Abrir el mundo (u otras cosas)

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Abrir el mundo (u otras cosas)

28 Febrero 2015

Por Gabriela Borrelli Azara

No será esta una diatriba en contra de las Cincuenta sombras de Grey, ni del libro ni de la película. No será esta una nota que cargue las tintas sobre una película más que bajo la máscara de la transgresión y el destape del tabú sigue reproduciendo las mismas formas del deseo monopolizado por el varón blanco, heterosexual y, como si fuera poco, rico.

Pero sí conviene subirse a la ola de fervor erótico que despertó en advenedizos lectores y cinéfilos comerciales. ¿Quieren asomarse al tabú? ¿Quieren experimentar el deseo por fuera de la sexualidad reproductiva imperante? Se trata de abrir el mundo, no de cerrarlo con certezas, sino de hacerlo más grande e incierto. Más inseguro. Que nuestro cuerpo y ojos sean un territorio por explorar. Que nuestras lecturas nos hagan ver lo que no queremos ver. Y si se puede después, liberar a nuestro cuerpo de las trampas de las performance de género o el acostumbramiento sexual.

Y si abrimos el mundo y nuestras lecturas, la supuesta transgresión de las Cincuentas sombras de Grey se esfuma como polvo en la lluvia cuando la comparamos con ciertas obras. Pasen y vean, hay para todo el mundo. Y claro, para todos los gustos. Porque sobre gustos  (y sexuales) hay mucho escrito.

Anaïs Nin, escritora francesa (nacionalizada norteamericana). Hija de padres cubanos nació cerca de París en 1903. Cuando tenía 11 años se fue a vivir a New York con su madre y sus dos hermanos. El abandono paterno marcaría la vida de Nin y su escritura. Comenzó a escribir un diario que nunca terminaría y que se convertiría en una de las más osadas expresiones eróticas.

¿Querés tabú? La segunda parte de su diario (que va desde 1932 hasta 1934) se llama Incesto, y en ella cuenta la relación incestuosa y tortuosa que mantuvo con su padre y también un aborto realizado cuando estaba en una etapa bastante avanzada.

¿Querés transgresión? En 1923 se casa en La Habana con un banquero neoyorquino, Hugh Guiler, y regresa a vivir a París. Ahí escribe un relato que se llama La casa del incesto pero no encuentra editorial que publicara semejante título. Comienza a relacionarse con Henry Miller, quien escribiría luego el también osado Trópico de cáncer. No solo se convierte en su amante sino también en la amante de su esposa June Mansfield conviertendose este trío en uno de los más famosos de la historia de la literatura.

¿Querés más sexo? Bien, en su estancia en París en la casa de Miller, éste recibe una invitación de un misterioso millonario. No había parece mucha pornografía en la época y el onanismo requería imaginación. Al millonario se le ocurrió encargarle a Miller relatos eróticos por el que pagaría 10 dolares la página. Miller se siente ofendido por el pedido, pero a Anaïs Nin le parece una idea bárbara. Delta de Venus, es la recopilación de esos textos pedidos, dónde Nin se despacha de lo lindo. Por momentos pareciera que agarrara el Kamasutra y le diera a cada pose una historia. El único pedido del millonario había sido “menos poesía, más escenas sexuales”. Y así lo hizo Nin.

“A los jóvenes les gustaba ir a ver a Mathilde. Había transformado su tienda en un budoir, lleno de chaises longues, encajes y raso, cortinas y cojines. Martínez, un aristócrata peruano, la inició en el opio. Llevaba a sus amigos a fumar, y a veces pasaban dos o tres días perdidos para el mundo y para sus familias. Las cortinas permanecían cerradas. La atmósfera era obscura e invitaba a dormir. Compartían a Mathilde. El opio los volvía más voluptuosos que sensuales. Podían pasarse horas acariciándole las piernas. Uno de ellos le tomaba un seno, mientras que otro enterraba sus besos en la delicada carne del cuello, limitándose a presionar con los labios, porque el opio ampliaba todas las sensaciones. Un beso podía hacer temblar todo el cuerpo.
Mathilde yacía desnuda en el suelo. Todos los movimientos eran lentos. Tres de los cuatro jóvenes estaban echados entre los almohadones. Perezosamente, un dedo buscaba el sexo de la muchacha, penetraba en él y allí permanecía, entre los labios de la vulva, sin moverse. Otra mano lo pretendía también, se contentaba con describir círculos en torno suyo, y al cabo iba en busca de otro orificio.
Un hombre ofrecía su miembro a la boca de Mathilde. Ella lo succionaba lentamente; todo contacto era magnificado por la droga. Luego, durante horas, podían yacer tranquilos, soñando”

