Emilce Moler: relato de una militante de la UES
Por Enrique de la Calle
Entre el 9 y el 21 de septiembre de 1976 (el 16 ocurrieron la mayoría de los secuestros), grupos de tareas de la última dictadura secuestraron a diez estudiantes de colegios secundarios de la ciudad de La Plata. Eran militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y de la Juventud Guevarista. El hecho quedó registrado como "La noche de los lápices". De los diez detenidos, María Claudia Falcone, María Clara Ciochini, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Daniel Racero y Francisco Muntaner continúan desaparecidos, mientras que Emilce Moler, Pablo Díaz, Gustavo Calotti y Patricia Miranda fueron finalmente "blanqueados" por la dictadura y quedaron a disposición del Poder Ejecutivo. AGENCIA PACO URONDO dialogó con Emilce Moler, quien acaba de publicar un libro sobre aquellas jornadas y sobre su propia historia militante.
AGENCIA PACO URONDO: Acaba de publicar el libro "La larga noche de los lápices. Relato de una sobreviviente". ¿Por qué le interesó publicar su historia hoy?
Emilce Moler: A veces me preguntan cuánto tardaste en escribir el libro... Y yo digo que fueron 60 años. Por otro lado, todo el mundo tiene la fantasía de escribir un libro, pero en mi caso nunca la había tenido, sino que me surgió la necesidad de “dejar escrito” mi historia. Primero comencé a hacerlo para mi familia, para mis hijos, para mis nietas. La llegada de mis nietas me conmocionó mucho porque ahí vas viendo las diferencias, las distancias que tenés con ellas. Como anécdota, mi nieta de 9 años me preguntó: “A vos, en la cárcel, ¿no te dejaban tener celular, no?". Entonces ahí te das cuenta de cuánto hay que contar, explicar y hablar.
Por otro lado, siendo matemática, no tenía la práctica de la escritura, ya que nunca lo hice. La idea de que los que estamos en política hacemos grandes redacciones en mi caso tampoco fue así. Rompo con muchos mitos en ese sentido porque si bien me dediqué mucho a la política, a cuestiones sociales y demás, soy matemática en mi formación, por lo que escribía correctamente pero tipo telegrama.
En el medio, apareció el macrismo, que caló hondo en mis sentimientos, como en todos los que abonábamos a una continuidad de proyecto nacional y popular. Es decir, me generó una cuestión más introspectiva y me inscribí en un taller de Letras para aprender a escribir, porque yo sabía que quería dejarles por escrito mi historia a mis hijas e hijos, a mis nietas, a algunos jóvenes, pero lo que no sabía era cómo. Entonces empecé a escribir y a contar lo que tenía que contar. En realidad, no hay nada nuevo respecto a lo que ya he contado en tantas entrevistas, lo que cambia es el tono en el que lo cuento, ya que utilizo un tono intimista con una serie de detalles que en las entrevistas, radiales o escritas, nunca se puede tener.
APU: Uno de los relatos se llama "Emilce Moler y yo". ¿Por qué?
E. M.: Quería contar que había detrás de todo el mensaje político que suelo dar sobre mi historia, poder relatar quién es Emilce Moler después de todo. Esto es lo que estoy tratando de contar, más que nada para los jóvenes que me ven y soy un personaje para ellos, que se han criado acompañándome en las marchas, también viéndome para ver qué digo en un discurso del 16 de septiembre. Quise contar todo el backstage, cómo llego a ese discurso público. Sobre todo, para desmitificar algún mito, por ejemplo, que siempre se piensa que uno era rebelde y no lo era, o que venía de familia política militante y tampoco es así. Me interesaba mostrar ese detrás de escena de mi vida más conocida.
APU: Habló de cómo te impactó el nacimiento de tus nietas, que son mujeres. Además, usted también lo es. Lo digo en relación a que existen muchos libros en primera persona sobre los 70, pero en general, escritos por varones. ¿La publicación ahora de su historia tiene que ver con el movimiento feminista de estos últimos años?
E. M.: Tal vez no lo pensé tan elaboradamente, pero es indudable que las mujeres en este tiempo de deconstrucción hemos decidido tomar la voz, es un hecho innegable y seguramente eso influyó, sin dudas. Muchos de quienes han leído el libro me han hecho un comentario vinculado a que es un libro escrito muy desde la mujer, desde la militancia de una mujer, aunque yo hablo de mi pasado pero sin hacer específicamente una reivindicación de género.
Me parece que estamos viviendo un tiempo innegable de cambio y seguramente esto me ha influido. El feminismo es uno de los movimientos más importantes que están ocurriendo desde las juventudes, lo veo cuando hablo en las marchas o en las entrevistas. Pido, eso sí, disculpas por no hablar con lenguaje inclusivo, no por un tema ideológico, sino porque no me sale todavía, no lo aprendí, aunque lo valoro enormemente.
