Una hipótesis del porvenir

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Una hipótesis del porvenir

12 Noviembre 2011

Por Juan Ciucci I El tipo está solo, ahí. Enfrente de uno, como si no fuera quién es. En esa leonera que ya no es una cárcel o un buque de guerra paraguayo, sino un espacio mayor indeterminado, llamado exilio. Ese hombre, presente de mil maneras en esta habitación, es ni más ni menos que Juan Perón.

Quien lo muestra así, encerrado pero acosado por todo lo que no está ahí, es Leonidas Lamborghini. Eligió retratarlo en Caracas, Venezuela. En esa parte del exilio que poco se conoce, que parece ser la pretérita de lo que fue. Ante su estadía célebre en Puerta de Hierro, este periplo caribeño de Perón ha pasado un tanto al olvido. Pero es justamente allí, donde se prefiguran todas las cosas que pudo ser y que terminó siendo.

Por eso la obra es un abismo hacia la personalidad de un líder excepcional, de una de las figuras más trascendentales de Suramérica. Que tuvo que huir de su Patria (¿tuvo que hacerlo?, ¿podría haber resistido?), perseguido por asesinos y vendepatrias. Que ve como todos se alejan, creyendo que su estrella ha caído. Que solo lo tiene a Cooke, y a los que junto a él comienzan a resistir. Y que al mismo tiempo desconfía de ese joven de origen irlandés, que supo parapetarse detrás de la Pirámide de Mayo a defender a tiros su revolución, de los asesinos del ‘55.

Este líder en caída, este poderoso sin poder, nos muestra todas las facetas posibles del gran conductor. Se conmueve, llora y grita su desgracia y la desgracia del país. Pero es tan pícaro que no se deja atropellar por los sentimientos; y es capaz cual saltimbanqui, de pegar mil volteretas, y caer siempre parado.

Perón en Caracas resulta entonces un monólogo del General, en una habitación vacía y a la vez ocupada por sus pertenencias, que viene arrastrando en este largo exilio. La escena, entonces, refleja ese despojo del no-lugar; enfrenta al personaje con su deshumanizado contorno. Sus diálogos son con su memoria, sus recuerdos, sus espectros. El público de la sala es su natural interlocutor, para este Perón que actúa lo que fue, y aun busca cómo ser. Está desencarnado, como dirá en su vuelta del ‘73. Se dirige a la platea, la observa, le habla, la intuye. Y hacia el final desde esa platea lo interpelan, lo insultan, lo echan. La obra rompe la famosa cuarta pared del escenario, no sólo por la presencia envolvente del líder, sino con esta interpelación permanente desde y al público.

Ese público que lo insulta y quiere echarlo al final de la obra, lo podemos pensar, retomando el análisis de Matías Farías, como perteneciente a la década del ’90. Que “no quiere hacerse cargo del líder que supo crear, Perón, y lo usa como chivo expiatorio de sus propios fracasos”, como observa Farías. Leonidas, irónico, en su presentación de la obra dirá “En todo caso, si esta obrita mereciera el calificativo de deleznable la culpa es del General. ¿Acaso, según opinión mayoritaria en nuestros días, la culpa de todo no la tiene Perón?” Años oscuros los ’90, con un menemismo que recuperaba la visión gorila y reaccionaria del peronismo, y que alejaba a la militancia de sus fuentes. Otro contraste con estos días de exaltación y vivificación del movimiento peronista, más allá de las tesis superadoras al estilo Laclau.

Perón y Evita han ganado nuevamente las calles en cantos y banderas; y mayor sorpresa para quienes vivimos otras épocas, tienen ahora quien los acompañe en una tríada popular. Hasta Néstor Kirchner, parecía no existir alguien capaz de compartir tamaña terna. Y ese ascenso a la Santísima Trinidad Peronista, fue merced de un pueblo que sintió natural brindarle semejante homenaje. Desde la CGT, hasta las organizaciones juveniles, pasando por todos los sectores populares que aún construyen esa imagen en nuestras calles.

