La Máquina de los Abrazos
Por Verónica Cohen
La aparición del celular cambió nuestra disponibilidad. Somos alcanzables por el mensaje y alcanzadores de mensajes a toda ahora y en todo lugar. Con internet en el celular ya no solo somos dispositivos en el rango de señal, sino que también somos alcanzables “gratuitamente”, porque - aunque para esto paguemos un plan más caro- el costo va a ser el mismo así hablemos con una persona que con miles de grupos. ¿Por qué no hacer uso intensivo del mismo? Podríamos quedarnos acá pensando en nuestra nueva “ontología cyborg” o tendencia a maximizar beneficios sobre costos fijos, pero nos alejaríamos del objetivo: pensar el amor atravesado, mediado por el whatsapp. ¿Cómo y qué es amar en la hiper conexión?
Trabajo, novios/novias, filitos, touch and goes, grupo de amigos o amigas del colegio, del trabajo etc. Engañamos a unos con los otros, y engañamos a todos con nuestra vida cotidiana o a nuestra vida cotidiana, esa que llamamos real, con la virtual. ¿Pérdida del valor de la monogamia? Cuando algunos criticaban el amor como propiedad privada, no creo que este fuera el panorama que se esperaba. El no cuerpo del puro contacto, no se parece a ese cuerpo en busca de otros cuerpos que pensaban algunos cuando proponían nuevas formas de amar, que no tuvieran como límite el par, la pareja de dos.
Pero el cuerpo igual se busca. Para eso, la técnica hace lo que el cuerpo no puede. Frente a la vergüenza del “levante”, tenemos la palabra escrita donde siquiera nuestro cuerpo aparece en la letra ya que por suerte tenemos caracteres predeterminados. Incluso si whatsapp nos parece muy atrevido, podemos hacer uso de otras aplicaciones que encuentran cuerpos disponibles a nuestro alrededor en instantes. Por ejemplo, Tinder es una aplicación que se puede descargar gratuitamente y nos informa la ubicación de otros usuarios que están cerca nuestro geográficamente. Podemos “chatear” con ellos y si alguno o alguna es de nuestro agrado podemos concertar una cita. Y si nuestro laissez faire virtual no congenia con nuestra monogamia real, siempre está el Telegram, la versión de Whattsapp para la “trampa” que automáticamente borra los mensajes que mandamos para que nuestra pareja, la real, la que lava nuestras medias cual canción de Pimpinela, no se entere de esta “second life”.
¿Para qué el whattsapp? ¿Qué decimos? Para el lingüista ruso Roman Jackobson la función fática es aquella donde el hincapié está en corroborar el canal de la comunicación. Confirmar que hay una conexión física y psicológica con nuestro receptor. Difícil decir que esta no es la función predominante del whattsapp. Como perros en los árboles, marcamos territorio en las memorias de los celulares de los otros. Decimos “acá estoy, te hablo y me podés hablar”. Antes de ponernos prejuiciosos y criticones: ¿no es acaso la función fática la función de las conversaciones entre enamorados? No hablar de algo, sino simplemente seguir hablando.
“Ser es ser percibido” según George Berkeley. Si lo que perciben son nuestros cuerpos, con el celular somos seres oculares, somos al rango del ojo. Somos con muchos y al mismo tiempo y todo el tiempo. Sin embargo, el otro puede parecer menos temeroso a través de una pantalla en la cual podemos incluso, porque nos aparece su última actividad en la aplicación, controlar sus movimientos de entrada y salida. Pero cuando se presenta no deja de ser un cuerpo. Oliver Sacks cuenta el caso de una chica autista que, como no soportaba la idea de un abrazo humano pero al mismo tiempo los necesitaba con locura, construye una máquina de los abrazos, que no era más que gomas que le apretujaban el cuerpo. Tal vez, un poco decepcionantemente, el futuro del amor tenga más que ver con construir máquinas de abrazos que nos contengan mientras chateamos con nuestros dispositivos móviles, que con utopías eróticas reales.