Para mí, fue de gran ayuda tener hijas que te ayuden en la deconstrucción y hasta nietas, que ya, a sus cinco o seis años, me preguntaban, en un Día del Niño, por qué no existía el día de la niña. Estas eran preguntas que una nunca se hubiera hecho antes.
APU: Habló de romper con determinados mitos, y entre ellos, se refirió a no ser una rebelde. ¿No se considera así?
E. M.: Generalmente, fui viendo que existía un mito a raíz de las preguntas de los jóvenes en las charlas que tengo con ellos, y de allí obtengo mis insumos para los análisis. De hecho, cada relato, en los capítulos de mi libro, fue producto de alguna pregunta que alguien me hizo en algún momento y que dispararon esos relatos.
Una de las cosas que escuché es que muchos creían que provenía de una familia de combatientes y que yo era muy rebelde, de pararme y contestar y demás. La realidad es que fui a una escuela de monjas en la primaria y era la mejor alumna; después me cambié a un colegio de bellas artes, distinto de la universidad, porque me gustaba dibujar, pero seguía siendo buena alumna. No hablé nunca en una asamblea ni tampoco estuve delante de una marcha. Ese tipo de cosas, que no son ni mejor ni peor, son la realidad. Además, quiero decir que no tenías que tener todo ese tipo de cosas para convertirte en el enemigo político que eras. Podías estar atrás, muy inadvertida, pero tener un volante y pensar, y ya con eso eras un enemigo político.
Es muy habitual que los jóvenes hagan estas construcciones de que una nació revolucionaria. Me parece que es importante contar la historia como fue, porque también les dejás espacio a los jóvenes, porque si vos tenés que ser así de entrada, cualquiera que no se vea con esas características, va a decir que yo no puedo hacer nada para cambiar la sociedad. En ese sentido, trato de decirles a los jóvenes que todos tenemos espacio para lograr eso, que no es necesario tener esas características ni mucho menos, porque ni yo las tuve.
Unión de Estudiantes Secundarios
APU: Cómo fueron tus inicio en la militancia política. ¿Qué era la UES para usted?
E. M.: Comencé a militar formalmente en el año 1975. Es decir, que durante los años anteriores (del 72 al 74), donde se vivía una alegría en la militancia, no militaba orgánicamente en ninguna agrupación, sino que participaba de casi todo. Justamente, en el año 1975, con la Triple A de Isabel Martínez de Perón ya funcionando, empiezo a sentir que se pierden las libertades que veníamos teniendo. En La Plata, sobre todo la Triple A, el Comando Nacionalista Universitario (CNU), empezaron a hacer estragos, mataban todos los días a gente que yo conocía. Ahí me di cuenta que venía una situación muy complicada y entendí que solo, como libre militante, no podía con esto. Ahí me dije: “Tengo que ser orgánica”. Esa es una palabra que acuñé mucho en mi militancia y que tengo todavía muy enraizada, pero con la que ya no sé qué hacer porque hoy ser orgánica no sirve demasiado. Igualmente sigo siendo orgánica porque creo que la organización es la base de la construcción política.
APU: Antes de ser orgánica, ¿cómo era la militancia platense en 1973 o 1974?
E. M.: Participaba de todas las movilizaciones, de las tomas de las escuelas, de las marchas, de las jornadas solidarias, de ir a los barrios, etc. Participaba en actividades de distintas agrupaciones. Por ejemplo, participé con la Juventud Guevarista y también en muchas actividades del PC, porque hay que tener en cuenta que muchas actividades se hacían en conjunto. De hecho, me acuerdo que me invitaron a una jornada solidaria para pintar los bancos de una escuela pero no tengo claro qué agrupación fue la que me convocó. En mi recuerdo, lo que sí está es la alegría, los bancos, la actividad, las charlas políticas, etc., pero me da la sensación de que participaron varias agrupaciones. Yo no tenía registro de la militancia orgánica en ese momento.
Otro recuerdo es el cierre, en el año 74, de la Universidad de La Plata por los asesinatos de Rodolfo Achem y Carlos Miguel, un caso tan emblemático de esa ciudad que ocurrió un 8 de octubre. Ese día marchamos al cementerio: cuadras, cuadras y cuadras de estudiantes secundarios, universitarios, y allí seguramente debía haber montones de agrupaciones y participantes sueltos. En un momento sí tuve que elegir porque ya me pedían una definición. Ahí me sumé a la UES, con mucho conflicto en torno a la violencia armada.