El teatro de Perón

En la presentación que Lamborghini hace del personaje, se trasluce su cabal conocimiento del líder y de su periplo en el exilio. Nos lo presenta así:

“Un Perón ya sexagenario que todavía se conserva, aunque con señales de algún deterioro (ese carraspeo, ese molesto dolor en el bajo vientre). Se nos aparece, por momentos, como un veterano actor en búsqueda de sí mismo y de interpretarse en su nuevo papel de Líder político desalojado del poder y obligado al exilio, pero que, no obstante, ya está preparando el terreno para recuperarlo”.

Podemos encontrar aquí las líneas de análisis de este período de Perón poco trabajado. Y nos interesa por ser un momento de tensión, entre su pasado y su futuro, pero casi sin presente. Está en el exilio, sin guita, pasando de país en país y de conflicto en conflicto. Paraguay, Panamá, Nicaragua, Venezuela y República Dominicana fueron los destinos del General en América, llegando mal, y yéndose peor. En escena, las valijas sin abrir, proponen la imagen de este viajero que aún no encuentra destino.

Retomamos: es un momento bisagra en la vida de Perón, en donde ya no es lo que fue, y no sabe ni cómo ni quién será. Le llueven propuestas de todas partes, le llegan promesas y anuncios equívocos. La obra maneja con sutil ironía estos posibles pasos, este estado de indefinición, esta duda que parece eterna. ¿Entre qué? Son largos los parlamentos en los que el Viejo se define: o un tirano Prófugo, o un gran estadista, o un payaso o un revolucionario, o un fascista o un socialista, o un macho o un cobarde.

La obra trabaja en escena con los discursos del General que ya empiezan a erigirse, con las lecturas de aquello que aún no ha terminado y  con aquello que vendrá. Se enfrenta Perón con lo que dicen de él, con los que empiezan a teorizar aquello que él vivió, aquello que encarnó. Esas dudas, en este exilio, son atroces, demoledoras. La carga cae sobre este hombre sexagenario, que sufre en carne propia el dolor de ya no ser. Las escenas que lo muestran orinando con dolor, merced de la prostatitis que lo aqueja; desnudan la humanidad de este prócer viviente. ¿Era un ser humano, el General? ¿Podía alguien, tan siquiera él, verlo como tal? ¿Cómo puede morir un líder? Estas preguntas aun nos resuenan, en este presente argentino del aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. Pero en ese 1998 en que escribe la obra Lamborghini, no parecía posible que apareciera otro líder por estas tierras. Era más bien una época de traiciones al interior del campo popular. Sin duda oscura, como aquella del fin de los ’50.

Mientras tanto, Perón, aquí en Caracas, está solo. Lo que vuelve del pasado y del presente de su patria, se presenta de modo espectral y alucinado. Lamborghini trabaja con el sonido, para traer a escena aquello que no está. Utiliza canciones propias que se exhiben de un modo alusivo; o inventa cúmulos de sonidos que intentan recrear aquello que se presenta ante Perón. Que puede ser el dolor de los torturados, el estruendo del 17 de Oktubre, el “monstruo maldito en el país burgués” de Cooke, o la evocación de una Eva cuyo cuerpo aún no sabe dónde esta. Es ésta una de las más desgarradoras escenas de la obra:
-¡¿Qué te han hecho Negrita?! ¡¿Qué te están haciendo!? ¡Bestias! ¡Hijos de puta! (grita Perón desencajado).
Leónidas trabaja con todo nuestro capital cultural del peronismo y de nuestra historia, y que en ese presente de Caracas vemos que Perón no sabe del todo, pero sospecha. En ese vacío del exilio, ni el cuerpo de su compañera descansa en paz. Nosotros sí sabemos lo que le pasó, lo que le hicieron, mientras el pueblo estaba proscripto y su líder exiliado. Pero en esta habitación, en este momento de la obra, es un hombre que desespera por el destino del cuerpo de su compañera. Hechos políticos y humanos, que no terminan de escindirse. Porque en escena, vemos todas sus dudas, todo aquello que lo acongoja, toda su abierta politicidad.

El Perón que elige Lamborghini

En esta representación, en este Perón en Caracas, sin dudas está presente la elección del autor, de cuál de todos los que son Perón va a elegir representar. Y aunque muestra muchos, partiendo de las dudas del General, quizás podemos ver con mayor claridad uno: el Perón de John William Cooke.

