"Pasaba de la idea a la acción en un sentido práctico que desdeñaba los prejuicios"

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"Pasaba de la idea a la acción en un sentido práctico que desdeñaba los prejuicios"

01 Junio 2013

Comencemos por el final, por el legado. Julio se percibía a sí mismo como un cronista de época, se confesaba como tal en el momento que blandiendo su pipa se aprestaba a contarnos alguna entrevista, o entrevero, anécdota con algún político, funcionario de gobierno, militante político, o deportista de cualquier parte del planeta, mostrando por lo general su conocimiento de primera mano de muchos personajes y realidades latinoamericanas, europeas y asiáticas de las últimas seis décadas. En este sentido su legado es inescindible de su propia trayectoria, y sigue vigente en aquellos que pudieron disfrutar de sus narraciones en las que combinaba el humor con la agudeza intelectual.

Mucho humor y mucha agudeza por cierto: resulta difícil evocar fielmente el disfrute enorme de quienes nos reuníamos para escuchar sus anécdotas, en especial aquellas en las que él mismo tenía una participación protagónica. Cómo no se emocionaría un hincha de Estudiantes de La Plata cuando contaba como el Beto Infante una tarde de lluvia le enviaba un centro para cabecear una pelota de cuero con tiento –como las que todavía se usaban en el filo de los ’50 y los ’60-… Julio nos hacía reír evocando como saltaba sustrayendo su cabeza para protegerla de aquel regalo envenenado. O cuando describía las enormes agujas con las que los funcionarios comunistas chinos vacunaban a sus visitantes extranjeros en los ’60, para aplacar sus ímpetus sexuales y evitar de este modo complicaciones diplomáticas.

Julio regresó a la Argentina desde Venezuela cuando ya estaba instalado el gobierno de Alfonsín. Allí fue cuando charlamos muy a menudo porque compartíamos una oficina en el Cisea, al tiempo que él trabajaba también con Achim en la Fundación Ebert. Para Julio era esencial que la disputa entre partidos populares respetara la identidad del movimiento sindical y, para él, su labor en esa Fundación era una manera práctica de promover ese ideal de articulación política y social, en la que podía apostar al mismo tiempo a un socialismo de corte republicano como el del alfonsinismo, y al movimiento sindical peronista que necesitaba sacudirse el lastre de la derrota electoral y sus formas atávicas. En toda aquella época Julio tendía puentes entre socialistas, radicales y peronistas: esta era su vocación, alejada del dogmatismo que había frecuentado en el inicio de su historia política.

Por eso, Julio fue bastante más que un cronista. Efectivamente atravesó las últimas seis décadas de vida política argentina interrogándola como militante político, como sociólogo y como filósofo. Como militante político buscaba entender plenamente la situación presente –algunos dirían: la coyuntura- a partir de la vieja pregunta leninista ¿qué hacer? Por un lado le urgía saber qué hacer para ponerse en movimiento, para actuar, desde el principio –cuando participaba en las juventudes comunistas de fines de los ’50 y principios de los ’60- hasta el final de su vida cuando con Gerardo Codina y otros colegas organizó un partido, el “Peronismo del nuevo siglo”.

La urgencia de organización provenía en este caso de lo que Julio percibía como la principal carencia del kirchnerismo: la ausencia de un partido político capaz de articular los apoyos sociales a la gestión de un gobierno reformista, que había accedido al poder con una exigua base electoral en medio de una crisis política sin precedentes y que necesitaba urgentemente consolidar y legitimar socialmente su gestión. Por supuesto que esta acción se fundaba en un diagnóstico: Julio percibía que el kirchnerismo había emprendido lo que él denominaba “una revolución desde arriba”, encaramado en el aparato de Estado, pero trascendente con respecto a un partido que arrastraba tradiciones atávicas y lealtades locales que muchas veces constituían frenos más que puntos de apoyo para las políticas emprendidas desde el gobierno.

Esto impresionaba: la  capacidad de Julio de pasar de la idea a la acción fundada en un sentido práctico que desdeñaba, claro, los purismos y prejuicios. Al mismo tiempo pensaba la acción política siguiendo las tradiciones de izquierda y socialistas: para él, el partido político constituía el eje de acción central que podía a la vez orientar al gobierno y movilizar los apoyos sociales a su gestión, legitimándola.  “Movimiento socio-político” llamaba él a esta construcción.

