¿Éxito o fracaso de la política sanitaria argentina frente al COVID-19?
Por Diego Kenis
La pregunta del título se repetirá hasta que todo pase. Inevitablemente, mientras transitemos los tiempos de la pandemia, toda respuesta será parcial y provisoria. Recién el día después, o tal vez cuando hayamos puesto aún más distancia en los calendarios, podrá evaluarse. Como siempre en estos casos, que involucran miles de muertes compatriotas, incluso concluir que se hizo lo correcto aparecerá como un éxito lamentable.
Existen, no obstante, algunos indicios. Permiten ir elaborando una evaluación comparativa, despojada de las urgencias del miedo a la pandemia, el exitismo o la oposición irracional.
Los diarios nos señalan que España y Argentina llegaron en la misma semana, la que comenzó el domingo 18, al millón de contagios de coronavirus en sus territorios. ¿Nos dice algo esta llamativa coincidencia? ¿Aporta algún elemento para evaluar la política epidemiológica argentina frente al COVID-19?
Vale recordar, para justificar la comparación, que entre un país y otro no sólo hay una vinculación histórica y cultural, sino también una coincidencia en el momento político actual: dos gobiernos populares –aunque en España la patente de esa palabra la tenga el otro bando- asediados por opositores que se radicalizan a la derecha, a punto tal de entorpecer la propia gestión de la pandemia.
Pero, por sobre todo, algo más importante: sus poblaciones son similares, poco más de 47 millones de habitantes en España y 44,5 en Argentina. Si la lupa se pusiera en la economía, también se encontraría similitud: las caídas del PBI en el segundo trimestre de 2020 fueron de 18,5 y 19,1. ¿Qué nos ofrece, entonces, la observación comparativa desde el provisorio punto de llegada, el millón de positivos?
En principio, se mirará la fecha. España registró su primer caso de coronavirus varias semanas antes que nuestro país: el primer positivo en suelo español se conoció el 31 de enero, mientras que en Argentina se confirmó el inicio del brote local el 3 de marzo. En términos absolutos: el país europeo tardó 8 meses y medio en sumar 1 millón de contagios, mientras que el sudamericano sumó esa cantidad en 7 meses y medio. En cuanto a las medidas, el confinamiento español y la cuarentena argentina se dispusieron casi en el mismo momento: el 14 y 20 de marzo, respectivamente.
¿Cabría concluir que la política sanitaria argentina frente a la pandemia tuvo hasta el momento peores resultados que la española?
Sólo podría responderse afirmativamente si consintiéramos olvidar las escenas dramáticas que los mismos diarios madrileños narraban: hospitales colapsados, donde los y las pacientes en estado crítico morían más de espera que del virus, sin una cama de terapia intensiva que los asista, y el personal médico debía decidir qué vida salvar con un respirador y a quién se entregaba a la muerte por carencia de otro.
El personal de salud acumula el desgaste de casi ocho meses de trabajo sin descanso y continúa más expuesto que nadie a contagios. Sin embargo, se han apagado los aplausos de la noche y es difícil imaginar una distancia mayor entre el mensaje mediático de hoy y aquella tapa única de comienzos de marzo. Efímera resultó esa esperanza vana de que esto nos mejore.
No es raro, entonces, que olvidemos también de dónde partimos. El objetivo de la cuarentena, impuesta temprano por el gobierno nacional, nunca fue cortar las posibilidades de contagios y reducir a 0 la transmisión del COVID-19 en Argentina.
Se sabía en el Ministerio de Salud, recién recuperado: se trataba de ganar tiempo para ampliar la capacidad de atención del sistema sanitario, que sería puesto a prueba como nunca antes. No se ignoraba –en muchos referentes, era casi una certeza- que con el correr de los meses se haría cada vez más difícil asegurar el cumplimiento de la cuarentena. Por distintas razones: necesidad económica, hartazgo social o el impulso opositor que simula representar lo primero mientras estimula lo segundo.
Pero resultaba imperioso aprovechar las primeras semanas de efectividad para levantar un sistema de salud devastado. Como le recordó Alberto Fernández a su antecesor, Mauricio Macri, en una reciente entrevista con Alejandro Bercovich. “La cuarentena nos permitió levantar un sistema de salud que vos destruiste, e inaugurar hospitales que por decisión de tu gobernadora (NdR: María Eugenia Vidal) nunca se inauguraron”, dijo. No es nuevo: “Dios nos dio una oportunidad, nos dio tiempo para prevenir el avance del virus”, había dicho el Presidente el 19 de marzo, al anunciar la implementación original del aislamiento social preventivo y obligatorio.
Evitar que ocurriera lo de España, Italia, Estados Unidos o Brasil era el objetivo. No el mejor, sino el único posible. De momento, se ha logrado. Los informes del Ministerio de Salud de la Nación indican que el porcentaje de ocupación de plazas de terapia intensiva para pacientes con COVID-19 apenas se acerca al 65%. La situación es más preocupante en el interior del país, con algunos distritos al borde de la saturación. La mayor parte, a cargo de intendentes o gobernadores de Juntos por el Cambio que han hecho de la anticuarentena una prédica constante.
De todos modos, el propósito central se viene cumpliendo: nadie se ha quedado sin cama, atención médica o respirador. Hasta que llegue una vacuna, se reitera, toda conclusión será momentánea.
Lo confirma Europa, que va por su segunda ola tras el verano que aquí asoma en el horizonte. España abandonó el estado de alarma el 21 de junio, y desde entonces la curva no hizo más que crecer. Tuvo su pico diario en la misma semana en que llegó al millón de contagios y al cierre de esta nota el principal título del diario madrileño El País señalaba que se encaminaba a una nueva declaración del estado de alarma, a pedido de varias comunidades y con apoyo de parte de la oposición. El gobierno italiano se resiste a imponer medidas más restrictivas, pero Francia ha dispuesto toques de queda en las noches y la mitad de la población inglesa está confinada desde el sábado 17. Holanda iniciaba este viernes 23 el traslado de pacientes a Alemania, porque su sistema de salud colapsó.
Si prescinde de la manipulación de los números y la omisión de los datos, al discurso súbitamente libertario de algunos sectores políticos ya no le quedan países con los que identificarse.