“Durante el kirchnerismo el rock nacional se pudo entramar con el Estado nacional”
Por Violeta Rosemberg
Liliana Herrero dijo de ella que es “una persona que anduvo por los suburbios”. Además de eso, Cecilia Flachsland es profesora de escuela secundaria, docente universitaria, periodista y trabajadora del Ministerio de Educación de la Nación. Pero en relación a lo primero, la editorial Casanova, acaba de publicar su libro Desarma y sangra: rock, política y nación. El libro se arma con diez artículos que, a través de recortar acontecimientos de la práctica rockera, van contando la historia reciente argentina: la versión del Himno de Charly; la decisión de los primeros rockeros de cantar en castellano; la tensión entre militantes políticos de los setenta y los primeros rockeros contada desde dos canciones y dos escenas audiovisuales; la causa Malvinas; la cultura de la imagen; el santuario de Cromañón; la Ley Nacional de la Música.
Desde 1989 hasta el 2001, Cecilia editó una revista de música llamada El Biombo que salía mensualmente e incluía, en cada número, conversaciones de todo tipo con músicos, no solamente pero sobre todo de rock. En eso, aprendió y profundizó muchísimo en los que terminarían siendo “sus temas”, esos que la atraviesa, en los que no puede dejar de pensar y desarmar: el rock nacional, la nación, las memorias, los jóvenes y, entramado en todo esto, la política.
Agencia Paco Urondo: ¿Por qué escribiste este libro?
Cecilia Flachsland: Empezó siendo una propuesta de la editorial Casanova, una editorial independiente que surgió en 2008 y ya tiene nueve libros publicados. Yo vengo pensando estos temas hace un tiempo largo, conforman algo así como una obsesión que me acompañó desde hace tiempo. Mi interés siempre fue entender lo que pasa en la Argentina. Vivo en este país, sufro y amo este país y, de alguna manera, siempre quise entender qué es la Argentina, qué es eso que llamamos la nación. Y la forma de entenderla, para mí, en este libro fue a través de un conjunto de canciones. Lo que me interesó fue leer el país a partir de una práctica musical, el rock, y a partir de las prácticas de un sujeto particular, los jóvenes, sobre todo de los sectores populares. Por ejemplo: si escribo sobre el santuario de Cromañón me interesa ver cómo los jóvenes que se manifiestan ahí –siempre en un vínculo intergeneracional crispado- procesaron una herida como la de aquella noche de 2004 y cómo para hacerlo utilizan a su manera las estrategias de la memoria que usaron los organismos de derechos humanos para pensar a los desaparecidos. Podríamos decir que me interesa indagar en las memorias de este país y el rock nacional creo que es una de esas memorias fundamentales, al menos de la historia reciente. Y tiene sus particularidades, sobre todo, porque es una música que nació con una intención modernista, la de sustraerse de las identidades nacionales en nombre de una identidad universal, planetaria, y terminó convertida en una de las músicas de la patria. Esta tensión está en casi todos los artículos del libro.
APU: El libro compila varios de tus textos y sumo uno nuevo, ¿cómo fue el proceso de selección y escritura?
CF: Tenía muchos de los escritos, que habían salido en distintas revistas culturales, y los compañeros de la editorial pensaron que ordenándolos, agregando algunas cosas y con un prólogo se podía armar un relato más general que permitiera pensar la historia reciente a través del rock. Tomé nueve de esos artículos ya escritos, algunos inéditos, y escribí uno nuevo especialmente para este libro sobre la etapa kirchnerista. Porque sin este último, el tono general del libro iba a ser algo desencantado y no estoy tan segura de estar en esa emoción en el presente. Es decir, sin este último artículo las ideas de nación y de patria iban a quedar como fallidas, trucas, como aquello que no se había podido concretar. Y dado que las novedades políticas de los últimos años fueron tan importantes me pareció justo escribir algo específico sobre estos años. El único artículo que tenía que ver con el kirchnerismo era el de Cromañón (N.d.R: un tema que Flachsland ha investigado durante años y sobre el que ha publicado mucho) y decir solo eso no terminaba de ser justo con estos últimos años, en los que persisten las injusticias pero, sobre todo, se hizo una tarea de recomposición del Estado y del sentido que de alguna manera nos permitió volver a creer.
APU: Cuando se piensa el rock nacional ligado al kirchnerismo se suele afirmar que no hubo nuevas bandas, que el rock nacional se acható durante los últimos 12 años. ¿Qué te parece?
CF: Si pienso qué fue lo relevante durante el kirchnerismo en cuanto al rock, no pensaría solamente en términos de renovación estética o surgimiento de bandas, sino que la novedad, para mí, es que por primera vez, en sus 50 años de historia, el rock nacional se pudo entramar con el Estado nacional. Ese entramado no es superestructural sino que es producto de una construcción que tuvo su origen en la década del 90. Hay una anécdota que explica bien esto: en el año 2006 Néstor Kirchner aprobó un decreto para reglamentar la Ley del Ejecutante Musical, una ley anacrónica por dónde se la mire. Esto generó un movimiento asambleario de músicos de todos los géneros que pidieron que se derogara y explicaron porqué. Tanto ruido hicieron que el propio Néstor Kirchner los recibió y les dijo “perdón, muchachos, me equivoqué”. Y desde ahí comenzó un nuevo y largo proceso que terminó en el 2012 con la sanción de la Ley de la Música, un texto que contemplaba muchas de las demandas de aquellos músicos organizados. Este ejemplo me parece que habla de lo que el kirchnerismo fue: un momento político capaz de reconocer que para reinventar el Estado, después de la desintegración del 2001, había que convocar a aquellas invenciones sociales, entre ellas las organizaciones de músicos independientes, que durante los noventa habían resistido la desolación inventado nuevas formas de vida.
