Alberdi y la Guerra del Paraguay

  • Imagen
  • Imagen

Alberdi y la Guerra del Paraguay

27 Octubre 2012

Por Matías Farías l Cuando Juan Bautista Alberdi publicó, desde el exilio, Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil (1865), el mitrismo lo acusó de “traidor a la patria”. El mote no era novedoso: ya lo había recibido dos décadas atrás por defender el primer bloqueo francés contra el gobierno de Rosas y, algo más que un lustro antes, por haber suscripto, en nombre de la Confederación liderada por Urquiza, un tratado con España en el que admitía que los hijos de españoles nacidos en la Argentina conservaran la nacionalidad de sus padres. Además de “traidor a la patria” para la prensa mitrista Alberdi tampoco podía ocultar sus contradicciones. Y así mientras que en la guerra que acababa de desatarse criticaba duramente la vocación “imperialista” brasilera, sus detractores le recordaban cuánto había elogiado esa misma vocación “imperialista” en ese célebre libro titulado Bases, en el que Alberdi no dejó escapar la posibilidad de homenajear la decisiva intervención de Brasil en la batalla de Caseros; también sus detractores, que no eran pocos aquí, le recordaban cómo había cambiado en tan breve tiempo el juicio que le merecía Paraguay: mientras que en las Bases la Constitución paraguaya era todo un símbolo del atraso colonial, ahora el país gobernado por Solano López lucía como el único ejemplo de un país que había logrado prosperar en una América del Sur que no podía todavía cerrar el ciclo de sus guerras civiles.

Para Alberdi, sin embargo, ése era el punto: había guerra del Paraguay porque persistían las guerras civiles. Dicho de otro modo: con la guerra del Paraguay los países aliados proyectaban al exterior sus propias disensiones internas. Para Brasil, la guerra significaba la posibilidad de “disciplinar” a sectores disidentes a la monarquía en el sur y convalidar la expansión del imperio en el territorio y en la política uruguaya; para la Argentina conducida por Mitre, que es el objeto de atención central de Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil (1865), la guerra era acorde con el propósito mitrista de consolidar el dominio porteño sobre las provincias del interior, es decir, con el interés porteño de reafirmar su poderío militar sobre las provincias, desintegrarlas a partir del desgaste en el combate militar y preservar, de ese modo, la exclusividad de las rentas aduaneras. Por eso según Alberdi no existía contradicción entre su apoyo a Urquiza en Caseros y a Solano López en la guerra del Paraguay: visto desde la perspectiva de la política interna argentina, para que triunfe la “nación” era necesario que la provincia de Buenos Aires sea derrotada. Como fue derrotado Rosas. Y como debería, en la guerra del Paraguay, ser derrotado Mitre.

Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil fue publicado en París en 1865. Consiste en una serie de “cartas” destinadas a la “opinión pública” argentina y suramericana. Su estilo polémico rememora el de las clásicas Cartas Quillotanas y es el escrito que sucede a Las disensiones de las Repúblicas del Plata y las maquinaciones del Brasil, publicado meses antes por Alberdi de manera anónima. En esta selección, presentamos dos de esas “cartas”. Allí el lector podrá apreciar cómo ese liberal acérrimo que fue Alberdi repudia una guerra que fue legitimada en nombre del liberalismo. Como la feroz matanza que habilitó, una de las más grandes entre las clases populares de América del Sur de la que se tenga memoria.

Gregorio Benites (emisario de Solano López) y Juan Bautista Alberdi en una foto tomada en Paris, durante la Guerra del Paraguay


Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil (1865)
CARTA PRIMERA
Motivo de estas cartas

Más de uno de mis amigos conocía ya mis opiniones favorables al Paraguay en la guerra que le suscitan el Brasil y los instrumentos del Brasil. No eran sino la aplicación lógica de mis ideas ya conocidas a lo que puede llamarse una faz nueva de la vieja cuestión que ha dividido a las provincias argentinas con Buenos Aires. Aun esta aplicación era antigua, pues la suerte del Paraguay anduvo siempre paralela, en esa cuestión, con la suerte de las provincias argentinas.

