El rompecabezas de la identidad
Por Pablo Russo
Gastón Mena cumple 44 años en los próximos días. Grandote y corpulento, parece mentira que haya pasado hambre alguna vez. Todavía se emociona hasta las lágrimas cuando recuerda su infancia y adolescencia. Rememora su historia tantas veces como le pidan, porque, entre otras cosas, no pierde la ilusión de que al narrarla aparezca algún indicio que le permita completar el cuadro que fue armando a los tumbos. Gastón recuperó los restos de su padre en 2010, y todavía espera los de su madre; pero por sobre todo busca a su hermano o hermana, que debió haber nacido en 1976 en un centro clandestino de detención de la última dictadura cívico-militar.
Luz. Gastón se chocó con Eva Castillo en la estación de trenes de Constitución. A ella se le cayeron las carpetas que cargaba y a él las medialunas que había manoteado en una panadería cercana para paliar el hambre. “No grite que no le voy a robar”, le dijo él mientras veía como un perro se alejaba con sus medialunas. También adivinó el sánguche que llevaba la mujer en una bolsa. Ella le preguntó si tenía hambre y se lo regaló. Gastón corrió entonces a su ranchada: un vagón de tren abandonado, donde vivía con otros cuatro chicos entre quienes se repartieron el banquete. Al día siguiente, la mujer preguntaba por él en la estación; llevaba sánguches para todos. Y otra vuelta llegó hasta allí con una olla de arroz con pollo, y él la invitó a almorzar con ellos. “Fue, se sentó con nosotros en el vagón y comió en las botellas plásticas cortadas al medio que usábamos de plato. Después nos trajo cubiertos, platos, jabón; todo lo que nos hacía falta. Los domingos nos llevaba helado. Pasaron dos o tres meses, ya teníamos una confianza, hasta que ella me propone irme a vivir a su casa”, cuenta Gastón. Él aceptó y le pidió que acomode también a los pibes que vivían con él. “No sé cómo hizo, pero lo logró. Ese día fui a la casa en Lanús, antigua pero muy linda. Me encontré con una habitación, con una cama, con ropa limpia. Me bañé, me cortó las uñas y el pelo, y comimos. Su hijo Claudio me miraba y me preguntaba cosas. Al otro día me puso una maestra particular para que estudie y termine la primaria”, recuerda. Era 1994 y hacía siete años que Gastón estaba en situación de calle. En ese renacer, consiguió un trabajito en una panadería de la que salía tarde. Cuando volvía a la casa, Eva siempre le guardaba algo para comer. “Con ella supe lo que era una madre, aprendí a tener una madre y cómo se podía preocupar si me juntaba a comer una pizza o iba a bailar. Fue mi segunda mamá”, confiesa Gastón. En Navidad, Eva le preguntó por qué había terminado en la calle, y el respondió: “me echaron de la casa y lo único que sé es que soy hijo de desaparecidos”. Ella dio un sacudón de sorpresa en la silla y le contó que colaboraba con Abuelas de Plaza de Mayo. “No sabía quiénes eran, fue como si me dijeran que al otro día comíamos papa fritas con milanesas”, ríe hoy al evocar el momento. Dos días después le mostraron la foto de sus padres, Hugo Francisco Mena y Marta Graciela Álvarez, con un bebé en brazos. “Fue muy fuerte, a partir de ese momento fue un click, empecé a armar el rompecabezas”, explica.
Noche. Los padres de Gastón militaban en Montoneros, partido de Malvinas Argentinas, por la zona e José C. Paz, José León Suárez y San Miguel, en la provincia de Buenos Aires. Hugo, conocido como “Pelé” y Marta, “la entrerriana”, tuvieron a su hijo el 30 de septiembre de 1973.
