El “realismo socialista” o la tergiversación burocrática del arte revolucionario

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El “realismo socialista” o la tergiversación burocrática del arte revolucionario

09 Septiembre 2012

El “realismo socialista” o la tergiversación burocrática del arte revolucionario

Si el arte abstracto es la expresión de la burguesía imperialista en retirada, reflejando la actitud de una clase sin perspectivas históricas, el «realismo socialista» manifiesta en el terreno artístico las imitaciones y el reaccionarismo de la burocracia soviética. Pero mientras aquél nace naturalmente de la crisis capitalista, expresando el estado de ánimo que esas crisis han producido en determinados sectores de la sociedad y dando algunas obras de verdadero valor formal, éste no surge espontáneamente de la nueva realidad total creada por la Revolución Rusa, sino que resulta de una imposición coercitiva ejercida sobre el artista, frustradora de su expresión sincera, y negadora, por lo tanto, de toda posibilidad de concretar un arte valedero.

El «realismo socialista» deriva del triunfo de la reacción burocrática en la Unión Soviética. En lugar de esperar a que la modificación de la sociedad engendrara por sí misma un nuevo arte que la reflejara, se determinó «a priori», burocráticamente, el estilo artístico de la nueva época, imponiéndolo por la fuerza y haciéndolo servir los intereses de la casta dominante. Así nació esa conjunción de un naturalismo archicaduco y superado con un anecdotismo, caracterizado por su obsecuencia a los jerarcas thermidorianos y cuya índole reaccionaria corre paralela a su carencia de valor estético. Trotsky la describió con palabras que merecen ser transcriptas:
«El estilo de la pintura soviética oficial de nuestros días es llamado “realismo socialista”. El nombre mismo ha sido inventado evidentemente por algún alto funcionario del Departamento de Bellas Artes. Este “realismo” consiste en la imitación de daguerrotipos provincianos del tercer cuarto del siglo pasado; el carácter “socialista” consiste, aparentemente, en representar, a la manera de la fotografía amanerada, acontecimientos que nunca se realizaron. Es imposible leer la poesía o la prosa soviética sin asco físico mezclado con horror, o ver las reproducciones de pinturas o esculturas en las que funcionarios armados con pinceles y tijeras, vigilados por funcionarios armados con Máusers, glorifican a los “grandes” y “geniales” dirigentes, sin la menor chispa de genialidad o grandeza. El arte del período stalinista quedará como la más franca expresión del profundo descenso de la revolución proletaria.»

Se pretendió posteriormente dar una justificación teórica a este engendro de anacronismo y servidumbre. Justificación que, por su endeblez, trabajó objetivamente en el resto del mundo en
pro del abstraccionismo y otras tendencias artepuristas. Con el pretexto de hacer un arte comprensible y llegar por esta vía a las masas, se cayó en la elaboración de pésimos afiches políticos. Arte para el pueblo significó dejar de hacer arte. En verdad, se trata de promover la reintegración de éste con la sociedad, lo cual sólo es posible a través de un permanente y efectivo contacto mutuo. Siendo necesario subrayar que la auténtica obra de arte únicamente surge cuando el artista goza de libertad en la elección de sus medios expresivos. Pero como el arte es un testigo insobornable de la realidad y un factor de extraordinaria importancia en el desarrollo social, esa libertad no podía venir de la casta parasitaria soviética, que asentaba su poderío en la deformación del proceso revolucionario.

Se acusó de arte burgués decadente a toda manifestación que no se ajustara estrictamente a los moldes del «realismo socialista». Sin comprender que la única forma de eliminar de la producción artística toda vestigio de decadencia burguesa no era prohibiendo por decreto su aparición, sino eliminando las circunstancias sociales que la originaban. Y que la única forma de que surgiera un arte socialista era promoviendo el advenimiento real del socialismo.

El arte aflora de la realidad de manera espontánea, respondiendo a las necesidades de esa realidad, y adquiriendo las formas que más se adecúan a su expresión. Así nacen, se desarrollan
y mueren los distintos estilos, en íntima conjunción con el nacimiento, desarrollo y muerte de determinadas circunstancias sociales. Pretender imponerlos arbitrariamente y desde arriba, resuscitando del pasado estilos que correspondían a una realidad ya superada, no puede menos que conducir a la asfixia del arte y a su desaparición. Reducir éste al papel de un mero testimonio fotográfico de la apariencia física de los objetos es quitarle su razón de ser. La espiritualidad de una época se manifiesta en la obra de arte, a través de la interpretación que hace el artista de la realidad física, pero no reproduciéndola servilmente. Partiendo de ella, el arte crea una nueva realidad en la que está presente la actitud del hombre. Actitud que no es siempre la misma, no pudiendo, por lo tanto, ser los mismos los contenidos ni las formas de la obra artística.