El antagonismo entre el interés local de Buenos Aires y el del Paraguay no es un accidente de ayer, tan antiguo como la revolución de esos países contra España, es hermano gemelo del que tuvo siempre en choque a Buenos Aires con las provincias litorales por idéntico motivo, a saber: el libre tráfico directo con el mundo comercial, que todos se disputan allí, porque es la mina de recursos, la renta pública y el tesoro nacional.

Es preciso olvidar o alterar oficialmente la historia del Río de la Plata, para negar que toda la existencia moderna del Paraguay es un litigio de cincuenta años con Buenos Aires. Empieza con la Junta Provisoria de 1810, continúa con el Gobierno de Rosas, y acaba con el de Mitre. (Véase la octava y novena de estas cartas.)

Mis ideas andaban en el público, y yo me abstenía de darles mi nombre por no contrariar a mis amigos, que no miraban como yo la cuestión del Paraguay.

Pero ya que otros han querido disponer de mi firma para presentar las ideas de que se han empeñado en hacerla responsable, como ideas de conspiración, de traición, de venalidad, yo aprovecho por deber, y no con disgusto, de la oportunidad, que no he buscado, para exponer y explicar a mis amigos las ideas que tengo sobre las cuestiones que agitan hoy a los países del Plata; no precisamente en el interés de mi nombre, sino en el mismo interés de la República Argentina, que sirvo en todos mis escritos.

Toda la Prensa del general Mitre ha recibido la consigna de imputarme el folleto titulado Les Dissensions des Républiques de la Plata et les Machinations du Brésil, como un acto de traición cometido, según unos, por una suma de oro, según otros, por futuros empleos del Paraguay, y según Mitre mismo, por el interés de destruir su presidencia con fines ambiciosos.

Yo no contestaré más que a su excelencia el articulista de La Nación Argentina del 11 de Junio, ya que él se ha encargado de refutar los otros ataques de sus amanuenses, demostrándoles que el que es acusado de conspirar por tomar los primeros puestos de su país, no puede escribir por el interés de empleos subalternos del extranjero, ni puede el que aspira a elevarse fuera o dentro de su país, romper la base de esa aspiración echándose en el fango.

Que el folleto precitado sea o no mío, es cuestión de poca monta, desde que todas sus ideas me pertenecen.

La cuestión no es el folleto, son sus ideas, que son conocidas como mías desde antes que el folleto existiera.

Pertenezco a esas ideas desde muchos años, no sólo en su oposición con el localismo absorbente de Buenos Aires, sino en su afinidad con la tendencia del Paraguay a la resistencia liberal.

Nunca he sido extraño a la oposición argentina, que tuvo por aliado natural al Paraguay más de una vez.

He atacado la Constitución del Paraguay en un libro en que ataqué todas las malas Constituciones de Sud América, inclusas las de mi país. Pero ¿la defiendo hoy mismo? No he atacado jamás al Paraguay. ¿Quién ataca a un pueblo? ¿Con qué motivo? ¿Para qué? Confundir la constitución de un país con el país mismo es un absurdo. El odio a sus malas leyes es amor a su engrandecimiento. Si yo detestase a mi país propio, le desearía la Constitución reformada que debe al general Mitre, pues ella lo despoja de cuanto tiene para darlo todo a la provincia de que ese general pretende hacer el pedestal de su poder.

El Brasil no puede dejar de admirar la actual Constitución argentina, que le ahorra el trabajo de desmembrar y anonadar a la República, que lo venció en Ituzaingó, y cuyos fragmentos pretende absorber.

Las razones que tuve para atacar la Constitución del Paraguay, hace doce años, son cabalmente las que tengo para aplaudir la política exterior en que se lanza hoy esa República, buscando la Constitución digna de ella, que hallará sin duda en el roce directo con el mundo civilizado, de que le hacen un crimen los que desearan desempeñarle su comercio y su gobierno.

