Lo que querías no tiene fin: 20 años de Bocanada

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Lo que querías no tiene fin: 20 años de Bocanada

30 Junio 2019

Por Gito Minore

 

“Cerca del nuevo fin, tabú, fuego y dolor”. Con estas pocas palabras, hace exactamente 20 años atrás, Gustavo Cerati inauguraba una etapa en su obra compositiva. Un nuevo disco de canciones, el primero como solista, el cual venía a romper con una suerte de voluntario silencio que se había generado desde la grabación de la última placa de su grupo, Sueño Stereo, publicada también en junio pero de 1995.

En el medio de esos cuatro años se dieron un montón de sucesos. Tal vez lo más importante a nivel musical haya sido la separación de Soda Stereo, la banda que rompió todas las barreras de popularidad no sólo en nuestro país, sino también en Latinoamérica. Pero no sólo eso. En ese interín el músico se radicó en Chile, fue padre, marido, volvió a vivir a Buenos Aires, y por supuesto también se dedicó a crear. Mucho.

Sin embargo, más allá de la retahíla de publicaciones relacionadas a su ex banda (el acústico de MTV, los dos discos en vivo del último concierto y compilados varios), nada nuevo aparecía en el mercado con su nombre y apellido. Y mucho menos con su voz. Se hizo un paréntesis. Un paréntesis necesario y fructífero, que de una manera u otra, influenció su trabajo posterior, modificándolo para siempre.

A contramano de lo que cualquier artista de su talla hubiera hecho luego de la disolución de un grupo mega exitoso, Gustavo Cerati tomó un camino diferente. En lugar de aferrarse a los viejos laureles y de repetir la fórmula del éxito decidió tomarse un tiempo. Una distancia necesaria de su obra y en cierta manera de sí mismo (del Cerati que conocíamos) para reencontrarse músico.

Entonces, les puso mute a las palabras y se dejó llevar por la sonoridad. Se zambulló en una experiencia íntima con la música, que decantó, al final de ese viaje, en una obra maravillosa. Un disco transversal dentro del panorama del rock nacional, capaz de disputarle el primer puesto a cualquier otro disco de la tradición musical argentina.

Publicado hace veinte años, Bocanada sigue siendo actual. Un verdadero clásico que lejos de envejecer, ofrece nuevas claves de escucha día a día. Una buena parte del encanto de la obra reside en que en ella confluyen elementos de distintas tradiciones musicales. El pop, característico de toda su trayectoria convive y se permea con música andina, como en el caso de “Raíz”, o con la orquesta de Londres, en “Verbo carne”, logrando un saldo positivo a favor de la música, siempre. Música que no le teme al riesgo de revisitar el pasado y manipularlo, o de aventurarse en el futuro y redefinirlo.

Pergeñado en la soledad del laboratorio en que se convirtió su estudio “Casa Submarina”, el disco es una obra de arquitectura sonora que se grabó en pocos meses, a comienzos de 1999. Cerati mismo expresó a Página 12 en aquel entonces: “Lo compuse, lo grabé y lo produje en cuatro meses. No me gustan los discos que se extiende mucho, porque se vuelven demasiado pajeros”

Sin embargo este tiempo record en que se cocinó la placa, no es más que la punta del iceberg que sobresalió sobre el mar gélido de cuatro años de silencio. O mejor dicho “de búsqueda silenciosa”. Y esa investigación en la que se involucró en semejante momento de su vida estuvo vinculada a la música electrónica. Género que en ese momento estaba conformando un circuito propio.

Esta vinculación tuvo un aspecto solitario, de trabajo de recopilación, donde investigó las diversas posibilidades que le ofrecía el arte del sampleo. Muñido de su MPC 3000, Cerati recolectó todo aquello que pudo haber escuchado y más. Tomó muestreo de cuanto tuvo a su alcance: desde fragmentos interesantes de música de los 70, hasta vientos de antiguas canciones de Los Jaivas; desde compases rítmicos tribales a palabras sueltas de un programa de radio. Su computadora se volvió una verdadera Babel sónica, con registros variopintos, extraños, caóticos también.