En este mismo sentido me parece que hay que pensar qué significa que los jóvenes –ya no tanto, cuarentones- que hoy están participando en política, ya sean militando o siendo funcionarios, pienso en casos como el del Cuervo Larroque o el mismo Máximo Kirchner, fueron formados en la cultura rock de los noventa, sus intelectuales tal vez sean el Indio Solari o el Chizzo de La Renga. Eso me parece interesante: hay una generación que llega al poder y que se formó participando activamente en la cultura del rock nacional de los noventa, cuando las intensidades políticas había que buscarlas en otros espacios. Me animo a decir que, después del desencanto del alfonsinismo, de la primavera democrática, fueron muchos los jóvenes que dejaron de tener a los políticos como referencia y que empezaron a buscar a sus referentes entre ser los músicos de rock. El otro día, en una entrevista a Máximo Kirchner en Santa Cruz, se podía ver que atrás tenía un poster de Evita y de Néstor que decía “Vivir solo cuesta vida”, una frase de una canción de Los Redondos y creo que ahí hay algo para pensar o que, al menos a mí, me interesó. En el último artículo del libro me propuse pensar qué significa que el peronismo se vincule con el rock de una manera más orgánica por primera vez. Los grandes músicos de rock siempre fueron un poco antipopulistas, tal vez algunos del heavy metal o Pappo fueron un poco más peronistas, pero yo creo que el peronismo ha tenido otras bandas de sonido más vinculadas al folklore, por ejemplo. Esto también es un cambio de los últimos años.
APU: ¿El título cómo surge?
CF: Hubo varias discusiones con los compañeros de Casanova, al principio, un poco en chiste y un poco en serio, creíamos que el título tenía que ser “¿Por qué odiamos a Manu Chao?”, porque uno de los artículos trabaja sobre la idea de que la música de Manu Chao visita de manera entre turística y alternativa las tradiciones musicales de América Latina y eso, de alguna manera, disuelve las identidades nacionales. Finalmente, elegimos Desarma y sangra por la canción de Serú Giran, por supuesto, y también para subrayar que si el rock tiene alguna potencia es la de desarmar algunas cuestiones instituidas para permitir pensar y sentir otras cosas y en ese desarme, como en todo aquello que vaya contra lo existente, siempre hay una cuota de sufrimiento.
APU: ¿Vos dirías que es desarmar lo que hace el rock?
CF: Yo diría que sí. Porque no es una revolución el rock, es un desacomodamiento. El rock nace dentro de la industria cultural, en tensión con esa industria, no nace queriendo destruirla. Está ahí adentro y desde ahí logra desarmar ciertas lógicas inventando, por ejemplo, formas poéticas, sonoras, formas de estar parado en un escenario y lógicas de producción que incomodan a las industrias concentradas. El rock es un “hibrido foráneo”, como decían los folkloristas que criticaban al rock, o sea, una música que nació en otro idioma, que llega desde los países dominantes y que, sin embargo, puesto a jugar en la cultura argentina todo eso se desarma y se inventa otra cosa. No sólo si es posible una vida intensa sin desarmar, yo a la idea de desarmar la veo como vital: desarmas lo instituido, sangrás y desde ahí creás vida, obra, vínculo, comunidad, nación.
APU: ¿Cómo es la relación entre los jóvenes y el rock? Es algo que está presente en todos los artículos que recorren el libro.
CF: Eric Hobsbawm explica muy bien que la gran revolución cultural del siglo XX es revolución que protagonizaron los jóvenes. Es en aquel contexto que los jóvenes empiezan a ser un sujeto social predominante. La matriz cultural del rock es claramente esa, se trata de una música que se propone como un grito generacional de transformación. Y decimos esto sabiendo cuáles fueron todas sus limitaciones porque los jóvenes no son trabajadores, no ponen en riesgo al capital en el sentido más clásico sino que proponen otro tipo de transformación, simbólica, cultural. Pensar el rock, en algún punto, es pensar a los jóvenes, aunque hoy tal vez ya no sea la música predominante que escuchan. Pero como dijo Beatriz Sarlo: “Bertolt Brecht nunca fue joven y Mick Jagger nunca será viejo”.
A mí siempre me interesó pensar a los jóvenes, también por supuesto por mi oficio, el de enseñar. A mí el rock nacional me ayudó a armar mis clases. Muchas veces, cuando el vínculo con los estudiantes estaba en riesgo –es decir, en todas las clases- la música me ayudó a construir lazo, vínculo, algo común para después poder enseñar lo que tenía que enseñar.