Este nuevo partido que creó hacia el final de su vida, buscaba retomar una tarea inconclusa del peronismo, la de llevar a su término la tarea emprendida por la denominada “renovación peronista”, esa que había emergido con la derrota electoral del PJ frente a Alfonsín en 1983 y que se había congelado por la derrota de Cafiero frente a Menem en las internas partidarias que condujeron a la selección de candidatos presidenciales para las elecciones de 1989. Este “peronismo del nuevo siglo” tenía por objetivo dotar de continuidad social la serie de reformas emprendida por el kirchnerismo en el poder y, al mismo tiempo, fundar territorialmente un punto de apoyo al gobierno en la Ciudad de Buenos Aires.

Esa tarea de renovación política era también la que buscaba implementar con los sindicatos argentinos. En este punto concebía a los sindicatos como parte integrante de un movimiento mundial, le parecía inconcebible que los sindicatos estuvieran anclados exclusivamente en una realidad local, por más que su enraizamiento en ella fuera su condición de existencia. Por eso pensaba su actividad en el Instituto del Mundo del Trabajo como un lugar ideal para articular la actividad política con la sindical, en el marco de un internacionalismo de corte socialista. Julio consideraba a los sindicatos con una vara exigente, con ideales configurados a partir de la experiencia de la social democracia alemana que conjugaba en un espacio común a un  movimiento obrero fuertemente enraizado en la sociedad, la organización sindical, el partido político y el internacionalismo. En esta perspectiva lo atraía la experiencia de los sindicatos peronistas fuertemente enraizada en la realidad productiva y social local, pero que requería tradiciones políticas capaces de trascender un horizonte exclusivamente nacional y la búsqueda de la solidaridad internacional.

Es en este marco en el que Julio juzgaba al gobierno de Menem. Él percibía el ascenso del menemismo al poder como la variante local del terremoto mundial que había derribado el muro de Berlín y colapsado la Unión Soviética y los países que había llegado a incorporar a su espacio de influencia. Aunque limitada, su visión era certera: después de todo el menemismo había dado un giro completo al nacionalismo original del peronismo y lo llevaba a articularse con los ganadores de la globalización y los exegetas del Consenso de Washington.

Pero al mismo tiempo la visión de Julio sobre Menem partía de un auto cuestionamiento de sus viejas certezas que se habían derrumbado con el muro de Berlín. En este caso para saber qué hacer, necesitaba diagnosticar en qué nos habíamos equivocado. Su respuesta fue la típica de un social demócrata: era necesario entender el mercado, más allá del capitalismo, como un fenómeno anterior por un lado y por otro trascendente con respecto al capitalismo. En este sentido, el leía el menemismo como el emergente local de un fenómeno mundial. Si miramos sus últimos escritos, en los cuales aparecía claramente su obsesión por entender el fenómeno de una China capitalista dirigida por un partido comunista y su instalación paulatina como primera potencia mundial.

Al mismo tiempo comenzó a mirar con atención las formaciones económicas alternativas que surgían dentro del capitalismo, y también buscó los senderos a través de los cuales los sindicatos podían hacerse cargo de formas productivas y de servicios alternativos. Claro que también percibía los límites de estas nuevas formaciones sociales, en la medida que no se articulaban en partidos políticos capaces de disputar poder.

Digamos que su legado central fue la de un filósofo que buscaba comprender el pasado para percibir los lineamientos del futuro, y de un sociólogo comprometido con su presente que buscaba entender las raíces sociales de los fenómenos políticos. En cierto sentido fue un iluminista: resulta difícil encontrar personas como él que podían abarcar las reflexiones de los socialistas del siglo XIX y principios del siglo XX, articulándolas con las turbulencias de este nuevo siglo XXI y además tratar de entender los lineamientos del futuro tal como pueden entreverse en la experiencia de China contemporánea. Y al mismo tiempo organizar un partido político para apoyar al gobierno de Kirchner. Y al mismo tiempo trabajar con su amigo, el Ministro de Trabajo. Y al mismo tiempo apoyar la acción de la OIT. Y seguir comprometido con el movimiento sindical internacional.
Esto era Julio. Quería mucho a su esposa, y quería mucho a Matías. También a Dany. Por encima de todo, era un buen amigo. Lo necesitamos. Lo extrañamos. Lo seguiremos admirando e inspirándonos en él.