Toda esa recolección, fue un disparador que transformaría la experiencia musical del antiguo guitarrista y le expandiría las fronteras creativas. Ya no volvería inmaculado nunca más después de la experiencia en la jungla sonora. Convirtió su curiosidad en experticia y lo volcó a su obra. Ya unos años antes, cuando descubrió el MPC 60, en las épocas de Colores Santos dio muestras de su habilidad. El propio Melero cuando comentaba el modo de uso que hacía su compañero de ese aparato, se sorprendía: “Tiene una técnica muy particular. Toca los pads como si fuera un teclado, forma acordes” (El Musiquero, 1992). El sampler además no solo le permitió “citar” el pasado (esto es tomar muestras de sonidos o viejas canciones y sumarlas a algo nuevo, que es un poco la idea original del sample) sino que además le dio la posibilidad de crear a partir de allí. De usarlas como disparador a algo completamente nuevo. De construir a partir de eso.

Pero, no se trató únicamente de un proceso compositivo en solitario. Cerati, en aquellos años, en aquel paréntesis impuesto, tuvo la sensibilidad abierta para otra experiencia que también le ofrecía la música electrónica: esto es, la oportunidad de interactuar con otros músicos, con otros pares que al igual que él venían dando sus pasos en esa veta.

Así gestó dos proyectos que además de convertirse en pioneros en el género le abrieron el panorama de una manera superior. El primero de ellos, llamado Plan V, lo compartió con los chilenos Christian Powdicht, Guillermo Ugarte y Andrés Bucci. Grabaron dos placas, una en 1996 en Santiago y la segunda en 1998 en Buenos Aires, compartida con el grupo británico Black Dog, liderados por Ken Downie. El segundo se llamó Ocio y lo llevó a cabo con un músico local que ya había tocado en alguna oportunidad con él: Flavio Etcheto.

Una noche como tantas, a principios de 1998, Cerati, junto a Cecilia Amenábar, había ido a ver un show del joven músico en una disco de Buenos Aires. La fascinación fue instantánea, y luego del reencuentro, la invitación no se hizo esperar. Según refiere él mismo en una entrevista realizada por Gustavo Bove y recuperada en su libro Conversaciones íntimas: “Un día, fui a una discoteca, lo escuché y dije: “¡Guau, qué bueno!”… me sentí muy orgulloso por él, quien también pasó por una mala relación con su banda, Resonantes. Entonces lo llamé y le dije: “Trabajemos juntos de vuelta”. Me encantó la idea sonora que él planteaba y, además, yo tenía algunas nuevas ideas, también (2014: 55-56)”

La admiración era genuina y la oportunidad no se hizo esperar. Instalados en el estudio, los dos músicos dieron rienda suelta a su creatividad. La fusión de ambos fue explosiva. La experimentación dio lugar al juego, a la búsqueda, al descubrimiento. En aquellas jornadas de trabajo todo el material que Cerati venía acumulando se fue puliendo, corrigiendo, definiendo. Pero no solo eso. Cuando el trabajo daba paso al “ocio”, ambos se ponían a zapar, sin importar las horas. Como fruto de eso, quedaron plasmados largos trayectos sonoros que, más adelante, se convertirían en un disco llamado Medida Universal, cuyas composiciones (todas instrumentales) fueron firmadas a dúo. Ocio también tuvo su lugar en las bateas ese mismo año.

Esta retroalimentación fue más que positiva para Bocanada. El trabajo en conjunto, y el ocio también, redundaba a favor de la obra. Y no quedó solamente en lo musical. Flavio Etcheto colaboró también en la composición de los temas “Alma” y “Perdonar”, y viajó a Londres a terminar de masterizar el álbum.

También participaron en la grabación otros músicos de la nueva camada de ese momento: Leo García, Martín Carrizo y Fernando Nalé. Todos ellos trabajaron a su vez para que la nueva gira de presentaciones tanto en Argentina como en diversos países de Latinoamérica sea un éxito.

Hoy a veinte años de su salida, este disco sigue conservando su belleza y señalándonos un horizonte. Una obra de arte parida en un momento crucial de nuestro país que resiste al paso del tiempo y que fue soñada capaz de competir con cualquier otra obra de cualquier lugar del mundo. Tal como lo señalaba su autor en la misma entrevista que Página 12 le dedicó tras su salida: “Los mejores discos están viniendo de Alemania, de Islandia, de Japón. Y por ahí pueden venir de Argentina. Esa es la apuesta de este disco. Es muy de ahora. Es un disco argentino que, sin inferioridad de condiciones, puede salir a pelearla en el mundo. Creo que les va a interesar hasta a los enemigos”.

Y tenía razón.