Diego Valeriano: "La pandemia nos permitió mostrar lo vigilantes que somos, y la literatura no está exenta de eso"
Por Branco Troiano
APU dialogó con el escritor Diego Valeriano, autor de La no sufras (Milena Caserola, 2021), que dio algunas precisiones respecto de la elaboración de su último libro, Él está vivo y nosotras estamos muertos (Cordero Editor), en el que se lanzó a narrar el asesinato de dos pibes en un barrio popular y cómo la madre de uno de ellos hizo frente al entramado dirigido por la Justicia.
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cómo llegás a la historia y en qué momento y por qué decidís trabajar narrativamente sobre ella?
Diego Valeriano: No llego a la historia. Soy amigo de Ale, conozco a Marquitos y toda la familia. Pasamos muchas cosas buenas y malas, hicimos varias cosas, anduvimos bastante. Hacía un tiempo que no la veía cuando asesinaron a los pibes. Pude contactarme un tiempo después con ella, acompañamos en lo poco que pudimos. A Ale la admiro mucho, un día se me ocurrió escribir un libro sobre ella y salió La no sufras (Milena caserola 2020), y a partir de ese libro fue que ella me pidió que escriba sobre su lucha, sobre cómo los jueces estaban dejando libre a los asesinos, que también escriba sobre Marquitos. No sé si decidí trabajar narrativamente, todo fue pasando.
APU: ¿Cómo fue el proceso de escritura, siendo que en la narración das cuenta de una relación íntima con las personas involucradas en el hecho? ¿Qué licencias te permitiste, hasta dónde el afán por crear un artefacto narrativo que funcione se le interpuso al deseo de, simplemente, llevar a cabo alguna de las maneras de la justicia?
D.V.: Solo empecé a escribir, a hablar con Ale y amigos, a contar algo de la manera más genuina posible todo lo que iba pasando. Nos iba pasando. No hay justicia, no existen maneras de justicia, todo es billete. La policía, los jueces, todo. Nunca tuve la idea de justicia mientras escribía. Nunca hablamos de justicia con Ale. Hablamos de otra cosa, acompañamos su lucha por otra cosa mucho más potente y real. Ni llego a entender de manera total la lucha de Ale, pero sí entiendo que es muy potente, que excede mi comprensión, que va más allá de nuestras nociones del tiempo.
APU: ¿Circuló el texto en el barrio? ¿Cómo? ¿Qué repercusión tuvo?
D.V.: No sé si hay barrio. O sí, hay barrio, el mismo barrio que le dio la espalda, que se escondió, que no dijo nada. Hay otro territorio en el que nos sentimos más cómodas. Un segundeo, su familia inmensa que ella expande cada vez, el San Martín, las películas de zombies, las charlas interminables que vamos teniendo, un andar, las plazas. Ella dice que el libro está bien y eso es un montón. El barrio ni me importa. A ella le gustó. Nos afectamos mientras lo íbamos escribiendo. Le gustó mientras lo iba escribiendo. Lo corrigió, me pidió que saque algunas cosas y que agregue otras. Lo leyó de un tirón de Villa del Parque a José C. Paz. No puedo mensurar efectos, es una amiga que me pidió algo (sin saber bien qué, sin saber por qué acepté) y que aunque no sé si la convenció el resultado final me dijo que estaba bien, justamente por amistad. Creo que en relación con ella poco importa el resultado o el efecto sino lo que nos fue pasando, las charlas que fuimos teniendo, lo que aprendí, cómo evocamos un tiempo, cómo nos segundeamos, cómo intentamos darnos el ánimo necesario para seguir. Ale es una mina increíble, una amiga desbordante, una mamá hermosa. Ella genera efectos en las cosas. La publicación fue afectada por ella y no al revés.
APU: Ahora que encaraste un laburo en ese sentido, ¿de qué manera pueden dialogar la literatura y la justicia? ¿Es un diálogo?
D.V.: No sé bien qué laburo encaré. Intenté escribir a partir del pedido de Ale, creo que no traicioné su amistad. Aprendí cosas, a veces estuve bien, acompañé, creo que a ella en algún punto le sirvió, no en relación a su búsqueda porque paguen los asesinos sino a otra cosa, a algo anímico o afectivo.
Respecto al diálogo entre justicia y literatura, la verdad ni idea, no sé qué significan esas dos palabras, me suenan a chamuyo. Son palabras de otro mundo, de un mundo vigilante, pretencioso y mezquino. No es que no haya diálogo entre literatura y justicia, no hay diálogo con quienes son parte de un negocio que destruye territorios, pibes y posibilidades. Que son la parte peor, más cruel y menos expuesta. Si pienso en los asesinatos de Marquitos y Lucas y lo que pasó, lo pienso como un caso emblemático y lo pienso así porque es el común de lo que pasa, porque es lo que se repite una y otra vez, porque es un destino casi imposible de esquivar para un montón de pibes y familias.
APU: ¿Creés que siempre fue un mundo vigilante el de la literatura?
DV: Escribir puede ser vigilante o no, depende de un montón de cosas, a veces ni depende de quien escribe. A veces es cuestión de suerte. No sé bien qué es el mundo de la literatura, pero por lo que veo de lejos eso que llaman literatura es un mundo bastante vigilante y cargado de opiniones, modas y reconocimientos.
APU: Y la pandemia agudizó bastante la vigilancia...
D.V.: No es que la pandemia nos volvió más vigilantes, creo que nos permitió mostrar lo vigilantes que somos. Nos habilitó poder señalar, espiar, stalkear en función de un valor superior. La literatura no está exenta. No es que somos vigilantes, nos cuidamos entre todes. Lo gorra fue habilitado, señalar al otro fue la nota. De repente estaba bien señalar las conductas de los demás. Si algo tiene de increíble Ale es que buscó justicia sin ponerse gorra, que luchó para que paguen sin ser vigilante, que se movió en este mundo horrible sin claudicar ni un poquito su espíritu de libertad.