Esta obra teatral se la dedica Leonidas justamente “A la memoria de mi amigo J. W. Cooke”. Y es el único actor del período que aparece nombrado. No está Jorge Antonio, no aparece Isabel.

Como metatexto permanente de la obra está aquella monumental batalla epistolar: la Correspondencia Perón – Cooke. Es con ese corpus de cartas del exilio con el cual se construye la matriz política de la obra teatral. De allí saca su sustento ideológico, su espacialidad, su anecdotario. Lamborghini fecha su Perón en Caracas el 14 de Septiembre de 1956. Es la fecha de la cuarta carta que aparece en la recopilación de esa mítica correspondencia. Ese día, el General escribe dos cartas, una al Bebe Cooke(ya preso en Ushuaia) y otra a su padre, a quien le envía la dirección de su domicilio en Venezuela. Son esa fecha y esa dirección las primeras palabras que Perón dice en escena. Leónidas recupera esa fecha y su resonancia temporal: “Va a cumplirse un año del golpe gorila”, dice el general en la obra teatral. No ha pasado aun un año, estamos tan cerca del comienzo de la Revolución Fusiladora, de los bombardeos a la Plaza; y a la vez tan lejos.

Esa correspondencia es uno de los objetos de análisis más trajinados del peronismo. Permite de primera mano observar la relación un tanto irregular de dos hombres en el pleno accionar de sus vidas. Sucede durante la cumbre de la participación política de Cooke dentro del peronismo (con aquella famosa carta de noviembre del ’56, en la que Perón dice: “En caso de mi fallecimiento, en él delego el mando”). Son cartas de informes generales y planes de acción, de insurrecciones siempre a punto de desatarse, de marchas y contramarchas, de diferentes pareceres que se convierten en disputas. De un ida y vuelta que se transformará en monologo, cuando las cartas ya no lleguen desde Madrid. Fue quizás Cooke el único argentino que le dijo qué hacer a Perón, que se atrevió a criticarlo con dureza de frente. Cuando el General, en su vuelta definitiva a la Patria, lamente la falta de hombres para sucederlo, la prematura muerte de Cooke cobrará matices de tragedia nacional.      

Al momento de analizar ese Perón que desde Cooke construye Lamborghini, prefiero citar a esa monumental obra llamada Perón: reflejos de una vida, de Horacio González. En esta escritura de todas las lecturas que se han hecho del peronismo que realiza González, le dedica varios pasajes a John William y su relación con el General. A partir de aquella frase-concepto a la que ira unida para siempre el nombre de Cooke “el peronismo es el hecho maldito de la política del país burgués”, González comienza a decir:

“El peronismo era justamente un lugar de escisión, de quiebre, que anulaba lo que él mismo representaba, y representaba anulando lo que decía tener voluntad de hacer. Cooke, con ese concepto, mostraba no ser un intelectual de la nación o de un proyecto jacobino estatal, todo lo quimérico que fuese(...) porque Cooke es un intelectual de exilios, vive desestatizado y sin lengua específica. Su lengua es la del sujeto agonal revolucionario. Su ethos de acción está ligado a las mentalidades clandestinas y conspirativas(...) Con esta serena convicción de su marxismo latinoamericanista, en la dramática correspondencia que sostiene con Perón, había llegado a neutralizar, quizás sin proponérselo, el sistema de conducción urbi et orbi del viejo general exiliado.(...)

De ahí que el peronismo sea “la expresión de la crisis general del sistema burgués argentino, pues expresa a las clases sociales cuyas reivindicaciones no pueden lograrse en el marco del institucionalismo actual”. No podría obtener conclusión más nítida la idea de que la lucha de clases se inscribe en el cuadro institucional, poniéndolo en estado de desmoronamiento permanente. El peronismo no puede ser contenido por las instituciones burguesas, pero sus propias contradicciones no logran configurar los actos para superarlas.[...]

