en la prestadora, desde la administración nos avisaron que los pagos iban a demorarse y de repente muchos de los administradores y supervisores dejaron de trabajar. Entonces la supervisión de los casos es casi nula y nos terminamos arreglando nosotros (los AT) como podemos, no hay una bajada de línea en cuanto a qué hacer.
APU: La prestadora es como una Institución que te deriva los casos…
LL: ¡Claro! Cuando alguien pide desde una obra social un AT, un supervisor con título relacionado a la salud (psicopedagogo, psicólogo…) da fe a partir de su firma de que la persona está cumpliendo con su trabajo, da garantía de eso. Las prestadoras se encargan del papelerío para con las obras sociales y arman una red de pacientes que van derivando a los acompañantes. A su vez se encargan de organizar que alguien cubra en los períodos de vacaciones y esas cosas. Pero la realidad es que esa supervisión es muy por encima, se encargan más que nada de la facturación y de problemas muy puntuales, pero en sí es como que trabajamos muy solos en esto. Y con la pandemia, más. En un momento las obras sociales no sabían cuánto nos iban a cubrir porque la realidad es que hay compañeros que laburan cerca de ocho horas en un día. Yo estoy tres horas por paciente, pero tres horas por video llamada es otra cosa.
APU: ¿Cómo es tu rol como AT con cada uno de tus pacientes, siendo un rango etario tan amplio y relacionado a lo virtual?
LL: Con la nena todavía no pude empezar, supuestamente arrancaría en estos días, básicamente porque no me podían asegurar el pago del mes.
Con el chico hacemos por video llamada actividades que tienen que ver con la autonomía, por ejemplo, el manejo del dinero. Es plantearle problemas, ver cómo los puede solucionar. Los objetivos que teníamos los tuvimos que cambiar, se iba a anotar a la escuela nocturna para terminar el primario y no llegó. También iba a ayudarlo con una entrevista laboral para una pasantía para chicos con discapacidad y eso también se cayó. Entonces hay que reinventarse.
En el caso de la señora mayor, soy como un curador de noticias. Dice que no ve la televisión porque le afecta mucho, entonces me pregunta a mí y le voy contando: “ahora pueden salir estas personas, se extiende hasta tal día…”. Que se la considere “grupo de riesgo” con ese nombre le da mucha inseguridad. Depende mucho de la sociabilización que, antes de la pandemia, por ahí era hablar con los vecinos cuando dábamos una vuelta. Ahora se encuentra con que ni siquiera puede salir a la puerta. Con ella trabajo formas de entretenerse y pasar el tiempo sin la necesidad del contacto con los demás: antes estaba negada a usar el celular, ahora aprendió a usarlo y dice que es como un escape y su forma de relacionarse con los demás. Ella es una mujer que, como tuvo un ACV, no salía de la casa por miedo a que le pasara en la calle. Mis planes con ella era salir de a poquito y lo estábamos consiguiendo. Con la cuarentena tuve que reestructurar todos los objetivos.
APU: ¿Hay límites con la tecnología?
LL: Muchos. Mis pacientes no tienen una notebook, entonces estamos limitados al uso del celular, a veces sin internet, o incluso a una casa sin un espacio de privacidad, que es súper importante. Es hablar con ellos y saber que al lado tienen un familiar, entonces no hay comodidad para que expresen lo que les pasa. Eso es lo más difícil, uno trabaja con lo que puede, y son herramientas que les queda para después de la pandemia. Si justo hay un momento de privacidad, puedo aprovechar para trabajar algo más profundo, sino es algo cognitivo en cuanto a las actividades del día a día.
APU: ¿El trabajo con cada uno fue ininterrumpido o tuvieron que pasar días hasta adaptarse a esta nueva modalidad?
LL: Con la mujer fue ininterrumpido, se habló ese mismo fin de semana para dar tranquilidad de que se seguía sosteniendo el acompañamiento. Siempre hablamos por teléfono, no hacemos video llamada, fue su decisión y se respeta.
Con el chico también por teléfono hasta que le conseguimos un celular, porque no tenía. Al poco tiempo armamos un esquema de horarios, que para él es re necesario. Pero no interrumpimos el trabajo porque para esta gente la imprevisibilidad es muy difícil. “¿Cuándo volvemos a la normalidad?”, es algo que nos preguntamos todos, pero ellos necesitan otras herramientas para manejar la incertidumbre. Está más comprometida la autonomía: vos y yo seguimos trabajando y si queremos ver una película, la buscamos. A veces el contacto con nosotros, es un momento para ellos mismos. Porque ante la pregunta “¿qué hace un AT?” siempre digo que soy como un familiar postizo que tiene tiempo para ellos. Por eso lo valoran tanto.
APU: ¿Tuviste que llegar a acuerdos especiales con la OS para manejarte así?
LL: En un principio, seguí trabajando especulando con que el tema se iba a solucionar. Recién ahora, en mayo está establecido que se sigue trabajando de esta manera y se facturan este tanto de horas. Para que te des una idea, una integración en contexto normal son cuatro horas, cinco días a la semana. ¿Quién va a tener al chico cuatro horas frente a la pantalla? Entonces ¿qué se factura, una hora, tres horas…? La realidad es que nosotros tampoco sabemos cuánto tiempo va a durar esto y tenemos disponible este tiempo de trabajo. Hay muchos grises sobre cómo operar el trabajo. Pero de alguna manera nos adaptamos y se va normalizando la cuestión. Porque no sabemos cuándo termina la cuarentena.