Los profetas del odio
Por Soledad Guarnaccia y Matías Farías
Los historiadores del futuro no revisarán los editoriales del diario La Nación dedicados a la historia argentina para conferirles algún valor analítico sino como documentos que expresan de manera elocuente la perseverancia de ciertas estructuras ideológicas que estos treinta años de democracia no han logrado modificar: aquellas estructuras que demuestran la imposibilidad del liberalismo argentino tanto de articular un discurso histórico y político de carácter democrático como de reivindicar una idea de nación que no suponga una abierta alabanza a la masacre popular.
En este sentido, el editorial de La Nación titulado significativamente “Militancia e ignorancia” (05/01/2014) es un testimonio de este fenómeno y reconoce al menos dos antecedentes recientes, publicados por este matutino en 2013: “1933” (27/05/2013), en el que se convoca a la “alerta civil” tras trazar, “salvando las distancias”, un paralelismo entre nazismo y kirchnerismo; y “La tinta no destituye” (02/09/2013), escrito ya con el resultado de las PASO, en el que se legitima el golpe cívico-militar de 1955 al decir que “Perón no cayó por obra de las armas que alzó la Revolución Libertadora en 1955. Cayó, básicamente, porque su régimen se había agotado y abundaban los escándalos y las burdas muestras de autoritarismo”.
Si en “1933” la comparación entre nazismo y kirchnerismo deriva en la negación de los campos de concentración, y en “La tinta no destituye” se pasa por alto ese “Guernica sin Piccaso” –en palabras de Oscar Terán, un intelectual poco afín al “populismo”- que fue el bombardeo a la Plaza de Mayo, en “Militancia e ignorancia” se justifican los asesinatos masivos perpetrados en la denominada “conquista del desierto”, en nombre de una idea típica de la derecha argentina: que los crímenes son necesarios para la salvación y el engrandecimiento de la patria.
Lo curioso de este último editorial, que no tiene ningún valor historiográfico, es que la apología de Roca se esgrime en nombre de la tolerancia (aunque también en “1933” se compara al nazismo con el kirchnerismo en nombre de la tolerancia). Significativamente, esta reivindicación se alza, según el editorial, contra la “lamentable intolerancia de los últimos tiempos” que para los editorialistas expresarían las numerosas intervenciones al monumento a Roca en Bariloche por parte de diversos colectivos sociales. Así, el editorial que acusa de ignorantes a la militancia da muestras de su propia ignorancia en materia de querellas histórico-políticas, ya que el cuestionamiento a la figura de Roca es de tan larga data que situarla como atributo exclusivo de los “últimos tiempos” es tan sólo el primero de una importante serie de disparates que ilustran el editorial.
La reivindicación de Roca da lugar a una argumentación vertiginosa y hasta podría decirse ridícula si no fuera por la gravedad de muchas de sus afirmaciones. Básicamente, se sostiene que los mapuches patagónicos del siglo XIX estuvieron bien masacrados por Roca, ya que en realidad no eran “pueblos originarios” sino “invasores”, “saqueadores”, “aniquiladores” y “chilenos” instrumentados por los terratenientes, eso sí, del “país hermano”. Lo dice así:
“[…] la Conquista del Desierto no fue una cruzada contra el indio, sino una maniobra militar tendiente a excluir a Chile de la Patagonia, barriendo cualquier aspiración de apropiación por parte del país hermano respecto de tan extenso como valioso territorio”.
Y más abajo:
“La etnografía da cuenta de las diversas tribus originarias de la Patagonia Argentina. Ninguna de ellas bajo el nombre de ‘mapuches’. Los mapuches a los que derrotó Roca no eran ‘pueblos originarios’ de la Patagonia, sino ‘invasores’: eran araucanos que provenían de Chile y que habían aniquilado a los verdaderos pueblos originarios, los tehuelches”.
