“El idioma de la danza”: reflexiones sobre el devenir del cuerpo
Foto: Silvina Gianibelli
El idioma de la danza (Editorial Excursiones, 2021) es una antología de textos escritos por bailarines, coreógrafos y directores que reflexionan sobre el devenir del cuerpo en la danza con un registro altamente poético y existencial.
Escriben: Adriana Barenstein, Lucas Condró, Ana Frenkel, Roxana Galand, Viviana Iasparra, Silvio Lang, Ana Laura Lozza y Bárbara Hang, Leticia Mazur, Marina Sarmiento, Diana Szeinblum, Gustavo Tarrío, Florencia Vecino y Rhea Volij.
AGENCIA PACO URONDO comparte el ensayo de la coreógrafa, dramaturga y directora teatral Adriana Barenstein incluido en el libro.
Anotaciones sobre el tiempo, por Adriana Barenstein
Soy este cuerpo, maraña de acontecimientos, combinatorias, fuerzas, pesos, fluidos. Este cuerpo, no aquél ni ese otro; soy esta visión del mundo. Al bailar, pongo en movimiento y multiplico tanto los puntos de vista como la vista del punto. Mover y multiplicar los mundos posibles, inventar la unidad en el caos para volver a lo inestable, perder el foco, recuperarlo y transformarlo en estallido, abandonarlo para volver a unirlo, recordarlo para olvidarlo. Bailo, deslizo las huellas y soy la madera, la piedra, el agua, la tierra sobre la cual me muevo. Soy el vacío que me rodea y el tiempo que tardo en llenarlo. Puedo todavía más lento si quiero, más rápido si puedo y durar más porque dilato, persisto mientras soy el horizonte que ya no está, el límite que se escapa, la frontera inestable. Enfoco y desenfoco, construyo mundos inmensos que se achican repentinamente. No hay punto quieto en un mapa tan desordenado, caótico, inestable, como acotado y contundente. Bailo, baila, bailan, bailaron. Mientras, despliegan las fuerzas que corren el horizonte, espejismos de peso, materia, espacio ilimitado en la piel de este cuerpo limitado hecho de detalles, calores, miradas. Mi cuerpo como pliegue en despliegue, como lleno en el vacío, movimiento desordenado entre la colección de huellas que soy en este posible metro cuadrado que ocupo, estos kilos que peso y los litros de líquido que cargo, en esta agitación de acontecimientos, huellas, memoria, olvidos, deseos, olores, dolores, apegos y sustancias que se cruzan en esta que soy. Soy mientras muevo, desocupo, descoloco, caigo, espero, deslizo, resbalo, peso. Concéntrica y excéntrica. Centro y periferia. Pesos y direcciones. Todo junto mientras bailo. Mientras bailan. Mientras bailaron. Mientras bailás. Mientras.
Por eso escribo, muevo y deslizo el punto de vista. Sin querer soy yo que es ella que somos nosotros que son ustedes y por momentos ellos. Una confusión de planos, capas, voces, miradas, sensaciones. Mientras bailo todo eso. Y, además, intento escribirlo. Mientras escribo, bailo.
Giro, resbalo, salto. Tambaleo. Corro hacia allá. Caigo. Camino y me detengo. Ella anda, va y viene, levanta un pie, lo apoya y avanza. Ella soy yo y podemos ser nosotros y también ellos y a veces vos, todos o ustedes, algunos o ninguno. Ella espera, queda en silencio un rato, busca mientras se detiene, retoma la marcha. En cada movimiento, todos los movimientos; en cada gesto, todos los gestos. Podríamos ir hasta la orilla. Un paso y ya es pasado. Se sienta y espera, espera para seguir. Ella iría hasta la orilla de luz, muy lejos. Resbalo, salto, corro hacia allá. Acelero, pierdo el equilibrio y caigo. Me recupero. Sigo. Camino. Necesito ir más rápido para saber si resisto más y más y más. Si resistimos.
Ella avanza, es inevitable, avanza hacia la orilla. Ellos se acuerdan y esperan, se acercan, se encuentran y otra vez se pierden. Chocan, caen, rebotan. Alguien llora mientras otro ríe y gira para volver atrás. De vez en cuando se detienen. De vez en cuando se demoran en la misma luz, bajo el mismo cielo. Sobre el mismo suelo. Puedo sentarme a esperar y otra vez el impulso y volver a empezar antes de caer una vez más. La insistencia en su mirada, aterradora de tan intensa. Ellos llegan hasta el borde de su aliento.
Espero. Ella espera. Esperaron. No hay antes ni hay después. Hay la vibración de las fuerzas todas juntas en un gesto completo, eco de otros gestos suspendidos y exhalados ya. Ruidos que chocan, voces. Silencios lanzados de lado a lado atraviesan los cuerpos. Sucede mientras sus ojos miran el borde, la orilla misma de su piel. Alguien grita. Otro canta. Ellas miran. Nadie oye.
Ella se acerca con una pesadez sin pliegues. Voy hacia el otro lado, resbalo, me pierdo, peso en un vaivén de acá para allá, de ayer hasta hoy, de un minuto a otro. La persistencia en sus huesos, espeluznantes de tan livianos.
