"Lo de Irán fue simpatía, solidaridad con un pueblo en la calle"

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"Lo de Irán fue simpatía, solidaridad con un pueblo en la calle"

11 Junio 2014

Por Enrique de la Calle

AGENCIA PACO URONDO: Existe una relación entre Foucault y el tercer mundo, que no es tan conocida por los lectores del europeo. Foucault vivió buena parte de su vida fuera de Francia (en Suecia, Polonia, Túnez) y viajó mucho por el mundo (Brasil, Irán, Estados Unidos). Nos interesaba pensar sus viajes a Túnez, Brasil e Irán. En entrevista con Edgardo Castro, él nos describía lo mucho que significó Túnez en su vida (estuvo allí durante las revueltas juveniles del 68) ¿Qué opina sobre esas relaciones? ¿Se puede hablar de una “huella tercermundista”?

Tomás Abraham: Es difícil dar por un hecho evidente la inteligibilidad de eso que se llama “huella tercermundista”. Es un guiño que no comparto. Son los estudios llamados subalternos y los de género los que usan a Foucault.

En Túnez se solidarizó con las luchas estudiantiles, al tiempo que colaboraba para una reforma educativa con Christian Fouchet, hombre de la derecha, ministro de educación, del gabinete del presidente de Gaulle, contra quienes se levantaron los estudiantes del mayo 68.

A Foucault le interesaron los procesos políticos y culturales europeos. Esas son sus referencias históricas: la Francia e Inglaterra de la época clásica, estos países y Alemania en los tiempos de la Ilustración y la revolución industrial. Además de Grecia y Roma Imperial.

APU: Foucault viajó en muchas oportunidades a Brasil. ¿Cómo analiza sus viajes? En alguna oportunidad, el intelectual destacó la pasión de los alumnos brasileños por sus clases.

TA: Cuando fue a Brasil habló de Edipo Rey, y de la verdad y las formas jurídicas en el medievo y del esquema disciplinario. Respecto de la “pasión” brasilera, no tengo detalles.

APU: Uno de sus vínculos más controvertidos con el tercer mundo tiene que ver con su viaje a Irán y el apoyo que le dio a la revolución. Eso le trajo críticas fuertes en Francia. ¿Cómo analiza esa posición?

TA: Foucault provocó a la buena conciencia racional de su entorno. La revolución iraní la presentó con los ojos con los que analizaba los temas que le interesaban en la época: la espiritualidad como un horizonte de la “metanoia” o conversión de sí, que extendió a la práctica política. Se asocia a la “virtualidad” o entusiasmo revolucionario con el que Kant presentaba la revolución francesa. Por lo demás, la gente que le interesaba no es la que acompañaba a Khomeini, sino sectores laicos que había combatido al Sha.

APU: Entonces, ¿no observa contradicciones entre sus trabajos y su posición sobre la revolución? ¿Puede explayarse sobre el interés de Foucault en torno a las relaciones entre espiritualidad y práctica política?

TA: Es difícil hallar una coherencia ideológica en la obra de Foucault. Tampoco la buscaba, era demasiado inteligente para eso, y, además, le gustaba reírse de sí mismo. Nada frívolo, por si alguno lo sospecha, pero tampoco un canónigo de izquierda. Lo de Irán fue simpatía, solidaridad con un pueblo en la calle, y cierto desprecio por la buena conciencia occidental que trataba el acontecimiento como un barbarismo. No hay una definición de espiritualidad en Foucault, no tiene que ver con el rigor ético ni con el vuelo trascendente. No proviene de la religión ni de la moral. Tiene que ver con cierta gravedad, un peso existencial. Quizás por eso le gustaba leer a Kierkegaard.

APU: Otra posible relación entre Foucault y el tercer mundo se puede marcar en términos de su lectura. En ese caso, nos acotamos a la Argentina. Foucault es un autor muy leído en el país, en la Universidad y más allá de la academia. ¿A qué debe su "éxito"? ¿Qué aporta Foucault al debate nacional?

TA: En los primeros años de la democracia, cuando la izquierda marxista consideraba que Foucault era un petardista; cuando en el ámbito académico liberal se sostenía que no era más que un perverso que hablaba de homosexualidad y nietzcheanismo, es decir fascismo político y desviación sexual, en esos años la lucha – solitaria - contra el discurso universitario y la ideología que desde las asesorías legitimaba al alfonsinismo, consistía en mostrar a un Foucault de los micropoderes y de los dispositivos de castigo y vigilancia, para que la doctrina de los derechos humanos en nombre del juridismo racionalista y del idealismo socialdemócrata, no se llevara todo puesto.

Han pasado 30 años. Hoy Foucault se ha convertido en un clásico,  es decir que se ha hecho objeto teórico de la interpretación infinita y del uso y abuso de su nombre para todo tipo de ideologías. Se ha creado una “pastoral” foucaultiana que se lleva bien con temas biopolíticos, a los que él mismo renunció por aburrimiento después de su curso “El nacimiento de la biopolítica”, en el que no habla de biopolítica sino del milagro económico alemán, y del mercado como constitutivo del poder político. Bastante poco que ver con el lirismo a lo Negri, y el catastrofismo sombrío de Agamben.

La filosofía no es la fuente de legitimación de la política, ese camino es un error repetido. Se lo hizo con Hegel, Marx, Nietzsche, Heidegger, etc. Foucault dice que su preocupación es analizar las políticas de la verdad, pero si se entiende que no hay verdad de la política.

APU: ¿En qué términos le interesaban el milagro económico alemán y el "mercado como constitutivo del poder político"?

TA: Foucault percibió con admirable lucidez que lo que se imponía en el capitalismo posindustrial y posdisciplinario, era el modelo de la empresa, con la legitimidad basada en la competencia y la creatividad. Se interesó por el modo en que un país derrotado en la guerra, ocupado por fuerzas victoriosas, dividido, podía funcionar como una sociedad civil autónoma y construir un Estado sin uno de los factores que lo definen: el monopolio de la violencia y la fijación de sus fronteras. Alemania, creó un Estado gestionario, y a través de lo que podemos llamar mecanismos de mercado, el espacio económico, diseñó  las condiciones para un pacto empresario-sindical, junto a un bipartidismo socialdemócrata-demócrata cristiano, para que el funcionamiento económico con su propia legalidad, llenara el Estado ausente.