APU: Se definió como una persona no rebelde. ¿Cómo fue la decisión de sumarse a una organización como la UES y en el año 75, donde la violencia política era parte del escenario?
E.M.: Cuando hablo con los docentes trato de marcar el rol tan importante fue tiene la escuela, porque fue ésta la que permitió abrir mi cabeza. Fue la escuela con su entorno, con sus docentes, con los alumnos más grandes. Imaginate que yo entré a la UES siendo de una familia antiperonista. En uno de los relatos, incluso, cuento que mi mamá decía que no había más peronistas en el país, y con ese bagaje cultural entré a la Escuela de Bellas Artes en los años 70. Fueron los docentes quienes me enseñaron a ver las cuestiones políticas, los procesos, los poderes y lo empecé a ver con 14 años muy claramente.
Tardé en definirme en cuál de todos partidos políticos: si en la Juventud Comunista, la Juventud Guevarista, la UES y todos los otros grupos que daban vueltas, porque cada uno me convencía por distintos aspectos. Hasta que a mis 15 o 16 años empecé a analizar más el peronismo, palabra prohibida en mi casa, porque era odiado por mi familia. Sin embargo, cuando descubrí de qué se trataba el peronismo, comprendí que no se podía realizar ninguna transformación en el país sin pasar por el peronismo, aunque mi intención real era llegar al socialismo nacional. En la escuela, los docentes nos instruían sobre los procesos de los distintos países en Latinoamérica y ahí veíamos que era muy difícil desconocer el peronismo en nuestro país. A partir de ahí, entonces, ingreso en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), que era la agrupación peronista secundaria, que respondía a Montoneros.
APU: ¿Cómo era miltar en la UES?
E. M.: Agarré una época muy difícil, como verás (risas). La parte más linda de la militancia me la perdí, que fueron los años 72 y 73, donde había alegría y no había problemas de seguridad. Cuando empecé a militar más formalmente, en el año 75, estaba la CNU, la Triple A, ya teníamos que militar con muchas cuestiones de cuidado. En ese momento se decía que si no tenías los cuidados necesarios o no tenías determinados comportamientos, eras un liberal, y eso era una ofensa muy grande. Que te dijeran eso en esos años era peor que te dijeran ladrón. Luchaba mucho con eso porque era bastante de tener conductas liberales, me cuestionaba y era una especie de tortura. En el libro hablo mucho sobre estas cosas: es decir, plantearme qué significaba ser liberal, sentir que era una pequeña burguesa y que nunca iba a poder ser una verdadera revolucionaria, y ese tipo de cuestiones. Creo que cualquier chico que milita, si bien las acciones son distintas, tiene conflictos de ese tipo, y entonces está bueno que vean que todos los tuvimos en distintos contextos.
Para retomar la cuestión de cómo era militar en la UES, hay que decir que en el año 75 era todo muy a la defensiva, y si bien se podían hacer actos, cada vez había que tener más cuidados; después, ya me agarró el 76, donde ya era todo en la clandestinidad. Igualmente, del año 75 guardo los mejores recuerdos, como los de las peñas los sábados a la noche, donde se compartía con mucha alegría. También tengo el recuerdo de los actos, que eran la respuesta básicamente a la situación económica, donde se dio el Rodrigazo, que fue un cimbronazo para la Argentina. Ahí la UES se puso como línea tratar de hacer paliativos para afrontar la situación socioeconómica, y es allí donde surge el famoso reclamo del boleto estudiantil como una forma de paliar esa situación.
APU: Hablamos antes de la cuestión de género. ¿Cómo mira su propia militancia en una mirada retrospectiva feminista?
E.M.: Desde lo personal, siempre fui absolutamente feminista. Yo no sentía una diferencia de mujeres con varones, fue una cuestión de avanzada, y eso incluso lo discuto con algunas compañeras que dicen que no. Lo cierto es que en ese momento las mujeres teníamos un rol en la militancia, aunque no tengo claro si esto se daba también en la conducción de la organización. Yo estaba en un eslabon mucho más bajo, no puedo saberlo. Ahora, en las acciones de la militancia concreta, no había ninguna diferencia de mujeres con varones, inclusive más de una vez, a pesar de ser una chica físicamente muy pequeña, se me daban tareas pesadas. Mis compañeros militantes responsables siempre me dieron un rol de paridad absoluta. No digo que esto sea general, pero la compañera militante era una revolucionaria, participaba en la construcción del hombre nuevo. En ese momento no se hablaba específicamente de feminismo, sino de “igualdad de género”.
