De la atomización a la participación organizada

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De la atomización a la participación organizada

26 Mayo 2013

Por Santiago Gómez l Cuando hace diez años Néstor Kirchner asumía la conducción del Estado argentino, no nacía ni la política ni la participación política en la Argentina, sino que a la misma se la volvía a colocar en el lugar del que había sido desalojada: el de llave de ingreso a un proyecto nacional con justicia social, al que solo se accede si las mayorías tienen la política en sus manos. Cuando Kirchner asumió existían distintos espacios de participación, espacios atomizados, que se ponían en valor si participaban de multisectoriales. Unión de acción le decían, pero entre sí no eran parte de un mismo conjunto, no había un proyecto que los unificara. Los noventa ya habían partido a la CGT en dos centrales sindicales, los organismos de derechos humanos manifestaban entre sí sus diferencias, el movimiento piquetero tampoco era homogéneo y las veces que intentaron unificarse terminaron en dos grandes bloques.

El discurso único que proponía el fin de la historia no podía evitar la participación. Para aquellos que después del genocidio les quedaban ganas de participar, los medios les proponían que lo hicieran en organizaciones no gubernamentales, y llenaban diarios y pantallas con las bondades de esos espacios. Como entre 1976 y 2003 intentaron hacer de la política sinónimo de corrupción, del Estado la cueva de Ali Babá, una ONG era el espacio donde las buenas prácticas y las sanas costumbres “estaban garantizadas”. Para muchos que lucharon por la soberanía nacional, la independencia económica y la justicia social, y que no estaban dispuestos a participar en ningún partido político que atentara contra esos principios, ciertas asociaciones civiles u organizaciones no gubernamentales, les posibilitaban un espacio donde continuar con su militancia, desde confrontar con el sector de poder con el que siempre combatieron y el títere que pusieron al frente del ejecutivo nacional. El CELS es un claro ejemplo de ello.

La altura de Néstor Kirchner radica en que reconoció los distintos espacios de participación existentes y los convocó a la construcción de un proyecto nacional colectivo, porque como expresión minoritaria del justicialismo, sabía que con poquitos no se llega a ningún lado. Convocó a distintas expresiones partidarias minoritarias, dando inicio a la transversalidad, y llamó a los representantes de las mismas: Ibarra, Binner, Juez, Sabbatella, entre otros. Convocó a los distintos organismos de derechos humanos, que por separado también eran poquitos, aunque poderosos. Hizo lo mismo con distintos agrupamientos políticos sectoriales minoritarios, como actores, músicos. También invitó a los dos espacios sindicales minoritarios, la CTA y el MTA de Moyano. Los únicos que no eran poquitos, eran los movimientos piqueteros, devenidos con el kirchnerismo, en movimientos sociales.

La fuerza de los proyectos nacionales y populares radica en el reconocimiento de las diferencias y no en la promoción de la homogeneidad. El kirchnerismo se hizo fuerte reconociendo el derecho de las minorías y se constituyó como identidad cuando confrontó con una minoría poderosa. El reconocimiento de tantas minorías fue lo que posibilitó que no lo tumbara una minoría en el 2008. Reconocimientos que se plasmaron en la historia: el juicio a los genocidas, la Ley de medios y el derecho a tantos medios pequeños a tener un lugar, la Ley de matrimonio igualitario, la Ley de la música, el reconocimiento a los actores de los derechos por interpretación, la Ley de Salud Mental, los feriados por carnaval, entre tantos derechos que el kirchnerismo reconoció y consagró. La diversidad hace a la fuerza y la organización vence al tiempo. Una década así lo demuestra.