Cómo volver sin caer en la tramposa nostalgia: el regreso de los Caballeros de la Quema
Puede que nuestro eterno zorzal, Carlos Gardel, nos haya dicho que veinte años no son nada… ¿y 25 años? Y si encima nos referimos a 25 años en donde nos sentimos atravesados por cambios drásticos en nuestras vidas, donde padecimos una crisis casi terminal en 2001, tuvimos hasta ahora 11 presidentes y ni hablar con los cambios en que nos vemos atravesados con el apabullante posmodernismo. Cuando en el 2000 los Caballeros de la Quema editaban cual sería sorpresivamente su último disco llamado “Fulanos de nadie” ya eran una banda consagrada, (luego del boom que había generado su disco anterior publicado en 1998 llamado “La paciencia de la araña” que contaba con el megahit “Avanti morocha”) aún estaba el inefable Fernando de la Ruina en el gobierno, mientras Domingo Cavallo hacía de las suyas proclamándose como un superministro. Patricia Bullrich recortaba jubilaciones y no faltaría mucho para que anunciaran el “corralito”.
En términos de series, Friends era un verdadero suceso global: la vida de seis amigos neoyorkinos que reflejaban el aún “american way of life” del siglo pasado se juntaban todos los episodios en un café para contar sus aventuras, cuando aún no existían los celulares y la vida virtual superaba al contacto físico.
En el 2000 desembarcaban los primeros realitys: previamente a la primera temporada de Gran Hermano en 2001, se había estrenado un fracaso llamado Expedición Robinson: aquel programa donde varios concursantes competían para sobrevivir bajo en un espacio desolador reflejaría lo que se desataría en diciembre de 2001 luego de una larga agonía repleta de apatía, desolación, desempleo, represión y ausencia de valores comunitarios.
Los Caballeros de la Quema se separarían en 2001, por el impacto que les provocaría la muerte sorpresiva de su tecladista, Garfield. Pero aunque se trate de un tema de afectación particular los motivos de la desvinculación, no dejaba ser sintomático que sucediera en los prologuémonos de la hecatombe y la posterior apertura a una nueva era donde la cultura global parece devorarse todo atisbo de civilización.
Todo este resumen deshilachado es para indicar el verdadero desafío que se propusieron estos músicos del oeste bonaerense que supieron representar aquel colorido foco de resistencia durante los 90 llamado (un poco despectivamente) como “rock barrial” al publicar 25 años después un nuevo disco. En tiempos donde los grupos contemporáneos a ellos se reúnen en tono nostalgioso para evocar viejas canciones, o bien conmemorando viejos discos exitosos, el grupo comandado por Iván Noble vuelven a las andadas con el desafío de eludir la añoranza y no perder la esencia que los hizo originales.
“Fiesta de zombies” se llama y, más allá de que se refiera a una canción que integra el álbum, resulta sintomática la alusión a los “muertos vivientes” que no sólo dominan la literatura poscapocaliptica de nuestro tiempo sino que nuestro nuevo estilo de vida evoca el atolondramiento generacional (“aparatosdependientes” o como supo decir recientemente otro corsario de los 90, Ciro Pertusi, “enfermatozoides presos del celular”).
El nuevo disco de Los Caballeros sostiene con marca indeleble su sello característico que los hizo populares: las letras sarcásticas de Noble, que mezclan de manera tan particular el lunfardo con neologismos se conjugan nuevamente con la fusión donde combinan un rock blusero, con toques de reggae, vientos y bandoneones.
“Otro día en la oficina” (uno de los cortes del álbum y que abre el mismo) es un reencuentro fresco de hecho con aquel primer tema de su álbum debut “Manos vacias” de 1993. Si “Domingo muerto” refería a lo insoportable que podía ser el último día de la semana para un joven en los noventa: que viene de gira, solo y sin un amigo siquiera que responda, “Otro día en la oficina” parece continuar con la temática, criticando la rutina agobiante. Aquel joven callejero ahora, 25 años después, está devorado por el sistema. Sigue buscando un amor compañero que lo libere de la modorra, pero la vida fugaz e instantánea envejecen a “los James Bond” (excursus bostero: mientras Boca sigue siendo un desastre. En “Domingo muerto” empataba 2 a 2 con Mandiyu, ahora empata 2 a 2 con Central Córdoba. En fin…)
Le sigue otro clásico “caballero” que son las canciones de amor: “Y acá me ves”, junto a “Tanto vino bajo el puente” llevan la impronta de las letras de Noble que perduraron incluso bajo su trayectoria como solista. “Pasa la vida, pasan las cosas… pasaras vos…” reza en la canción que nos recuerda en algunos casos a “Hasta estallar”.
“Alma de mocasín”, mientras tanto, continúa la crítica social jauretcheana al medio pelo argentino que han sabido atacar como en su clásico “No chamuyes”. Aunque aquel viejo reggae festivo del álbum “Perros, perros y perros” vuelva a sonar bajo “Fiesta de zombies”, según afirmaba Noble se trata de una manera exagerada una fiesta que se había desarrollado en su casa hace en algunos años.
Más allá de lo efectivo de las once canciones que componen “Fiesta de zombies”, que demuestran el oficio de los músicos que ya se conocen de memoria y además saben resolver sin problemas los temas demostrando la “esencia caballera”, hay tres canciones que sin perder su ADN identitario son una novedad que oxigenan el temerario regreso: un auténtico temazo en modo tanguero llamado “Milonga rota”, donde nuevamente Noble recurre a su estirpe de cronista callejero para dar una semblanza de la calle Corrientes en la actualidad con aires de mezclas de aguafuertes arltianas y dosis de Discepolín. Luego, el clásico tema combativo que siempre fue un clásico de Los Caballeros de la Quema: “Vuelven los cuervos” es la canción más politizada del disco donde el bajo de Pato Castillo construye una pared de sonido que rompe con los clásicos yeites rockeros propios de ellos. Una canción donde Noble va a anunciando la próxima hecatombe, producto del regreso de las recetas neoliberales que supimos elegir y luego padecer como Pueblo. En la canción se identifican los viejos “doctores Frankestein”, “sátrapas” y “leoncitos de cartón” donde no hace falta dar nombres propios para identificar a todos los que integran el actual gobierno argentino.
Finalmente, la tercera canción destacada se trata de un cover: “Costumbres argentinas”. El clásico de Los Abuelos de la Nada ha tenido innumerables versiones, sin embargo, los Caballeros cierran el álbum de su regreso con esta canción haciéndola propia con nuevas violas que le dan un aire ajustado y bien cuadrado, gestando la versión más rocker que pueda existir de aquella canción de un joven Andrés Calamaro. La última frase de aquel cover sintetiza el espíritu de Los Caballeros que, haciéndole honor a su nombre, saben dar pelea a los gigantes sea con espadas o escarbadientes, los muchachos del oeste no claudican ante los nuevos tiempos. Demuestran mantener la vieja costumbre argentina de decir: ¡Minga!