"Siempre el rock se acercó a la política con una especie de desconfianza"

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"Siempre el rock se acercó a la política con una especie de desconfianza"

15 Enero 2013

Por Enrique de la Calle

AGENCIA PACO URONDO: Acaban de reeditar el libro que salió publicado por primera vez a fines de los 80. La primera pregunta tiene que ver con los objetivos de libros, qué discusiones te interesaban dar en aquel momento.

Eduardo Berti: El libro fue escrito a fines de los años ochenta. Por lo tanto, el por qué del libro hay que buscarlo en ese momento, ya lejano, y hacerlo significa para mí un verdadero ejercicio de memoria. Recuerdo que en ese entonces no había mucho escrito sobre rock argentino. Más bien casi nada… Existía, desde luego, el libro de Miguel Grinberg (Cómo vino la mano), que es un excelente trabajo. Acababa de editarse la imprescindible historia que ha escrito Marcelo Fernández Bitar. Había un puñado de excepciones más. Y luego había una serie de libros monográficos, dedicados a músicos o bandas en particular. Pero tampoco eran tantos estos últimos porque la explosión ocurrió después. Lo que faltaba, a mi juicio, era un libro con una óptica “transversal”, por ponerle un nombre. Quiero decir: que no se limitara a la historia de tal banda o de tal músico en particular y que pensara y abordara el rock, es más, desde otros campos de análisis: cruzándolo y conectándolo con otras cosas.

Eso es lo que intenté con “Rockología”, sin tener muchos modelos a mano (aunque estaba el trabajo, por ejemplo, de Simon Frith en Inglaterra) y sin tener tampoco toda la solidez y todas las lecturas realmente necesarias. Traté de remediar esas falencias con mucho empeño, con información y con la ayuda de algunos lectores (amigos o conocidos que fueron leyendo fragmentos, a medida que los iba escribiendo) quienes me asesoraron mucho y hasta me recomendaron bibliografía. Hay que tener en cuenta que yo tenía menos de 25 años…

Mientras escribía “Rockología” yo trabajaba en la redacción de Página/12 (eran los comienzos del diario), escribía en “El Porteño” o en “Cantarock” y cursaba algunas materias en la universidad, en la carrera de comunicación. Personas de esos ámbitos fueron de gran ayuda para mí, en aquel momento. También tuve el privilegio de poder incluir unos cuantos reportajes a muchos de los que, sin lugar a dudas, fueron los grandes protagonistas de esa década: desde Charly o Fito hasta Cerati o el Indio. Pero, volviendo a la pregunta sobre el por qué del libro, recuerdo que en los años previos a escribir este libro me vinieron a entrevistar por lo menos diez o doce estudiantes universitarios que estaban haciendo tesis sobre rock. Esto era muy novedoso para la época. Hasta entonces el rock no era un tema frecuente ni aconsejable en una tesis. De pronto, empezaba a hacerlo. Poco a poco se comprendía, se aceptaba, la importancia que el “movimiento”, como se decía, había tenido como cultura de resistencia o como espacio de libertad durante la dictadura, por ejemplo. Y se comenzaba a valorar su poética. En esas charlas, en esas entrevistas con los estudiantes universitarios (casi todos tan jóvenes como yo), también me fui dando cuenta de que había toda otra manera de abordar al rock que merecía ser profundizada.

APU: En relación a los 80, se desprende del libro una mirada crítica sobre esa década en relación a la historia anterior al rock. ¿Es así? ¿Ubicás ahí cierta decadencia (de las letras, de la propuesta ideológica) de esa música popular?

EB: Debo decir que no estoy de acuerdo. Yo creo que los años ochenta fueron muy interesantes para el rock argentino. Y si bien el libro es crítico, lo es por naturaleza (es un libro de crítica y análisis, al menos eso intenta ser) y lo es por igual, me parece, con todas las épocas, en las que hubo –como es lógico, como suele ocurrir– cosas buenas y cosas no tan buenas. Por supuesto, es más fácil idealizar el pasado y situar una supuesta edad de oro del rock argentino en sus inicios (Manal, Almendra, Los Gatos, Moris, Vox Dei, etc) o en el papel que cumplió durante la dictadura (Serú Girán, León Gieco, Jade, etc), pero los ochenta representaron la madurez de toda esa misma gente, más la incorporación de una serie de bandas y solistas de gran calidad: Sumo, Soda, Páez, Redondos, Virus, los Abuelos de la Nada… Es muy buena, sobre todo, la primera etapa de los ochenta, hasta 1986 o 1987. Hasta la muerte de Prodan y Moura, por mencionar dos hechos simbólicos. Tal vez, con el tiempo, terminemos pensando que esa fue la verdadera etapa dorada del rock argentino. O que, al menos, lo mejor ocurrió entre 1967 y 1987 En cualquier caso, yo siento que la decadencia empieza después. Siento que empieza a las claras a partir de de 1992, 1993, 1994, por fijar una fecha. La época de “Tango feroz” o el regreso de Serú Girán. Esto no quiere decir que no sigan apareciendo bandas interesantes. Hace poco escuché con gran placer a un grupo llamado Ciruelo, por dar un nombre.

