Piazzolla y Mulligan, en la cumbre
Por Nicolás Farache
Ya en 1955 la música de ambos se había cruzado, cuando Astor Piazzolla vio actuar al saxofonista Gerry Mulligan junto a su banda de Jazz en Paris. Ese show puso en tensión el modo de concebir el tango en Piazzolla, que por sobre todas las cosas se mostró muy asombrado por el uso de la guitarra eléctrica, instrumento que adoptaria al volver a Buenos Aires, en la manos del gran Horacio Malvicino. Para materializar junto a su octeto lo que sería la gran controversia del tango de los años 50, creando una nueva zona para su expresión, lejos de la arena tradicional, cosa que fue muy repudiada por los talibanes del género.
Casi 20 años después, en 1974, ambos maestros se juntaron en Milán para dar vida a una obra signada por la genialidad “Summit” (Cumbre), reeditado años después como “Reunión cumbre”; allí, junto a una banda de músicos italianos, grabaron un disco con siete composiciones del argentino y una del estadounidense, donde el rigor académico y la obsesión de Piazzolla, chocaban con el espíritu improvisador más desaliñado de un Mulligan abusado fuertemente por el alcohol. Las escenas de discordia no faltaron en esta gesta de fusión mayor.
Al terminar el disco, Piazzolla soltó: "Con este borracho, no grabo nunca más...".
Si bien Piazzolla nació en Mar del Plata en 1921, casualmente pasó su infancia en la ciudad natal de Mulligan, Nueva York, donde ya en 1927 empezó a tocar un bandoneón que le regaló su padre al sentir la nostalgia de estar lejos de Argentina.
Summit es un disco que se atreve a condensar estilos y representa un aporte genuino en el campo de la música ciudadana, pero no está demás destacar que no posee las características intricadas y aun más arriesgadas y vanguardistas de las composiciones anteriores de Piazzolla. El momento en que se grabo Summit está dentro la llamada “etapa italiana”, que empezó en 1973, cuando Astor se instala en Italia tras sufrir un infarto. Hasta 1978. Fue uno de esos discos denominados tranquilos, donde las armonías y los ritmos no proponen esa locura afiebrada marcada por la influencia Stravinsky que dominó gran parte de su obra anterior. Salvo breves pasajes como la introducción de “20 años después” donde el ritmo y la armonía se salen de la vaina generando la delicia de los oídos más inquietos, el resto del disco se destaca por los climas y las magistrales melodías.
Sería imposible escribir sobre este disco y no mencionar “Años de soledad” y su melodía que es en sí una cumbre, un viaje despojado y visceral que nos transporta a una sensación que sería algo así como el resurgir después de una fuerte angustia. La melancolía aguda sobrepuesta a una esperanza impregnada del Buenos Aires que se le escapa por todos lados al bandoneón del marplatense, fundido en el saxofón de Mulligan, que hace de todo por entenderlo y sopla impregnado en la propuesta de un Astor decidido a penetrar en la fibra sensible del público.
Hace unos días tuve la suerte de escucharla en manos de un bandoneonista que irrumpió en el café El Federal de San Telmo: cuando pasan cosas así todo se transforma, la gente se calla y el semblante un poco se les cambia; la introspección sucede irremediablemente. Mientras el tipo se despachaba, con la gorra en el piso, recordé que Piazzola nunca tocó esta obra en Buenos Aires, no sé si el tipo lo sabía y tampoco me animé a preguntárselo.
La escuchamos callados y nos quedamos así un rato, hasta que el duende de Astor que entró sin pedir permiso, tal cual lo hizo hace más de 60 años haciendo pedazos todos los esquemas del tango tradicional, decidió salir de El Federal.
Audio: "Años de soledad"
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