La revolución no será olvidada

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La revolución no será olvidada

09 Marzo 2013

Por Mariela Genovesi | Es difícil realizar un análisis frente a lo acontecido de manera objetiva o imparcial. Difícil porque a pesar de que la presunta objetividad descanse en un ideal, uno no puede dejar de sentirse movilizado e implicado frente a esta ausencia, tamaña ausencia histórica de la que estamos siendo partícipes y testigos. Difícil además, porque tuve la suerte, la oportunidad de estar en Venezuela, de visitar Caracas y participar en un acto de Chavéz.

Fue en el 2009, un 23 de enero, jornada en la que se conmemora la restauración de la democracia. Ese día la “marea roja” tenía el aspecto de “mancha”, por su concentración en la Plaza Bolívar y en las adyacencias. Yo formaba parte de esa “mancha” y junto a ellos, esperaba ansiosa la llegada del Comandante. Qué momento! Eso sí que era histórico! Yo ahí de casualidad en Venezuela y a minutos de escuchar a Chavéz. Fue un hecho único, vivir ese acto, presenciar esa manifestación; observar los rostros de los que estaban allí junto a mí escuchando atentamente las palabras del líder. “Bulla a los oligarcas” “Bulla a la oligarquía imperialista” repetía una y otra vez un Chavéz fervoroso, “chévere”, sólido e irreverente en una plaza donde lo único que faltaba para ser más “peronista” eran los bombos y  las banderas celestes y blancas. Esa fue la primera y última vez que pisé la Plaza Bolívar, pero no la última vez que la ví.

Este martes, por la pantalla de Telesur, la volví a ver, pero esta vez invadida por una nueva “mancha”, congregada ahí tras el trágico anuncio de Maduro. Una mancha que antes de convertirse en marea se reunió, ya no para esperar con devoción a su líder y jefe espiritual, sino para llorarlo, para “soltarlo” en silencio, dejándolo ir -aceptando lo ocurrido- o para “retenerlo” en tiempo y en masa, “todos somos Chavéz” o “Chavéz está en todos nosotros, vive”. Es que el pueblo llora, asume, o puede negar, quedar impactado por la noticia y sustituir la ausencia del líder con su presencia en la calle. Hecho que quizás supo ver pero también sentir Maduro al caminar junto al pueblo para acompañar al féretro.

A él también se le fue su líder, su jefe, su compañero, su amigo y realmente fue conmovedor verlo entre la masa, con la campera tricolor y secundado por Evo. Evo, otro que merece palabras aparte. Cuánta humanidad y gentileza reúne ese acto presencia, ese gesto de hermandad y compañía. Gesto, además, que es perfecto para resumir a Chavéz; a quién fue Chavéz para Latinoamérica, pero también, a quién fue Chavéz cómo ser humano. Esa imagen es simplemente fantástica, por lo simple y por todos los sentimientos que reúne y convoca.

Pero ahora sí, ¿Quién fue Chavéz? ¿Cómo abordar su figura? ¿En torno a qué aspectos, qué criterios? Así como cada uno de nosotros (en tanto argentinos) debimos (o tratamos de) resolver el tan mentado “qué hacer con el peronista que todos llevamos dentro” –asesinarlo y convertirlo en gorila; glorificarlo y ensalzarlo hasta la médula; “tenerlo ahí” como por las dudas; etc- ahora como latinoamericanos y testigos del siglo XXI, nos ingresa for-export otro populismo que nos plantea nuevos y viejos problemas. “Qué hacer con el chavista que (ahora) todos llevamos dentro” nos sitúa en el hoy, nos remite al ayer, pero por sobre todo, nos habla de uno de los mayores propósitos de Chavéz, colocar al chavismo a la cabeza de un movimiento de integración real de los países de Latinoamérica. “Cada cual con su proyecto nacional, con sus particularidades, pero los países de la región deben estar unidos” reconoce Chavéz en una entrevista realizada por Filmus.

En lo que resta, hablaremos de un Chavéz revolucionario, de un Chavéz compañero, pero también, de un Chavéz popular y humano.

La base afectiva

Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. (…) Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. (…) Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización.


Esas son las palabras del Che en “El socialismo y el hombre en Cuba” (1965), artículo donde describe a la gesta revolucionaria como un acto de amor y de acercamiento a las masas. Un amor a la humanidad que movilice, que involucre, que implique. Acciones todas ellas que se desprenden de un hecho concreto, pero de un hecho que para lograr tal cadena de efectos debe partir de una base afectiva.

