Relaciones sociales en la sociedad de la pantalla

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Relaciones sociales en la sociedad de la pantalla

08 Julio 2014

Por Diego Levis

“Martu es un tipo bárbaro. Nunca antes estuve con alguien como él.  Es comprensivo, inteligente, cariñoso sin ser empalagoso. Cuando lo necesito, siempre está  sin exigirme nunca más de lo que quiero darle en ese momento. Me sabe escuchar, aunque parezca mentira es la primera vez que me escuchan. Si le pido un consejo, me lo da, aceptando que no lo siga. Los días en que estoy  bajoneada, sabe como hacerme reir. Nunca me mandonea. Me respeta ¿Sabés lo que es estar con alguien que te respeta de verdad? Entendió rápido que si me viene con pavadas, ahí mismo se jode todo. Cada uno, si quiere, hace la suya. Por suerte, no es celoso.  Aire, necesito aire. Los babosos me revientan. Si te digo la verdad, siento que es la relación ideal. ¡Lo amo, lo amo, lo amo! ¡Es relindo! ¡Me hace tan feliz! Aunque te parezca mentira, estar así como estamos me parece genial.

Si tengo ganas me junto con cualquier chabón. Puede ser algún compañero de la facu, aunque no necesariamente.  No me importa que sea medio ganso, basta con que esté bueno.  Eso sí, dejo las cosas claras desde el principio, no vaya a ser que se confunda y se  crea con derechos.  Mi corazón es de Martu.  Cuando lo veo en las fotos de Face en las que está  con sus amigos y amigas muchas veces, lo reconozco,  quisiera haber estado ahí con él.  Por ahora, prefiero no conocerlo. Tengo miedo a que me defraude o que nos llevemos mal. No quiero arriesgarme a perderlo. Quizás algún día nos crucemos de casualidad. Tenemos varios amigos en común. De hecho, empezamos a hablar después de coincidir varias veces en el Face de amigos comunes.  Si me preguntas detalles de como empezamos, no me acuerdo. Todo fluyó naturalmente, sin que nos lo propusiéramos.

Estar con él me da seguridad. Si alguna vez me viene con pavadas, lo borró de todas las redes en que lo tengo y listo. Mis amigas no me entienden, yo tampoco no las entiendo a ellas, siempre pegaditas a sus novios. A mí me gusta ser libre. ¿Para que necesito a un tipo al lado mío?”

Relatos similares a este son fáciles de encontrar tanto entre mujeres como entre hombres de distinta edad y nacionalidad.  La diversidad de relaciones sociales que se inician y/o desarrollan a través de la pantalla dificulta la caracterización de las mismas. Simplificando podemos establecer dos grandes grupos. El primero agrupa a aquellas relaciones que se desarrollan preferente o integramente en la pantalla. El segundo grupo se refiere a las que utilizan la pantalla como un modo para buscar y/o contactar con personas conocidas o no. En este caso, se trata de relaciones que tras los primeros momentos se mantienen  preferentemente a través de encuentros cara a cara. Pueden referirse a relaciones entre personas que se conocían personalmente con anterioridad a desarrollar una relación mediada por la pantalla como a relaciones entre personas que contactaron a través de alguna aplicación o servicio telemático.

La relación puede mantenerse por mucho tiempo en la pantalla o en cambio, servir como eslabón previo a un encuentro personal. En estos casos, la aspiración de uno o de los dos interlocutores puede ser establecer y mantener una relación sentimental estable, una amistad, una relación profesional o tener fines exclusivamente sexuales. En todos los casos, los interlocutores construyen una fachada acorde al personaje que desean representar para la ocasión, siendo irrelevante si la máscara que utilizan muestre (o no) la verdadera personalidad de su portador.  En la pantalla somos quienes decimos ser y como lo decimos. No necesariamente esto corresponde a quienes somos realmente. Cuando alguien engaña al otro, sólo lo engaña respecto de quién es, pero no respecto de quién realmente quiere ser.

La dificultad, o falta de interés para establecer relaciones personales fuera de la “protección” (si se prefiere podemos reemplazar este término por “separación”) que ofrece la pantalla favorece la expansión de prácticas sociales como las anteriormente referidas. Nos cuesta aceptar el disenso y el rechazo, pero, paradójicamente, el contacto corporal, la sonrisa amistosa y el gesto generoso a muchos de nosotros, nos asustan. Rara vez asumimos la responsabilidad del fracaso y del error. Eludimos, tememos el compromiso. En el trabajo y sobre todo en la amistad y en el amor. Los vínculos afectivos son débiles, pasajeros, intercambiables. La realidad se percibe como una experiencia individual en la que la presencia del otro se busca (se justifica, se excusa) con el objeto principal de reafirmar la visión que deseamos proyectar de nosotros mismos. La pantalla se presenta en tales casos como un escenario privilegiado de un relato, en el que la realidad (en tanto experiencia vital) se confunde con un espectáculo (en tanto experiencia ficcional), hasta llegar a ser, muchas veces, en uno de los factores centrales de la vida cotidiana para un número creciente de usuarios de los medios sociales digitales. En una búsqueda continuada de reconocimiento y popularidad millones de personas se exhiben en la pantalla en distintas situaciones que consideran meritorias de elogio y admiración por su belleza, elegancia, buen gusto, inteligencia y/o talento.  Un espectáculo del yo, en el cual el protagonista casi exclusivo es cada uno de los usuarios, creando un relato sin inicio ni final, fragmentado y parcial de su vida cotidiana, exhibida en continuado.