Aclaremos que el «realismo», como estilo, no fue tampoco una mera copia despersonalizada de la realidad física, sino su interpretación, correspondiente a un determinado período histórico. Absurda resulta, también, la pretensión de concretar un arte socialista en un medio que, como el del mundo occidental, vive bajo la férula del capitalismo, o, como al soviético, mucho le falta aun para poder calificarse a sí mismo de socialista. La fórmula estética de invención burocrática carece tanto de justificación teórica como de realizaciones prácticas meritorias. Es nada más que un rótulo con reminiscencias marxistas, elegido por la casta usurpadora del Estado soviético, para ocultar la intención de encadenar el arte poniéndolo al servicio de sus intereses.

¿Por qué razón el primer Estado obrero de la historia, es decir, el ordenamiento social más avanzado del mundo, impone, a poco andar, una caduca visión formal del arte, que corresponde a las capas más atrasadas de la pequeña–burguesía pre–revolucionaria?

La respuesta a esta pregunta la encontraremos en el estudio del proceso de deformación burocrática del Estado Soviético, posterior a la Revolución. Consolidada ésta, y por la gravitación de factores que no es el caso analizar aquí (su aislamiento, cerco imperialista, atraso histórico de Rusia, etc.), el poder se desplazó de manos de la vanguardia obrera a manos de una burocracia de extracción pequeño–burguesa que copa todos los sectores del aparato del Partido y del Estado, y que, con la liquidación (apoyada y promovida por ella) de la vieja guardia bolchevique, pasa a ocupar los cargos directivos de la sociedad soviética, imponiendo desde ellos la retrógrada concepción que poseía del arte la pequeña–burguesía rusa de antes de la revolución. De ahí que el destino cultural y artístico de la U.R.S.S. dependa del desplazamiento, de la dirección del Estado, de estos sectores burocráticos que aun hoy recomiendan a la juventud el retorno a formas artísticas vigentes a mediados del siglo pasado, y que recién en 1917 la pequeña–burguesía rusa  había comenzado a asimilar.

El problema se ve agravado por el hecho de que el ámbito cultural soviético ha estado durante los últimas décadas regido coercitivamente por esta mentalidad, creándose de este modo enormes dificultades a las nuevas generaciones artísticas, que buscan una más adecuada concepción del arte y la cultura. En nuestro país, la pobreza teórica y práctica del «realismo socialista», alejó a muchos artistas de talento del campo artístico revolucionario, llevándolos por reacción hacia las manifestaciones artepuristas. Por sus mismas limitaciones, trabajó contra el surgimiento de una expresión artística nacional, complementando así la acción disolvente del imperialismo en el terreno cultural.

Como consecuencia de la falsa apreciación de las relaciones entre contenido, tema y anécdota, confundió lo nacional con el pintoresquismo, y lo revolucionario con el populismo. Creyó hacer
arte revolucionario a través de la representación anecdótica de los aspectos más negativos de nuestra realidad social, dando un mensaje desesperanzado en un momento caracterizado por el ascenso revolucionario de las masas. No podía ser de otro modo, dada la supeditación ideológica y material de sus artistas representativos al aparato del Partido Comunista, consecuentemente ubicado en el terreno opuesto a los intereses populares. Ni siquiera en la elección de los temas fueron revolucionarios, ya que cuando las masas se lanzaron a la calle, gravitando poderosamente en la política del país y brindando un material temático positivo, acorde con la realidad vigente, ellos rehusaron utilizarlo, pues, conformes con la definición partidaria, desconocían la progresividad de ese hecho.

Y cuando la reacción oligárquico imperialista se enseñoreó del país, fusilando a mansalva al proletariado argentino, ignoraron estas acciones, ocupándose a modo de compensación, de lejanas luchas de otros pueblos contra otros imperialismos, o prefiriendo continuar con tibias y no comprometedoras representaciones de corte liberal populista, pero siempre de espaldas al drama real que se desarrollaba ante sus propios ojos.

Como se comprenderá, este tipo de revolucionarismo conviene a las clases dirigentes, lo que explica su tolerancia y su empeño en identificarlo con el arte revolucionario, desprestigiando a
éste e impidiendo el surgimiento de una expresión nacional con él identificada. No obstante, reconozcamos que algunos de los artistas verbalmente adscriptos al «realismo socialista» han logrado obras de significación nacional, pero destaquemos que lo han logrado en la medida que su adscripción a tal tendencia fue sólo de palabra. En la medida en que, rompiendo los moldes de un realismo caduco, encontraron nuevas formas expresivas de nuestra realidad.

El «realismo socialista», surgido como expresión de la burocracia soviética en un momento de retroceso revolucionario mundial, ha entrado en crisis en el preciso instante en que se inicia una
nueva etapa en la lucha del proletariado. Su fracaso y desprestigio se acentúa con el ascenso revolucionario de las masas, que impone nuevas y urgentes necesidades artísticas. Su agonía, cada vez más acentuada, adelanta la inevitable desaparición de la casta parasitaria que lo engendró. Su reemplazo en América Latina por un arte verdaderamente revolucionario corre parejo con la transformación revolucionaria de nuestra realidad.