Nunca fue indigna del liberalismo argentino la alianza del Paraguay. No es todo malo en ese país. Si todo debiese reprochársele, ¿diríamos también que hizo mal en emanciparse de España? Llámese China, él no es sino el Paraguay, pueblo cristiano, europeo de raza, que habla el idioma castellano, y que un día fue parte del pueblo argentino y capital de Buenos Aires. Su vida actual viene de la gran revolución de América, faz transatlántica de la revolución liberal de Europa. ¿Qué colores lleva? Los tres colores de la Revolución francesa, como Chile. ¿Qué símbolo? La estrella de la fe, como Chile. ¿Qué nombre? La República del Paraguay. ¿Qué Gobierno? El del pueblo, ejercido por un Presidente, un Congreso y Tribunales, subordinados a una Constitución.

¿Soy menos consecuente cuando desapruebo la alianza actual con el Brasil después de haber aplaudido la de 1851? La inconsecuencia estaría en aceptar las dos; la de 1851, que tuvo por objeto libertar a la República Argentina de la tiranía localista de Buenos Aires, y la de 1865, que tiene por objeto restaurar esa dominación sobre las provincias y países interiores; la que sirvió a un interés esencialmente argentino, y la que no sirve sino a estos dos intereses extranjeros: 1° reivindicar la provincia brasilera de Matto-Grosso para su dueño; 2° derrocar al Presidente del Paraguay, para que el Brasil logre su objeto y salve su integridad del mismo golpe con que destruye la de sus aliados o instrumentos.

¿Cómo entonces las provincias apoyan la política del general Mitre en esa alianza? Como apoyan la política americana del general Rosas con doble uniformidad y entusiasmo, sin que esa adhesión hubiera evitado a ese Gobierno su naufragio en interés de las provincias mismas.

No es un hombre, es un partido; no es un libro, es un orden de ideas; no es un hecho dado, son los principios, los intereses, las doctrinas, los sometidos a causa en este debate que lleva medio siglo y que interesa a muchos países […]

CARTA VI
Fines domésticos de la política exterior de Mitre

La política actual del general Mitre no tiene sentido común si se le busca únicamente por su lado exterior. Otro es el aspecto en que debe ser considerada. Su fin es completamente interior. No es el Paraguay, es la República Argentina. Y este es el punto por donde esta lucha preocupa absolutamente nuestra atención.

No es una nueva guerra exterior, es la vieja guerra civil ya conocida entre Buenos Aires y las provincias argentinas, si no era las apariencias, al menos en los intereses y miras positivas que la sustentan.

Pero cómo —se dice a esto—, ¿no está ya restablecida la Unión de la República Argentina? ¿No ha contribuido la misma guerra actual a estrechar y consolidar esa unión? Eso dice Mitre, bien lo sé; veamos lo que hace en realidad. .

¿Qué unión quiere para los argentinos?, la unión en el odio contra el amigo, que ahora cinco años puso en paz honorable a Buenos Aires vencida, con las provincias vencedoras. Por el general López, como mediador, está firmado el Convenio de Noviembre, que es la base de la organización actual de la República Argentina.

Los que hallaron preferible la mediación del Paraguay a la de Francia e Inglaterra, son los que llevan hoy la guerra a ese pueblo a título de bárbaro (1).

¿Qué pruebas ha dado ulteriormente de su barbarie que modifiquen la aplicación de los deberes argentinos? Ha sacado la espada en defensa de la independencia de la Banda Oriental contra el Brasil, y ha entrado en Corrientes, en lugar de dejar que el Brasil ocupase esta provincia, como quería el neutral general Mitre, para que hiciera de ella su cuartel general contra el amigo.

El que entregó la provincia de Corrientes a los brasileros para que la emplearan como una batería contra el Paraguay, es en efecto el que ha traído a los paraguayos en el suelo argentino.