Los temas de Perón en la Correspondencia son el odio, la vergüenza, la violencia, la muerte, la delegación de la palabra, la imposibilidad de dejar de ser uno, de ser este sujeto que escribe y que lucha por descifrar y a la vez encubrir sus propios cálculos abismales”

Larga cita, que envuelve varios vericuetos posibles de la interpretación del cookismo. Me interesa traer la concepción díscola de Cooke, siempre en los márgenes del proceso del cual es parte. Tanto, que finalmente queda a la deriva, alejado pero en orbita del sistema solar peronista. Un maldito él mismo, que en el ’98 de la obra teatral de Lamborghini, es un recuerdo militante o una bibliografía académica. Su fuerza revolucionaria permanecía acallada, y esta obra de Leonidas puede verse en ese marco como un intento de exorcismo, de recuperación victoriosa del gran Bebe. Pero que arrastra también las huellas de aquella batalla perdida. Le hará decir a Perón en la obra:

-¡Sí!, el peronismo... el monstruo maldito del país burgués que dijera Cooke... y él intentando explicarles nuestro minotauro a ortodoxos marxistas-leninistas del mundo entero... ¡Bravo mi querido Dr. Cooke.... mi querido y admirado amigo!... (y agrega con sorna)...pero antes darán aceite las piedras... antes de que alguna vez nos lleguen a entender... Pero ya veremos ... ya veremos... (y se lo escucha decir muy por lo bajo coincidiendo con una de sus guiñadas, traviesamente)
-...bueno, vaya a saber lo que veremos... la Historia es también una milonga... y qué milonga...

Metáforas del poder

Un objeto y un sonido funcionan en Perón en Caracas a modo metafórico de ese poder que el personaje posee (o cree tener, o no sabe si lo tiene) y la construcción que ese poder demanda para existir.

Por un lado aparece un durazno, maduro y jugoso, que Perón amenaza constantemente con comer, y que no come nunca. “Me atrevo, no me atrevo”, es su duda shakesperiana ante la fruta seductora. ¿A que se atreve y a que no se atreve este Perón del primer exilio? ¿Que pasos de los que Cooke le propone está dispuesto a seguir, y cuales no? Estas decisiones, estas cavilaciones, son el sustrato del drama de la obra, el alimento de estos interminables monólogos replegados, ensimismados en su persona. Llegará a lanzar proclamas celebres, de aquellas que hiciera famosas. Pero resuenan a vacío, en el vacío de la piesa en la que ahora habita. ¿Siguen siendo sus palabras tan potentes como antes? En el pasaje del discurso ante miles que realizaba en la plaza, a las cartas que todo peronista que merezca serlo podrá recibir en esos años. Un hombre de cartas, hablado por sus cartas.

Y por otro lado, el sonido de un flautista que ensaya una partitura. Esos ensayos, su progreso, le permiten a Perón (y a Leonidas) reflexionar sobre la construcción política, y las formas del poder. Esos pasos que deben darse, lentos hacia una melodía (una sinfonía del sentimiento, diría Favio). Los pasos que intenta construir Perón, con aquellos que se acercan a escuchar su palabra. Como ese pichón de dirigente con el que intenta dialogar en la obra, y que no hay manera en que logre entenderlo. Trabajo irónico sobre aquellos que viajaban hacia la Meca peronista, y volvían con dispares interpretaciones de las palabras del exiliado. O a los cuales Perón, intencionalmente, confundiera y despistara. Esa sinfonía, tan difícil de construir, que se escapó en el aire, que pareció ser tantas cosas distintas, que sirvió a tan dispares fines.

Llegamos al final de la obra, con el fantasma, el espectro de Perón allí presente, sin manos. Con los signos de ese otro cuerpo mancillado, en una sociedad de cuerpos sin descanso. Una sombra ya pronto serás, una sombra lo mismo que yo. Final doloroso, de angustias, incierto. Podemos pensar en esos años finales de la década del ’90, en el país que observaba ese espectro de Perón, y a quienes decían ser sus herederos. Sin dudas hoy la realidad es otra. Esa risa gardeliana del General esta más viva que nunca, a la espera aún de los sucesos que esta nueva resurrección del movimiento pueda provocar. Quizá con menos pasado y más futuro, quizá con nuevas armas y herramientas de la crítica y la política, quizá intentando conjurar nombres sin caer en blasfemias. Porque mejor que decir es hacer, y mejor que prometer es realizar.

“En inferioridad frente a su fuerza material, la ventaja del Peronismo está en que no resiste al curso de la Historia, sino que forma parte de él, que no es un rezago del pasado sino una hipótesis del porvenir”
John William Cooke
Correspondencia Perón – Cooke, 30-9-1962