Todavía no había cumplido tres años cuando una patota se los llevó. “El 19 de abril del ´76 mis padres fueron secuestrados junto a otros compañeros en una casa de la zona norte del Gran Buenos Aires. En ese momento éramos 5 chicos en la casa”, relata Gastón la historia que conoció a sus 39 años. “Se llevaron a las mujeres y después a los hombres. El comandante al mando le dijo a un soldado que lleve a los chicos al fondo y los fusile. Este soldado no se animó, tiró los tiros al aire y le dijo que el hecho fue consumado. Quedamos solos. El más grande, Dante, tenía 6 años y se encargó de los demás, de abrigarnos y darnos una mamadera. Yo era el más chico”, señala. Una de las mujeres, Sonia Toloza, logró escapar y a la mañana siguiente volvió a la casa y se encontró con los 5 chicos. Gracias a ella y a su testimonio en los juicios por los crímenes de lesa humanidad de 2012, se pudo identificar a quiénes se llevaron esa noche de esa casa. Consiguió un teléfono y un compañero de la Villa 31 de Retiro pasó a buscar a los niños. “En esos días hubo una batida en la villa entonces nos subieron a una camioneta y nos llevaron a Tigre. Ella va a Tigre y deciden dejarnos en lo de mis abuelos. Me envuelven en una frazada, me enchufan una mamadera y me llevan a José C. Paz, donde esperaron hasta la noche que estuvieran acostados para tocar el cable que hacía sonar una campana en el fondo. Me recibe mi abuelo, el padre de mi viejo, que ve al nieto en la puerta y se le cruza toda la secuencia en la cabeza”, reconstruye Gastón según lo que le contó aquella sobreviviente.
Infancia. El abuelo juntó a tíos y tías, y mientras Gastón jugaba en el piso con un camioncito, les dijo: “Soy un hombre grande, tengo que trabajar, Ángela (su mujer) también, la casa queda sola. Pensemos en Gastón”. Uno se excusó porque ya tenía 4 hijos; otro porque trabajaba en una metalúrgica; un tercero que vivía en el campo… la hermana que estaba edificando a la vuelta tomó la posta: “tengo dos, uno más no hay problema”. Esta parte de su vida Gastón la conoce a través de lo que le narró una tía, presente en aquella reunión. “Estuve un tiempo en lo de mi abuelo, tengo algunas lindas imágenes ahí, pero es a partir de los seis años que tengo recuerdos. Siempre me pregunté ¿Por qué se hicieron cargo de mí las personas que yo llamaba papá y mamá? Viví ahí la peor etapa de mi infancia”, hace una pausa Gastón y pide disculpas por la conmoción que le causa el recuerdo. “No puedo entender, al día de hoy, con solo 6 años los castigos físicos que sufría. Por no bajar la ropa, porque se me caía una taza o porque me escapaba a jugar al fútbol al potrero de la vuelta”, expresa. La diferencia con sus primos, que él creía hermanos, era abismal. “De grande me di cuenta de un montón de cosas: no los querían a mis viejos porque eran montoneros, porque ayudaban socialmente”, conjetura. Durante el mundial de 1986, con solo 12 años, Gastón se subió a un camión rumbo al obelisco para los festejos. Cuando volvió a la casa lo esperaba otra paliza, la última que recibiría de sus tíos, que lo echaron del hogar: “Estuve siete años en la calle, y ninguno salió a buscarme”. Poco tiempo antes se había enterado de que era hijo de desaparecidos.