Pensar así la cercanía de Chavéz a su pueblo nos coloca en ese grado cero de implicancia afectiva que, más que a un deber, corresponde a un linaje, a su origen y raíz popular. Chavéz no imitaba, Chavéz hablaba el lenguaje de su pueblo. Entendía sus códigos, su fraseo por eso no era extraño escuchar en sus discursos, en su habla metáforas o imágenes propias de un cancionero popular “Mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que (…) ustedes elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela”; “Oigo la historia más allá del silencio; la veo sí, allá, en la oscuridad”.

De la misma manera, uno apreciaba a un Chavéz auténtico, espontáneo cuando se lo veía en su programa “Aló presidente” en compañía de niños, jóvenes o ancianos tocando la guitarra, bailando alguna danza típica, entonando alguna canción o intercambiando anécdotas.

Más o menos payasesco, más o menos exagerado, no parecía una pose. Más bien, se lo veía disfrutando ese momento, aunque sea considerado -por algunos o por muchos- como una forma de “adoctrinamiento” o de “educación indirecta”.

Pasado y presente. Aciertos y errores

Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas.

El proceso es doble, por un lado actúa la sociedad con su educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación.

La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia.

De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social.

La educación prende en las masas y la nueva actitud preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas, tan poderosa como aquella otra.

El socialismo es joven y tiene errores.

Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó.
Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce al problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.

Y aquí sí que hay tela para cortar. El amor a la patria, el amor a Bolívar, el amor al pueblo. Pero para que haya pueblo revolucionario, para que haya patria bolivariana es necesario un eslabón inicial que no es otro que Simón Bolívar. El pasado recuperado y releído a la luz del socialismo castrista y del peronismo. Chavéz fue un gran lector, un gran aprendiz, leía y aprendía y sobre eso iba construyendo. “¿Cómo se construye el socialismo del Siglo XXI? Pues no se sabe, nadie sabe. Hay que inventarlo” sostuvo una vez. Él se propuso crearlo sobre la base de lecturas diversas -desde Gramsci hasta Teilhard de Chardin (quien habla tanto de evolucionismo y marxismo como de cristianismo)- y las experiencias de otros libertadores o pensadores del siglo XIX latinoamericanos –San Martín, Sucre, Miranda, Mariano Moreno, entre otros.

Bolívar es la patria –la República Bolivariana de Venezuela-; Bolívar es la moneda –los Bolívares Fuertes-; Bolívar es la plaza principal, el centro de poder político y simbólico; Bolívar es la misión –las misiones bolivarianas que tienen como objetivo cumplir derechos sociales relacionados con la educación (la alfabetización inicial, secundaria y terciaria), la identidad (documentación), los planes de vivienda, la producción comunal y la salud-. Bolívar es la identidad nueva, la identidad socialista de ese pueblo revolucionario que busca crearse. Bolívar es el pasado arcaico devenido en presente, el pasado que viene a combatir a otro pasado, ese pasado capitalista, de los hábitos mercantiles y “pro-yanquis”, de la Venezuela cercana “al deme dos”, a los Estados Unidos y a la renta privatista petrolera.

¿Basta con la estatización de empresas; con la expropiación de bienes privados; con la distribución de la ganancia petrolera; con la multiplicación de diversas misiones a lo largo del país; con haber bajado los índices de analfabetismo, indocumentación y mortalidad social e infantil; con haber aumentado el nivel de jóvenes universitarios, el acceso de los sectores más desfavorecidos a planes de vivienda y producción; con haber sostenido sus 14 años en el poder pasando (y ganando) diversos procesos electorales; y con haber emprendido una batalla simbólica y económica con los principales grupos mediáticos, para hablar en términos de revolución, para hablar de Socialismo del Siglo XXI? Lo conseguido es mucho, muchísimo; con sus errores y con sus deficiencias; pero es algo y muy distinto “de”. Los grupos de izquierda dirán que más que socialismo se trata de un “nacionalismo” porque el pueblo no se encuentra emancipado de la tutela política, no tiene plena conciencia de sí, de su condición de masa obrera, y porque la mercancía en tanto “célula económica” sigue existiendo. Y si, ¿pero cómo se logra erradicar por completo los “hábitos capitalistas” y el consumo por bienes suntuarios? ¿Cómo reorganizar un sistema económico que no goce de la plusvalía? ¿Cómo hacer para que el pueblo tenga plena conciencia de sí de su condición material de existencia y al día siguiente vuelva a trabajar en “condiciones normales”? Es complejo.
Y hablar de “Cristo Revolucionario” dentro de este bagaje marxista, también suena un poco raro. Es que apresuradamente uno podría decir que ese Socialismo del Siglo XXI es algo así como un pastiche. El Che mencionaba la necesidad de crear un instrumento moral para movilizar a las masas, valores nuevos correspondientes al hombre nuevo sin ningún tipo de filiación religiosa. Aquí, en cambio, se recupera al cristianismo, un cristianismo tercermundista, con proclamas que recuerdan a la publicación “Cristianismo y Revolución”. De ahí que la afinidad marxista y cristiana tiene su correlato inmediato a fines de los sesenta.