¿Cuál es la unión que el patriotismo del general Mitre evita con el mayor cuidado en medio de la crisis actual? La unión de los argentinos en el goce de la renta de diez millones, que todos ellos vierten en su Aduana de Buenos Aires. El frenesí de amor por la República Argentina no va hasta devolverle sus diez millones de pesos fuertes.

La unión decantada deja en pie toda la causa de la guerra civil de cincuenta años, a saber, la renta de las catorce provincias invertida en la sola provincia de Buenos Aires.

En lugar de unir dos países se han contentado con unir dos hombres. Esto se ha llamado recoger el fruto de una gran política, es decir, conseguir que Urquiza deshaga su propia obra, su propio poder, su propia importancia.

La unión del general Urquiza con el general Mitre, en efecto, no impide que el presupuesto provincial de Buenos Aires, de valor de diez millones de duros, prosiga en plena unión, garantiéndose y pagándose con los diez millones en que consiste la renta total de las provincias, aun después de los cinco años que asignó a esa garantía el Convenio de Noviembre de 1859.

¿Qué hace a este respecto el patriotismo del general Mitre? En lugar de devolver a las provincia sus diez millones de duros, se los deja a Buenos Aires, y envía al Sr. Riestra a Londres a buscar otros diez millones prestados, por cuenta de las provincias, bien entendido, para hacer la guerra al Paraguay; es decir, para desarmar a la nación Argentina del único aliado que puede ayudarle un día a reivindicar los diez millones que Buenos Aires prometió devolverle en el Convenio de unión, de que se hizo garante el Paraguay, y que en vez de devolver aspira a retener para toda su vida, como los retendrá indudablemente mientras la ciudad y puerto de Buenos Aires sean propiedad de esa provincia y no de la nación, conforme a la Constitución reformada por el patriotismo argentino del general Mitre.

Es verdaderamente curioso que Buenos Aires, a quien la nación le tiene prestada toda su renta, por razón de que no le basta su renta local propia, se abstenga de acudir a un empréstito en Londres, y que sea la nación (que no necesita pedir diez millones,-porque los tiene) la que busca en Londres esos diez millones en lugar de tomar los suyos, que le tiene Buenos Aires. ¿Qué hace entretanto el patriotismo argentino de esta provincia? Hace préstamos mensuales a la nación con su propio dinero de ella, a cargo de devolución (sic) y con un moderado interés […].

(1) Dice el Dr. García que yo aconsejé la MEDIACIÓN DIPLOMÁTICA del Brasil para unir esos .partidos argentinos. De donde él deduce que debo aprobar la alianza militar que sirve AL Imperio para despedazar esos países.

CARTA VIII
Lo que sacará Buenos Aires de la guerra con el Paraguay

Buenos Aires no sacará esta vez del Paraguay sino lo mismo que sacó en 1810, hasta que al fin acabe por hacer de ese pueblo el primer guerrero de la América del Sur. Buenos Aires elabora el instrumento que le ha de hacer expiar sus faltas. Recogerá un día el fruto de su injusticia de cincuenta años para con el Paraguay y las provincias argentinas.

Se acusa al Dr. Francia del aislamiento en que ha vivido ese país. Si ese aislamiento sirvió al dictador, más aprovechó a Buenos Aires, y su responsabilidad se divide como sus utilidades. Un día tal vez demuestre la historia que nadie aisló al Paraguay, sino el que aisló a las provincias argentinas de todo trato directo con el mundo.

Es un hecho innegable que en 1814 el Dr. Francia intentó abrir relaciones directas de comercio con Inglaterra, encargando al mayor de los Robertson para que invitara al Gobierno británico a celebrar un Tratado de navegación y de comercio, como medio de escapar a la acción aislamentista de Buenos Aires. Es el mismo Robertson quien lo refiere en su libro.