APU: En los 80 se da el comienzo de la masividad del rock, que ya se establece como "la" música de los jóvenes argentinos. Esa masividad prácticamente se extiende hasta hoy. ¿Cuál es tu explicación de ese fenómeno?

Una de las cosas en las que más se insiste en “Rockología” es con el gran cambio, con el gran salto de masividad que hubo tras la guerra de Malvinas. La guerra es un punto claro de inflexión. Pero, desde luego, la cosa no puede explicarse por una guerra. Ni, mucho menos, atribuirse a una guerra. El rock local estaba creciendo ya antes de Malvinas y la futura masividad estaba incubándose, pienso yo y no soy el único que opina esto. Hay que recordar, por ejemplo, que bandas como Serú Girán convocaban cada vez más público y que el concerto gratuito que dieron en la Rural, antes de Malvinas, desbordó todas las previsiones de los propios organizadores. Es riesgoso hacer ciencia ficción e imaginar “ucronías”, pero suelo pensar que el rock argentino hubiese conquistado la misma masividad (tal vez en forma más lenta, eso sí) de no haber existido la guerra de Malvinas en la que se prohibió de repente la música en inglés (la música del “enemigo”, sin importar si el cantante era pacifista, anarquista, opositor a Thatcher, antimonárquico, irlandés antibritánico o lo que fuera…) y, por lo tanto, para poner otra música, para llenar ese “bache”, hubo que echar mano a los mismos discos que estaban en la lista negra de los militares y a los mismos músicos argentinos que, hasta el día anterior, eran los “enemigos” internos. Luego vino la democracia y vino el definitivo profesionalismo del negocio del rock, que empezó a tener sus suplementos en los diarios, sus radios, sus jefes de prensa, sus sponsors, etc. Es un tema complejo… Yo le dedico todo un libro, imaginate, y sigue habiendo tela para cortar.

APU: Marcás durante el libro las relaciones entre el rock, las corporaciones económicas y la política. La llamada "cultura rock" está fuertemente atravesada por esas discusiones sobre su lugar en relación a la industria del rock, sobre su propuesta ideológica-política. ¿Como ves esos cruces y cuál creés que es la particularidad de la década del 80?

EB: Los ochenta son, fundamentalmente, los años de la pérdida de la inocencia. Hasta fines de los setenta, todo se hacía en forma mucho más intuitiva en el rock. No había marketing (o, si lo había, era muy rudimentario), no había una “industria” en el sentido estricto de la palabra. Había una o dos revistas de tirada muy reducida. Había un grupo de músicos que eran todos, más o menos, un clan de amigos. Como mucho había dos veredas (la “pesada” vs la “acústica”), pero el rock era una especie de aldea. De a poco, eso fue convirténdose en una gran metrópolis. Me tocó presenciar desde cerca ese momento de cambio, que fue muy vertiginoso y desconcertante en su tiempo. Un músico de rock haciendo una publicidad de, no sé, una golosina era algo raro. Claro que había habido antes casos aislados (siempre hay casos aislados, de lo que se te ocurra, ¿no?), pero no era tan habitual. Como tampoco lo era que un músico de rock firmase un contrato con una marca de ropa y no pudiera salir en la foto de una revista con otra indumentaria… Recuerdo los debates, el desconcierto que todo esto provocaba. En mi libro, precisamente, quise ordenar todos estos cambios (y todas estas tensiones) a través de una división en capítulos y consagrando un capítulo a los lazos entre rock y la industria musical, otro a los lazos entre el rock y la política, otro a los lazos entre el rock y los medios de comunicación…

APU: En relación a los cruces entre rock y política. Desde los orígenes hasta los 80 el rock mantiene una propuesta en principio "a-partidaria", sin embargo, existieron confluencias. Se puede pensar en la primavera camporista, el primer momento del alfonsinismo, incluso vos recordás los actos de la campaña de Angeloz. Tu libro llega hasta fines de los 80, pero uno puede recordar intervenciones de rockeros en relación al menemismo (a favor y sobre todo en contra) y ahora con el kirchnerismo. ¿Es una relación conflictiva la de rock y política?