La voluntad y la hermandad

Muchas veces son extraordinarios los giros de la historia. Si partimos de analizar parte de las políticas y expresiones comunes del chavismo a partir de un ensayo del Che Guevara, no estaría mal culminarlo con una carta que escribiera Perón días después de anunciarse la muerte del Che. Carta en la que además, se aprecia ese lenguaje y pensamiento común al sostenido por Chavéz:

Con profundo dolor he recibido la noticia de una irreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchan por su liberación. Quienes hemos abrazado este ideal, nos sentimos hermanados con todos aquellos que, en cualquier lugar del mundo y bajo cualquier bandera, luchan contra la injusticia, la miseria y la explotación. Nos sentimos hermanados con todos los que con valentía y decisión enfrentan la voracidad insaciable del imperialismo, que con la complicidad de las oligarquías apátridas apuntaladas por militares títeres del Pentágono mantienen a los pueblos oprimidos.

La hora de los pueblos ha llegado y las revoluciones nacionales en Latinoamérica son un hecho irreversible. El actual equilibrio será roto porque es infantil pensar que se pueden superar sin revolución las resistencias de las oligarquías y de los monopolios inversionistas del imperialismo.
Las revoluciones socialistas se tienen que realizar; que cada uno haga la suya, no importa el sello que ella tenga. Por eso y para eso, deben conectarse entre sí todos los movimientos nacionales, en la misma forma en que son solidarios entre sí los usufructuarios del privilegio.

Es interesante rescatar de este último punto, ese llamado de Perón a la conexión de los movimientos nacionales latinoamericanos. Conexión que pudo darse en este siglo, siendo Chavéz su gran impulsor.

Más arriba se hizo referencia a la base afectiva sobre la cual debían eregirse diversos hechos concretos que apuntaran a la movilización de las masas. Las manifestaciones de afecto, de compañerismo, de hermandad de los presidentes latinoamericanos en estos últimos años, se corresponde con esa necesidad de apego emocional que fue el punta pié inicial de un pensamiento de unión y fraternidad que luego se materializó, se institucionalizó de diversas formas (Unasur, Celac) y ante diferentes acontecimientos políticos (el fallido golpe de estado a Evo Morales, el levantamiento para-policial a Rafael Correa). Esa integración marcó un gran cambio geopolítico en la región, ¿qué argentino se hubiera sentido tan cercano a Venezuela en los noventa? ¿Conocíamos siquiera los colores de la bandera venezolana o le teníamos esa simpatía visual que le tenemos ahora? Pasar de las relaciones económicas y políticamente correctas entre estado-naciones a una relación integral al estilo supra-estado-nacional ha sido un gran avance que Chavéz, primero, supo pre-visualizar y luego, comandar.

Nuestro comandante impertinente, irreverente, el que podía hablar y mandar todo “al carajo!” en menos de un minuto. El que no respetaba, en ese sentido, ningún tipo de protocolo discursivo. Ese desacato, lo perdimos para siempre. Ningún otro presidente va a ocupar ese lugar simbólico ni va a ser capaz de utilizar esa arma discursiva. Necesaria y poderosa en los tiempos que corren.

Nuestro comandante carcomido por la voluntad. Por la voluntad de seguir, de continuar. Me resulta difícil adherir a la “teoría de la inoculación”, creo que, en cualquier caso, sería mejor pensar en la “teoría de la elección”. Ganar las elecciones de octubre, postergar su tratamiento y su operación oncológica en pos de ese triunfo, valió, costó y mucho. Si Chavéz no se hubiese presentado, el chavismo no sé si hubiera ganado. De nada sirven este tipo de predicciones, pero de haber sido así, esa voluntad de continuidad, de amor por el proyecto y por la revolución bolivariana, fue la que lo condujo hacia este camino sin retorno. Camino, no obstante, que marca el comienzo de otro, el del mito y el de Chavéz en el Museo de la Revolución, embalsamado.

¡Hasta la victoria siempre, compañero!  ¡Hasta la victoria siempre, Comandante Hugo Chavéz Frías!