En 1823 repitió el Dr. Francia la misma tentativa, dirigiéndose al efecto a Sir Woodbine Parish, Ministro inglés en Buenos Aires, y como la anterior quedó sin resultado, a pesar del Dr. Francia. También es Sir W. Parish quien lo dice en su excelente libro sobre el Plata. Dios me libre de querer absolver al doctor Francia; digo solamente que su dictadura fue un resultado, no una causa, y que la causa que creó esa dictadura es la misma que engendró la del general Rosas, a saber: la congestión morbosa o enfermiza de la vitalidad de vastos países en una provincia, en una ciudad, en una mano. Hoy no es una mano; pero las cosas se preparan para reinstalarla como en Marzo de 1835, y la dictadura vuelve esta vez por la mano del Imperio. ¡Pobre Buenos Aires si la triple alianza saliese vencedora! Este triunfo le costaría la perdida de su libertad. Toda la República Argentina quedaría en poder de Buenos Aires, pero a condición de quedar Buenos Aires en poder de un dictador, como en el tiempo de Rosas, y el nuevo dictador en poder del Brasil.

¿A quién puede, en efecto, atribuirse la oposición que encontró deseo del Paraguay sino al mismo Gobierno que protestó en 1845 contra el Brasil, porque entró en relaciones políticas y diplomáticas con el Paraguay?

Cuando murió el Dr. Francia y el Presidente López intentó abrir relaciones con todos los Poderes, el Gobierno de Buenos Aires se opuso a ello, obligando al Paraguay a proseguir en su aislamiento. Entonces el presente venía a servir de prueba del pasado. Pero hoy mismo, en 1865, ¿por quiénes está bloqueado el Paraguay sino por sus eternos bloqueadores de toda la vida, los intereses monopolistas de los que tienen las puertas del Plata?

Hay un hecho que basta para enmudecer a todos los detractores de ese país, y es que el primer Tratado que se celebró para la libre navegación de los afluentes del Plata por las banderas de la Europa no fue celebrado por el Brasil ni por Buenos Aires, sino por el Paraguay, que en Marzo de 1853 firmó el que sirvió de norma y precedente a los célebres Tratados argentinos de 10 de Julio de ese mismo año, ¡protestados por los dos Poderes que hoy bloquean al Paraguay en defensa de la libertad fluvial.

En un periódico de Buenos Aires dijo el general Mitre en ese tiempo que un día esos Tratados serían despedazados y sus fragmentos arrojados al viento. Esas palabras eran gotas de rocío que caían en el corazón del Brasil, y preparaban la alianza reaccionaria y antiliberal, que ha venido a ser un hecho más tarde.

Los que protestaron contra los Tratados de libertad y a causa de esa libertad que los destituye de su preponderancia monopolista, acusan hoy al Tratado paraguayo de que sólo abrió al libre tráfico el puerto de la Asunción. Pero ¿quién le dio ese ejemplo sino el Tratado de 1825, firmado por García, en que Buenos Aires concedió a Inglaterra la libertad de comerciar con todas las provincias argentinas, con tal que no lo hiciera (art. 2°) sino por el puerto de Buenos Aires?

Esa política ha dado al fin sus frutos, como era de esperar.

El Paraguay convertido en soldado, su suelo en ciudadela, las costas de sus ríos en baterías inexpugnables, no pensando sino en la guerra ni sabiendo hacer otra cosa que pelear heroicamente, es el resultado lógico de la política que, desde 1810 hasta 1865, ha sido una protesta y una amenaza constante contra la independencia de esa República y su derecho natural a comunicar con el mundo, por sí misma y sin sujeción a los que han querido imponérsele como su órgano forzoso y violento.

A pesar de que Florencio Várela demostró estas verdades hace veinte años, nosotros acabamos de ser calumniados por los ex colegas del ilustre escritor, a causa de haberlas repetido a propósito de las actuales cuestiones, que no son sino la misma cuestión de 1846, por más que se pretenda desfigurarlas con nuevos nombres y nuevos colores.