EB: Yo creo que es conflictiva, sin duda, porque históricamente los músicos de rock argentino no confiaron de nada que tuviera que ver con el poder. El rock, a nivel mundial, es una cultura que se planta contra todo lo que es poder: desde los padres hasta los maestros de escuela (“maestros, dejen a los chicos en paz”, canta Waters en “The Wall”, ¿no?) Por supuesto, eso no ha impedido ver que no es lo mismo el poder militar o policial que el poder político. Y en su momento, como decís, en las primaveras democráticas, los músicos argentinos se aproximaron un poco, pero siempre con reservas, siempre con una especie de desconfianza o de prevención. Lo que es importante señalar, pienso yo, es que el rock fue apartidario durante años y eso no implicó que fuera apolitico. Más allá de las declaraciones públicas o de lo que un músico dice en una entrevista (que es importante, no lo niego, y como muestra está el viejo ejemplo de los Cadillacs y su «no compartimos una mesa con quienes sancionaron las leyes de punto final y obediencia debida”), más allá de eso está la obra, están las letras de las canciones y están las actitudes sobre el escenario. Quisiera dar un ejemplo para que se entienda lo que quiero decir. Hay un viejo recital que dio Seru Giran en ATC, en 1982, en pleno gobierno de Galtieri. Todavía se me pone la carne de gallina cuando recuerdo (o cuando reveo en la grabación, que puede hallarse con relativa facilidad) el momento en el que García está cantando la “Canción de Alicia”, la cámara le hace un concienzudo primer plano (los que estaban “ponchando” eran “del palo”: sabían lo que estaban haciendo), García mira a los ojos a la cámara, con rabia, con dolor, y dice lo de “un río de cabeza aplastadas por el mismo pie”, lo de “estamos en la tierra de nadie” y luego: “no cuentes lo que hay detrás de aquel espejo, no tendrás poder, ni abogados, ni testigos”. Si eso no es un acto político…

APU: Te hago la última que se va del libro pero que pretende aprovecharse de tu conocimiento sobre el rock. Queda a tu criterio si querés responderla. Siguiendo con los vínculos entre rock y política: ¿Cómo ves el actual momento kirchnerista? Uno ve que el gobierno toma como propias algunos símbolos, banderas, ligados si se quiere históricamente con la cultura rock. Pienso en la idea de rebeldía, de "enfrentamiento a las corporaciones". Durante los actos se ponen canciones emblemáticas del rock e incluso el Gobierno sumó adhesiones de figuras muy importantes como Indio Solari, que nunca se había extendido de ese modo sobre otra administración. ¿Cuál es tu opinión?

EB: Me cuesta y hasta me incomoda responder por muchas razones, entre ellas –sobre todo– porque estoy viviendo fuera del país desde hace muchos años y no me me parece justo opinar desde lejos sobre cosas que otras personas viven de cerca, conocen de cerca y discuten de cerca mucho mejor que yo. Lo único que quisiera señalar es que el hecho de que un gobierno, el que sea, ponga música de rock o haga guiños a los músicos de rock no es garantía de nada. El mismísimo Ronald Reagan llegó a citar letras de Bruce Springsteen (para el espanto de este, claro) en alguna de sus campañas. Y hasta me han contado (no sé si es cierto) que la gente de Macri ha llegado a poner música del mismo Fito Páez que es tan crítico con los macristas. La mayor novedad parece ser que el gobierno de Kirchner (sobre todo por su política de derechos humanos) ha suscitado adhesiones abiertas de músicos que, como bien decís, usualmente no se pronunciaban de manera explícita. El caso anterior habría que buscarlo, tal vez, cuando se dirimió la elección entre Angeloz y Menem; pero en esa oportunidad los músicos que se sumaron a la gira “pro Angeloz” (que en su oportunidad fue un acontecimiento inédito, aunque hoy sorprenda algo menos) lo hicieron, recuerdo bien (y hasta llegué a compartir un tramo de esa gira, cubriéndola para Página/12), más contra Menem, contra lo que ellos temían del Menem que imaginaban (y se quedaron cortos…), que realmente a favor de un candidato del que poco y nada sabían y que ni siquiera tenía, ni mucho menos, el carisma del primer Alfonsín.