Que si me pruebo, que si creo que ya no. Tal vez. Ella baila en la orilla, en la orilla de luz. Todavía baila. Bailan. Mi espalda, tus huesos, sus ojos se inclinan. Abajo, arriba, un poco en diagonal, mejor más allá y del otro lado, la pierna desde acá, los brazos no sé dónde. Intemperie, la orilla muy cerca. Muy cerca de qué, muy lejos de dónde. Concentrada, vestida de blanco y girada sobre sí misma en grado máximo, ella baila. No encuentra su mano, tu mano. Tal vez se complicó demasiado en esta posición extraña en la que está, enroscada. No puede seguir. No intenta seguir. Hay una constancia en su piel, estremecedora de tan suave.
Todo de nuevo. Pruebo. Los pies se convierten en manos, las manos en pies y es entonces cuando caigo. Caemos. Caen. Ya es tarde para estar de pie. Sin embargo, lo intento. Alguien grita, de nuevo. Otro canta. Respiro. Me refugio, acurrucada y contenida por mi fuerza. No necesito una atmósfera, un techo. Mi cuerpo me protege. Ella quedó a la intemperie pero lo intenta. Pie derecho, mano izquierda, nuca, el peso hacia la derecha, se eleva desde la mollera. La insistencia en su voz, aterradora de tan potente.
Otra vez arriba, estoy acá. El horizonte se evapora en la misma luz, cielo, túnica, piel, membrana o envoltorio. Soy esta esfera móvil, extraña forma y acá yo, desenrollada, desenroscada. Envuelta. Ya mismo tengo que dar el próximo paso, para el otro lado, para volver. Bailo mis huesos, todo acá adentro circula, fuerzas y vibraciones y mi sangre me recorre en esta que soy.
Un salto, se pone de pie, levanta la mirada y camina. Busca mientras avanza. Mueve las piernas con esfuerzo. Parecen sumergidas. Camina. La cabeza alta, los ojos mirando lejos, los pies ligeros y los cambios repentinos, camina. Con los brazos que acompañan cada paso y los hombros listos, a punto de girar, escapa. Un silencio total en el sonido de su cuerpo andando. Iría hasta la orilla, hasta la orilla de luz, en la sombra suya. En la sombra de su sombra, pavorosa de tan liviana.
Después de dar diez pasos hacia el horizonte, ella frenará repentinamente. Mañana, en silencio, girará la cabeza y parte del torso y sus manos caerán al final de los brazos largos y lánguidos. No alcanzará a saber cuánto tiempo podrá sostener esa posición. Ella terminará de girar, un día, el resto de su cuerpo. Tal vez podrá iniciar con un cambio de dirección, sutil, apenas un gesto desdibujado y desde ahí bajará la cabeza lentamente, mirará el suelo y seguirá camino. Piensa en membranas. Soporta esos diez segundos de silencio hasta volver a caer después del golpe seco y repentino.
Nadie oye, alguien mira, todos corren. Miro hacia abajo y me detengo ahí. No miro hacia atrás, no sigo, no avanzo. Respiro. Siento el peso como una dirección y me dejo llevar. Ella cae lentamente. Luego se desploma. El derrumbe. Caminó dos pasos hacia la luz, se sentó con las piernas extendidas y el sol en la cara. Ella piensa en estallar, en volar por el aire. En gritar. Ellos se pierden sin referencias, ni fondo, ni plano, ni contorno. Solo manchas. Buscan. Ella se apoya en el aire. Hay nubes, ahora. Se entrega al desorden, resbala y al final de la caída y del acelerado movimiento se detiene con un golpe rotundo y seco. Tuvo la impresión de llegar al fondo mismo del mundo, como si volara por el aire. Como una explosión en el centro de su cuerpo. El centro mismo de su cuerpo descentrado. Terminó de sentarse y las nubes amontonadas ya habían pasado. En sus ojos, una cierta tristeza.
Todo se cruza en mi cuerpo ya. Me desoriento en este instante y el aire a mi alrededor tiembla. Ando. Avanzo. Bailo. Retrocedo. Sigo. Me recupero, respiro y caigo. Todo se fuga. Ahora, ya, antes, todavía, durante, ayer, hoy, mañana, en un año más, hace diez, hace mil años, hace siglos. Algo acá en mis huesos, tus articulaciones, nuestra respiración, una mirada y mi caída. Caminamos. Corremos. Caemos. Nos levantamos. Nadie oye. Nos demoramos. Esperamos la luz concentrada en la orilla. Seguimos. Avanzamos y no. Algo, alguien, todos, algunos. Ya mismo los veo deslizarse, volar desde lejos con ese olor. Vienen desde aquellos cuerpos y de más atrás, con una obstinación imponente de tan constante.
Desde cuándo y hasta dónde llego. Todavía puedo. Mis articulaciones avanzan solas, mi peso te sostiene en cada movimiento. Tu ritmo avanza hasta la orilla. Bailamos. Bailamos y frenamos, bailamos y aceleramos, bailamos quietos. Me detengo para respirar. Giro. Me agito. Qué ilusión dejarme llevar, más velocidad, ojalá pueda. Ya pasaron esos movimientos, aquellos cuerpos, estos colores, algunos ruidos. Todo de nuevo. Otra vez. Hoy, bailo. Quiero deshacer el lugar, inventarlo de nuevo y entonces pruebo con ruidos, cadencias, golpes, heridas, choques, prisas, quiebres. Puedo llenarlo, gastarlo, ocuparlo. Puedo evocarlo. Puedo saltar hasta envejecer, durar hasta no poder más, hasta mucho después. Otra vez estoy de pie. Imprecisa, inexacta, pero de pie. Acá está mi cuerpo. Acá estoy.
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