Sombra. Antes de la magia del barrilete cósmico en aquel mundial, Gastón jugaba al fútbol en los Campeonatos Evita. Su equipo fue el ganador y, durante los festejos, don Pancho, un viejo del barrio que siempre le regalaba caramelos y acompañaba en los partidos, le halagó: “si tu viejo estuviese vivo estaría muy orgullo de vos”. Al chico se le taparon los oídos, quedó aturdido. Corrió a la casa, donde la mujer a la que llamaba mamá estaba planchando, y encaró la pregunta. “Yo no soy tu mamá, soy tu tía; él no es tu papá, es tu tío; y ellos no son tus hermanos, son tus primos. Y lo único que te voy a decir es que sos hijo de desaparecidos”, fueron las pocas respuestas que consiguió. “Lloré mucho, entré en una etapa de rebeldía, no iba a la escuela. Cuando fue lo del mundial me echaron a golpes. Mi tío me agarraba de los pelos y me pegaba, estaba sacadísimo”, describe. Gastón corrió hasta la estación de trenes, se subió a uno y llegó a Retiro. Caminó en la noche porteña por una ancha avenida. Reconoció el obelisco en el que había estado celebrando y cantando horas antes. Siguió hasta una plaza, y en el respiradero de un subte del que salía aire caliente se bajó la remera hasta los tobillos y se acostó a dormir. “Se acercaron 4 chicos, me taparon con una frazada y se acostaron conmigo. Al otro día me preguntaron cómo me llamaba, y me dijeron “bienvenido a la familia”. Pasé a ser el cuidador de ellos, porque era un poco más grande. Dormíamos debajo del alero de la estación de trenes de Constitución, con frazadas, bolsas y diarios para el frío del invierno. Buscamos un lugar y encontramos un vagón de tren, que fue nuestra ranchada todos esos años”, apunta. “Nunca pregunté por qué estaban solos, no se preguntaba eso, para no hacernos daño. Sí los sueños de cada uno, que le gustaría en la vida. Nuestra pelea era el hambre: llegaba la noche y se nos pegaba el estómago a las costillas. Cuando doy charlas en los colegios siempre les digo a los pibes que ojalá nunca les pase eso, pedir y que no te den nada. La discriminación era constante; éramos una sombra dentro de la ciudad”.
Hermanx. En los años siguientes, mientras el joven Mena construía su nueva vida en Lanús, fue recomponiendo el rompecabezas de su historia y su identidad. Con piezas sueltas, relatos fragmentados, cruces, descubrimientos y desencuentros. “En el juicio por Campo de Mayo, en San Martín, escuché por primera vez que mi vieja estaba embarazada. A mí me cuidaban mucho las Abuelas, supongo que ellas ya sabían. Eso fue muy impresionante, igual que dar mi testimonio frente a un juez y verles las caras a los que mataron a mi viejo. Los tíos que me tuvieron de chico fueron citados pila de veces, tanto la familia Mena como Álvarez; nunca fueron”, expone Gastón. Los restos de su padre fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en una fosa común en el cementerio de Avellaneda. Hoy descansan en la bóveda Memoria, Verdad y Justicia del cementerio de Lanús. “En cualquier momento me entregan a mi mamá; y falta encontrar a mi hermano o hermana, la pieza final que me falta. No hay un día en que no me pregunte a dónde estará. Y si yo no estoy más en esta vida, serán sus sobrinos y sobrinas que la o lo busquen. Me emociona hasta el alma que mi hijo me diga que no nos vamos a cansar de buscarlo”, enuncia el padre de 2 varones y 3 nenas, la última de las cuales nació en Paraná y a la que le dice “la entrerriana”. “Tengo temor por el gobierno actual, que pare todo, que saque una ley y que diga que no se busca más, porque hasta a dudar de que fueron 30 mil desparecidos llega… Ese es mi miedo; pero la esperanza nunca la pierdo”, afirma Gastón, mientras se le iluminan los ojos al soñar con ese encuentro.
Gastón, de Lanús a Paraná
Hace algunos años Gastón Mena se mudó a Paraná. Volvió a formar pareja y tuvo una nena. Decidió venir a Entre Ríos por su mamá, que había nacido en Cerrito, y porque quería “descansar la cabeza”.