Como puede apreciarse, la contribución que La Nación tributa a la tolerancia se basa en una burda distinción semántica–para llamarla con generosidad-: los que “aniquilaron” no fueron las clases dominantes de este país sino los mapuches, porque las clases dominantes de nuestro país no aniquilan sino “derrotan". A tal punto esto es así para La Nación que Roca aparece retratado como un paladín de la paz gracias a su astucia, una suerte de Gandhi en la Patagonia:
“[…]recordemos, además, que Roca negoció la paz con la mayoría de las tribus, lejos de exterminarlas, y que, fruto de su astucia, logró posteriormente de manera incruenta el reconocimiento chileno de nuestra soberanía en el Sur”.
El racismo de clase que sostiene el editorial es notable: Chile, como país, es hermano; sus clases terratenientes, por su parte, son hábiles comerciantes, ya que “compraban los productos de los saqueos mapuches”, pero sus clases populares, los mapuches, son definitivamente saqueadores y asesinos que no tienen origen y por ende historia, según la mentada “etnografía” que cita la nota. En el revés de la trama, el racismo se confirma con el tratamiento de los tehuelches: se los rescata no como pueblo con historia sino como el “elemento de prueba” que exige el editorial, es decir, como víctimas de los mapuches. En síntesis, el lector debe concluir que para La Nación el único indio admisible es el indio muerto: el que debemos recordar como víctima (los tehuelches) y el legítimamente “derrotado” por el general Roca, es decir, los mapuches.
Por supuesto, el editorial es también condescendiente con la mirada de los poderosos: se cita un mapa confeccionado en Estados Unidos en 1860, en el que no se incluye a la Patagonia como parte de la "Argentine Confederation", como si ese dato por sí mismo pudiera ser prueba suficiente de la “ignorancia” que el editorial atribuye a una militancia que se resiste entonces a apreciar correctamente el valor de la intervención roquista. Nada dicen los editorialistas, empero, del importante caudal de negocios usufructuados por capitales británicos en la Patagonia antes e inmediatamente después de la “conquista del desierto”, negocios que han sido documentados no sólo por historiadores “revisionistas”, ni del también suculento caudal de negocios que significó para las clases propietarias locales la incorporación de la Patagonia al territorio nacional. ¿No es imperdonable esta omisión histórica para un diario que, en un polémico editorial publicado un día antes, en conmemoración de sus 145 años de existencia, dice estar de acuerdo con la declaración de la Iglesia que afirma que “peor que los saqueos es la corrupción”? (“Nuestro largo camino”, 04/01/2013).
Como sea, la patria a la que rinde tributo La Nación es una patria sin contemplaciones con los mapuches, pero dispuesta a entregar toda su pleitesía a los Estados Unidos como cartógrafo del mundo y a Gran Bretaña como el motor económico de viejas épocas, entredicho alguna vez en la historia argentina por la “ameba del populismo”.
El final del editorial, que coloca a Roca como precursor de Mosconi y hasta de yacimientos como Vaca Muerta, tiene como fin subrayar que las conquistas históricas de este país no se deben a las luchas populares sino a las hazañas de los “prohombres”, caracterizados en estos términos por un matutino que se atribuye ser “una de las instituciones más antiguas del país" y "un recurso de influencia a favor de los intereses permanentes de la Nación ante el mundo”, al tiempo que una “vía de irradiación de los que sus gentes y sus empresas están en condiciones de generar”.
¿Qué es entonces capaz de “irradiar” este matutino? Si sus editoriales expresan su "identidad como medio de prensa", ya que "un gran diario es fiel a su misión y destino", la misión que se atribuye La Nación a través de editoriales como “Militancia e ignorancia”, en línea con “1933” y con “La tinta no destituye”, no es más que una prolongación de su lectura de la historia argentina: las clases dominantes no aniquilan sino “derrotan” en nombre de la salud y grandeza de la patria y sólo después del “agotamiento” o la “agresión” de los proyectos políticos populares. Se trata de toda una misión histórica e intelectual: la de instar a los argentinos a identificar la historia de las clases dominantes con la historia nacional.