Protegidos de la inclemencia que perciben en su entorno, millones de personas desarrollan sus vidas afectivas a través de la pantalla, atentas al resplandor que generan sus propias palabras e imágenes en un recorrido circular alrededor de un universo autorreferencial, ilusamente ilimitado e irrestricto. De tal modo, la sociedad de la pantalla se puede caracterizar como una fase avanzada de La sociedad del espectáculo que describía Guy Debord en la década de 1960. “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediatizada a través de imágenes” (Debord, 4) y, nos permitimos añadir, mediante pantallas.

 

Buscando la media naranja

(o al menos alguien con quien intercambiar una caricia y una mirada)

Centenares de millones de personas en todo el mundo utilizan distintos servicios y aplicaciones de Internet para conocer un nuevo amor,  tener un romance pasajero,  buscar personas con las que mantener relaciones sexuales ocasionales o sencillamente para encontrar un amigo o amiga que los ayude de salir del círculo de soledad al que a muchos los lleva la vida cotidiana en las grandes ciudades contemporáneas. Seguramente los que recurren a la pantalla para desarrollar su vida afectiva  son muchos más que quienes lo reconocen. Paralelamente al popular universo de redes sociales como Facebook y Twitter se desarrollan espacios en la pantalla menos conocidos pero casi tan multidinarios como los anteriores. Servicios de contactos como Badoo, Match.com  y otros similares reúnen centenares de millones de personas que buscan amistad, amor y/o sexo a través de la pantalla de la computadora, el celular o la tableta, indistintamente, generando una facturación cercana a  dos mil millones de dólares anuales.

La pantalla se utiliza como un medio para acelerar y/o racionalizar los tiempos de búsqueda y de cortejo, permitiendo saltar varios pasos en los inicios de una relación, asimilando las relaciones personales a criterios similares a la lógica imperante en la valoración de los procesos productivos.  En más de una ocasión, la pantalla se utiliza como una vidriera en la que las personas son percibidas como objetos consumibles. Como si se tratara del escaparate de un negocio, hombres y mujeres se ofrecen buscando atraer la mirada de los potenciales candidatos / consumidores. En este contexto, los servicios de contacto intentan evitar que sus usuarios vivan cualquier tipo de “sorpresas” que impliquen la posibilidad de que se produzca una eventual pérdida de tiempo. Los valores que predominan son los de “eficacia” y “productividad”. Lo importante es obtener resultados satisfactorios. Las casamenteras y las antiguas agencias matrimoniales han quedado atrás.

En las relaciones mediadas por dispositivos electrónicos existe temor a la pantalla vacía. Las pausas, las respuestas no inmediatas son percibidas como algo negativo, como si toda ausencia provisoria en la pantalla anunciara un alejamiento definitivo. Sin lugar para el silencio, en la pantalla, las relaciones personales parecieran ser proporcionales al número de bits (unidad de medida del volumen de información almacenada por una computadora) intercambiados, indiferentemente al contenido de los mensajes. Perversa traslación de la teoría matemática de la información a la práctica de la seducción amorosa.

Las ciudades son percibidas como territorios inseguros, los espacios públicos de encuentro se reducen y las posibilidades de conocer a personas ajenas al círculo de allegados son cada son pocas. La soledad es acompañante habitual de muchos urbanitas que recorren la ciudad sin cruzarse nunca con miradas ni voces amigas. Las oportunidades de nuevos encuentros en la vida cotidiana son pocos y, a partir de la adolescencia, tienden a disminuir a medida que pasan los años. En cambio, en la Red siempre hay alguien con quien relacionarnos. No importa el momento, no importa el lugar.

Solitarios, tímidos, narcisistas encuentran en la pantalla un refugio gratificante en el cual es posible desarrollar un simulacro de vida social. La pantalla adquiere así un protagonismo creciente y, en muchos casos, estelar en la vida  de millones de personas. En la pantalla el intercambio de miradas que se produce en el encuentro de dos personas queda relegado por el resplandor titilante de las palabras y las fotografías publicadas en las  distintas aplicaciones telemáticas. En la sociedad de la pantalla, el miedo al rechazo, las dificultades para aceptar las diferencias o sencillamente la incapacidad para relacionarnos con nuestros semejantes, implican para un gran número de personas obstáculos difíciles de superar. Sin embargo, llega un momento que quienes han caído en la trampa de igualar el parpadeo de la pantalla electrónica con el parpadeo del ojo humano toman consciencia de la necesidad de encontrarse físicamente con otra persona y no con representaciones  electrónicas. Es tiempo, para todos ellos, de superar sus dificultades y temores, y exhibirse en la pantalla para intentar salir de la pantalla. Todos los recursos parecen buenos con tal de llamar la atención y conseguir alguien con quien estar, aún cuando sea furtivamente. “Buscar sexo en Internet es más tranquilo, real y seguro. Y no necesitas beber antes para lanzarte a levantar a uno que te guste” afirma una treintañera desde un diario de circulación masiva.