¿Querés algo que te despierte los tabúes? No saber si con quien te acostas y gozas es hombre o mujer o ambos. Eso logra la genial Jeanette Winterson. Escritora inglesa, nació en 1959 en Manchester. Es original, desenfada y potente en su escritura. En Escrito en el cuerpo, Winterson enfrenta los convencionalismos existentes alrededor del matrimonio y las relaciones de pareja. Con una pluma inteligente y poética, y un marcado acento inglés pinta los adulterios más absurdos y las relaciones de parejas más increíbles: “ Hueso de mi hueso. Carne de mi carne. Para recordarte, toco mi propio cuerpo. Así era ella, aquí y aquí. La memoria física atraviesa a tientas las puertas que la mente ha intentado sellar. Una llave de hueso, una llave maestra para entrar en la cámara de Barbazul. La maldita llave que abre la puerta al dolor. El juicio me dice que olvide, el cuerpo aúlla. Los pernos de tu clavícula me desarman. Así era ella, aquí y aquí.” El deseo pasado por el tamiz del surrealismo y la imaginación literaria. Una aventura poética.

Por estas latitudes también tenemos nuestras pornógrafas. Y con plumas exquisitas: Hilda Hist. La editorial Cuenco del Plata nos ha hecho a ls lectores argentinos un hermoso regalo: ha publicado (con traducción de Teresa Arijón y Barbara Belloc) Cartas de un seductor. Tremendo texto que dialoga con el Diario de un seductor de Kierkegaard, y más que dialogar lo reversiona. Un hermano que le escribe a su hermana (Cordelia, igual que en el Diario) en términos obscenos y sexuales. Comparte con ella sus experiencias, hace referencias a las masturbaciones incestuosas que ella mantenía con su padre, a sus propios momentos de incesto, narra con lujo de metáfora la genitalidad. Hilda Hilst es una autora extraña: a los 30 años se recluyó a vivir fuera de la ciudad y nunca tuvo contacto con grupos literarios. Poeta sobre todo, estas Cartas de un seductor integran la trílogía cult-porno-erótica que la autora publicara a comienzos de los años 90. Confesó que había escrito estos libros para ganar dinero, pero cuando fue traducida al francés, los editores de Gallimard aseguraron que Hilst había convertido la pornografía en arte:

“… anoche soñe que te chupaba la concha y subías a los cielos con un arpa entre los muslos (reminiscencias de mamá) y el paisaje y los colores tenían algo de las pinturas de Chagall. Poco después, dos ángeles me cojían por el culo y me lamían con sus penguas platas, podías verlas (las lenguas) me lamían por atrás, pero yo los veía (a los ángeles) de frente como si tuviera pescuezo de papagayo y pudiera girar la cabeza a dónde se me antojara. Después, el propio Dios con cara de lacayo y con la cara de aquel vagabundo del neumático y todo llagado, me ponía un neumático en el cuello a guisa de collar y exhibía no sé qué (cómo calificar a la poronga de dios), un choricito rosado y bastante kirsch, nimbado de estrellas. Yo reventé por dentro. Ví las estrellas (perdón). Desperté todo mojado y pensé: Frau Lotte verá la mancha en la sábana. Entonces me levanté y fui a lavar el pedazo de sábana.”

Irreverencia poética sobre dios, la muerte y el sexo, eso es Hilda Hilst. ¿ Lejano un poco a lo de E. L. James, no les parece?