“En 2004, después de lo de Néstor (Kirchner) el 24 de marzo en la ESMA, estuve muy comprometido en lo social. Sin tener matricula ni estudio en la facultad, pero si con conocimiento de lo que es la calle, fuimos transformando un montón de cosas. Trabajaba en Lomas de Zamora, en Villa Diamante, Villa Jardín, Villa Fiorito. Militaba en la Martín Fierro, agrupación que nace en esas bases, pero yo llevo una bandera que es la de los 30 mil, la de mi viejo, mi vieja, y la búsqueda de mi hermano o hermana. ¿Para qué me voy a poner una remera que diga Martín Fierro si lo que necesita el otro es un plato de comida?”, comenta Mena. Lo primero que comenzó a organizar fue el festejo de los cumpleaños de los chicos, y para eso juntaban cuadros de bicicleta que restauraba con un bicicletero. Su labor militante comenzó a resonar y en 2006 lo llamó Alicia Kirchner para sumarse al Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. “Para mí fue una experiencia muy linda, nunca me sacaron de lo que estaba haciendo, sino que me dieron más herramientas. El programa Argentina Trabaja fue una ayuda para los que menos tenían dentro de la villa, una cosa importante que hacíamos eran los baños y que las casas tengan piso. Eso fue una transformación, a raíz de todo eso me puse una mochila de responsabilidad que era muy grande, con mucho desgaste, mi cabeza volaba”, rememora Gastón. En 2010 entierra los restos de su padre, identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense, y en 2012 vivió los juicios por crímenes de lesa humanidad a flor de piel. “En ese tiempo vi cosas que no tendría que haber visto dentro de la política, y dolió, dolió mucho. Hubo compañeros que apostamos a lo que era realmente el proyecto nacional y popular, sin enriquecernos los bolsillos, dándole el apoyo a la gente; pero otros tenían la vaca atada, y hoy en día ocupan lugares importantes.
Después del juicio mi cabeza estallaba, me divorcié de mi ex mujer, senté a mis hijos y les dije: “Papá está buscando descansar mentalmente”. Era una decisión de abrirme un poco. Ahí decido venir a Paraná. Mi mamá tenía familiares, hubo un tiempo en que cuando tenía ganas de vacaciones me juntaba con ellos, así que tenía una referencia”, cuenta Gastón, que pidió el traslado y sigue trabajando como empleado de Desarrollo Social, pero en mesa de entradas, “recibiendo la correspondencia”.
Hoy vive en barrio San Roque, detrás de la Escuela Hogar, y participa de HIJOS Regional Paraná, haciendo el programa de radio “La huella de caracol”, los martes a las 19 por Radio Barriletes. “Tengo ganas de hacer cosas, tendría que tener un conocimiento más amplio del territorio para generar política social y constructiva con compañeros que piensen lo mismo: que no se trata de tener un lugar y ser funcionario, sino de pensar en el otro que realmente necesita”, comparte sobre su presente y expectativas en Paraná.
Hugo y Marta
La información en la página de Abuelas de Plaza de Mayo indica que Marta Álvarez nació el 28 de mayo de 1955 y Hugo Mena el 9 de mayo de 1950. Tuvieron a su primer hijo al que llamaron Gastón Hugo. Ambos militaban en la organización Montoneros. Sus compañeros la llamaban “La Entrerriana” y a él “Negro Pelé”, “Pelé” o “Mariano”. Fueron secuestrados el 19 de abril de 1976 en la zona norte del Gran Buenos Aires. Marta estaba embarazada de siete a nueve meses. Posiblemente hayan permanecido detenidos en Campo de Mayo.Una resolución de la Cámara Federal en lo Criminal y Correccional de Capital Federal, del 26 de marzo de 2004, determinó que Hugo fue asesinado el 6 de mayo de 1976. Esto fue constatado a partir del acta de defunción y la comparación de huellas dactilares. Así pudo saberse que fue inhumado como NN en una fosa común del cementerio de Avellaneda, el 2 de junio de 1976.En mayo de 2009, en el marco de la Iniciativa Latinoamericana de Identificación de Personas Desaparecidas llevada adelante por el EAAF, pudieron ser identificados los restos pertenecientes a Hugo Francisco Mena. Esto fue confirmado por la Cámara Federal en lo Criminal y Correccional de Capital Federal el 23 de julio de 2009.La joven y el/la niño/a que debió nacer en cautiverio continúan desaparecidos.
Fuente: El Diario