 

Sin salir de la pantalla

Los seres humanos tenemos la necesidad de contar historias, de re-inventarnos continuamente, todos tenemos la necesidad (no siempre asumida) de generar espacios imaginarios, de encontrarnos con nuestras fantasías, con nuestros deseos y miedos, de abrirnos en algún momento a los aspectos menos (re)conocidos de nuestro ser. Las relaciones en la pantalla permiten desarrollar —parcialmente— estos aspectos de nuestro ser. De tal modo, son muchos quienes, dejando de lado cualquier prurito acerca del resguardo de su privacidad y la de las personas cercanas a ellos (parejas, amigos, familiares, compañeros de trabajo) hacen de la pantalla un escenario privilegiado de relatos ficcionales —en tanto representaciones—  basados en hechos, deseos, imágenes de sus vidas o íntegramente imaginados, convencidos equivocadamente que se trata de “juegos” sin consecuencias sobre la “vida real”. Sin embargo, sólo excepcionalmente es así. Aquellas vivencias que compartimos en la pantalla con otras personas, de un modo u otro, inciden en nuestras vidas y en la de los otros participantes. Más allá de su presentación formal como espectáculo, las experiencias representadas en la pantalla no son ficciones ni tampoco juegos, salvo claro está las aplicaciones y contenidos creados específicamente como entretenimiento (videojuegos, obras audiovisuales, etcétera).

En las relaciones mediadas por la pantalla se  produce una sensación de extrañamiento con el propio cuerpo de la que cuesta desprenderse. De esto,  surge la asimilación  que muchos hacen de las acciones mediadas por una pantalla con una ficción. Alimentadas por un imaginario propio, en la pantalla, vivencias personales que hasta no hace mucho quedaban en el ámbito de la vida privada conforman parte de un espectáculo del que resulta difícil desvincularse. La pantalla actúa como un biombo que, en demasiadas ocasiones, nos impide discernir criteriosamente lo falso de lo verdadero, la máscara del rostro.

Acostumbrados a percibir el mundo, a realizar distintas tareas y a comunicarnos a través de pantallas electrónicas, cada vez nos cuesta más ver lo que nos rodea, reconocer nuestro entorno, mirar a nuestros semejantes. Sin embargo, aún cuando no siempre tenemos plena conciencia de ello, la pantalla forma parte de la realidad y aquello que hacemos utilizando una pantalla tiene  (o puede tener) múltiples consecuencias sobre distintos aspectos de nuestra vida cotidiana y/o en la de otras personas, cercanas o no a nosotros.

La comunicación a través de un dispositivo electrónico provisto de pantalla, por más sofisticado que sea, no puede sustituir enteramente el encuentro físico entre dos personas cara a cara, pero puede ser un medio adecuado para iniciar y mantener relaciones personales de distinto tipo. Internet es pródiga en historias de encuentros y también de desencuentros. Como fue siempre en las relaciones entre seres humanos, como será siempre, sea con una pantalla de por medio o cara a cara y cuerpo a cuerpo. En las relaciones humanas, así como son posibles la ternura, el amor y la honestidad también lo son el engaño, la violencia y la crueldad. Todos lo sabemos.

“Estoy escribiendo casi a punto de llorar, yo también me enamoré de un chico de internet. Él vive en España, tiene 20 años y este 4 de septiembre cumple 21. Yo sólo tengo 16 años. Desde que lo conocí me contó que sus ex novias siempre lo engañaban. Bueno, dice que está feliz de tenerme a mí porque nunca lo he engañado. Me prometió que para su cumpleaños vendrá a Chile a conocerme. El problema es que hace unos días dejó de conectarse. Entra por un momento a la computadora para decirme que me amaba y después se va a estudiar. Nosotros nos comunicamos generalmente a través del chat del face. Ayer, no sé por qué, sentí el impulso  de entrar en su twitter y vi una foto donde se lo ve abrazado a una chica, a punto de besarse,  después leí los mensajes donde ella le ponía mi cariño, mi amor...”. El desengaño amoroso, sea en la pantalla como en la calle, produce dolor. Al fin y al cabo, del otro lado de la pantalla, de un modo u otro, siempre hay seres humanos, incluso si nuestro interlocutor es un programa de inteligencia artificial.

En lugar de demonizar, de fingir indiferencia o entusiasmarnos ciegamente con las distintas modalidades de relaciones sociales mediadas por una pantalla electrónica es importante que nos preguntemos qué representan socialmente, a qué necesidades, a qué carencias responden, qué fantasías satisfacen.

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