Estuve muchos años en pareja con un compañero que era de la JUP, y como tal construimos nuestra pareja con criterios de paridad absoluta. Tal vez no en todos los niveles que hoy se está alcanzando, porque me doy cuenta de que todavía tengo montones de aspectos para deconstruirme, pero en comparación fuimos una familia de mucha paridad. Por ejemplo, mi compañero planchaba y yo no, porque hacía otras actividades. Cuento esto porque una vez llega un compañerito de mi nena y nos encuentra a mi compañero planchando y a mí trabajando sobre la mesa. Nos mira y le dice a ella: “En tu casa está todo al revés, tu papá plancha y tu mamá trabaja”. Lo cuento para ver que lo que pasaba en nuestra casa no era lo habitual en todas las casas.
APU: Quiero volver sobre algo que planteó en una respuesta anterior. Habló de que tenía conflicto con la lucha armada. ¿Cómo resolvió esa situación cuando decidió ingresar a la UES, que integraba Montoneros?
E. M.: Lo entendía desde lo intelectual. Es decir, en un gobierno como el de Isabel Perón, que era una seudodemocracia, con un posible golpe de Estado que se venía, donde todavía el concepto de democracia que tenemos hoy no existía, yo entendía la lucha armada desde las ideas. Pero desde lo personal me presentaba una situación conflictiva. Estuve en la UES pero no participé nunca en temas de lucha armada concretas. Pude haber estado en una charla pero únicamente eso.
APU: Acaba de presentar su libro sobre La Noche de los lápices: ¿Qué cree que todavía falta visibilizar de esas jornadas trágicas de septiembre de 1976?
E.M.: Creo que a pesar de ser una historia bastante conocida ha sido muy invisibilizada desde la militancia política. Me parece que tiene que quedar claro, sobre todo por los chicos que hoy no están, que se trató de militantes políticos que, a su corta edad, eran muy comprometidos, con ideas claras sobre la militancia política. Por otro lado, hacerlo extensivo a los cientos de jóvenes menores de 18 años que continúan desparecidos, ya que a veces solo se recuerda la Noche de los lápices que tuvo seis compañeros desaparecidos, cuando en realidad fueron más de 300 los que también desaparecieron.
Básicamente, hablamos del tema del compromiso militante, que incluso hoy podemos cambiarle el nombre y referirnos al compromiso con el otro, en donde no se puede hacer una vida individual, porque nadie se salva solo. Está en uno, si se está en una mejor posición económica y cultural, tener que pensar en los otros. Por eso es importante ayudar a crear sensibilidad, y en mis charlas, tanto como en mi libro, ése es justamente el objetivo: crear sensibilidad con el otro, que no te sea indiferente. Si lográramos esto, estaríamos hablando de otro país, porque hoy en día el gran problema no es político, sino que es un tema cultural y de humanidad donde no te interesa el otro. Es más, te interesa que esté mal el otro, y ya estamos en un lugar en el cual no puedo comprender ese odio al otro.
Aparte, lo raro es que antes, quizás, la gente humilde tenía odio a los ricos y ahora son los ricos quienes tienen odio a los pobres, y esto es algo que no puedo comprender. Veo a menudo, en mis charlas, a jóvenes que asumen esta postura de desinterés total hacia los pobres porque consideran que no es su problema, y es ahí donde creo que es necesario despertar un poco de conciencia, estableciendo que es un problema de todos. Es decir, cada uno tiene que colaborar, y si uno está en mejores condiciones, es una obligación moral hacer algo por el otro, pero no desde la caridad sino desde la transformación política.
APU: Por último: me gustaría conocer su opinión sobre Montoneros, qué piensa de los múltiples debates que se dieron sobre esa organización.
E. M.: Siempre que hago un análisis cuantitativo de todos los que eran mis responsables, hasta donde yo conocí, puedo decir que todos estuvieron comprometidos y la pasaron muy mal, porque si no estaban presos, estuvieron exiliados o muertos. Es decir, todas las personas con las que me involucré la pasaron mal. En ese sentido no guardo ese resentimiento de que me dejaron sola o me abandonaron. Por otro lado, algo que analizo sobre la diligencia montonera es que eran pibes de veintipico de años que asumieron un rol político con las mejores intenciones, aunque se podrá analizar sus errores y aciertos.
Otro tema que no está saldado en nuestra sociedad ni sobre el que no nos dimos el debate necesario, ni por el lado de los hombres ni por el lado de las mujeres, es la cuestión de la lucha armada. Este no fue un tema de discusión en nuestro país y por eso creo que también es el impacto que tiene la Noche de los lápices, porque éramos víctimas “inocentes”. Entonces ahí había un punto en común, donde estábamos todos de acuerdo en hacer esos homenajes. Siempre me pregunto qué hubiera pasado si a nosotros nos hubieran detenido en una acción armada: ¿hubiéramos tenido el impacto mediático que tenemos ahora?