TARANTINO. La cinefilia en la sangre
Por Victoria Dursi* l Cuando le preguntan a Tarantino si fue a la escuela de cine responde que no, él fue al cine. Fue ahí, en la sala cinematográfica, como espectador, sentado en una butaca y fascinado por esos mundos en celuloide, donde nació ese sentimiento al que suele llamarse cinefilia y que lo llevó a convertirse en uno de los realizadores más aclamados del cine independiente estadounidense. Actor, director, guionista y productor, de esas cintas corriendo a 24 fotogramas por segundo extrajo los condimentos para sus obras, plagadas de elementos autorreferenciales. El cine se hace presente como cita a lo largo de toda su filmografía, y sobre todo en sus últimas realizaciones, en las que abundan guiños que resultan inaccesibles para la mayoría de los espectadores por referir a películas no pertenecientes al circuito comercial.
Desde su primer largometraje Perros de la calle, estrenado en 1992, Tarantino configuró una estética propia que lo destacó inmediatamente como director, no sólo por las temáticas elegidas, sino y principalmente por la utilización de los recursos. El uso recurrente del flash-back en pos de una narración no lineal, la mezcla de diferentes géneros, la estetización de la violencia y la creación de atmósferas a partir de una banda sonora que hace de contrapunto con la acción que muestra la imagen, son algunos de los elementos que caracterizan su estilo.
En su segunda película, Pulp fiction, que le valió la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes y el Oscar al Mejor guión original, se hace presente otro elemento que permanecerá en el resto de sus producciones, su particular sentido del humor. Por más que las suyas no sean comedias, ha desarrollado la capacidad de reírse y hacer reír al público de los hechos y los temas más inimaginables, como el nazismo y la esclavitud.
En Kill Bill Vol. 1 y Vol. 2 redobla su apuesta y ese estilo que lo caracterizaba se ve exacerbado. La película puede verse como un homenaje al cine y a las películas que siempre admiró, las de samuráis y del spaghetti western, que funcionan como puesta en escena de una violencia que se incrementa tramo a tramo, con escenas donde la principal protagonista es la sangre. Surge en este film el tema de la venganza como vehículo para el desarrollo de la acción, tema que aparece nuevamente en Bastardos sin gloria, donde la venganza adquiere una dimensión colectiva, cuando el pueblo judío que logra su revancha contra el nazismo.
En Django, su última película, una especie de spaghetti western que transcurre al sur de los Estados Unidos dos años antes de la Guerra Civil, recurre una vez más al tema de la venganza. En este caso un esclavo, interpretado por Jamie Foxx, conquista su libertad de la mano de un cazarrecompensas, interpretado por Christoph Waltz -ya conocido y destacado por su actuación en el personaje del nazi Hans Landa en Bastardos sin gloria- que lo ayuda a vengarse de su amo y liberar a su esposa. En este camino por recuperar a su amada y salvarla del sometimiento del esclavista Calvin Candie –Leonardo Di Caprio – Django ejerce venganza contra la esclavitud y el racismo provocando una matanza en la que tienen parte la dinamita, los tiros, las torturas y la sangre en altas dosis. Una vez más Tarantino aborda un hecho de la historia real, como es la esclavitud en los Estados Unidos, y se centra en el personaje de Django, que pasa de esclavo a convertirse en un hombre libre de sus cadenas, un héroe en el cual se encarna el camino hacia la propia superación. En medio las balas, la sangre y el humor negro de Tarantino que hacen de todo esto espectáculo.
* Integrante de Legados, espacio político de Artes – FFyL, UBA