Las chicas del cable: el final de una serie que había perdido su esencia
Por Marina Jiménez Conde
La semana pasada, Netflix estrenó la última parte de la temporada final de Las chicas del cable. De esta manera, tras 42 episodios, la historia que se centra en la vida de cuatro mujeres que se vuelven amigas luego de conseguir trabajo en una central telefónica a fines de los años 20, ha concluido.
La primera temporada apareció en 2017 y retrataba muy bien los signos de la época, tomando como escenario una empresa familiar que invertía en el negocio de las comunicaciones y contrataba a un gran número de telefonistas. A partir de ahí, Las chicas del cable ha mostrado la importancia que podía llegar a tener el trabajo para la autonomía de la mujer y el lugar relegado que se le solía dar en la sociedad, a través de un machismo mucho más evidente en ese entonces; también llegando a tratar la violencia de género a través de la relación de Ángeles (Maggie Civantos, protagonista de Vis a vis) con su marido. Además, a partir del personaje de Carlota, se dio lugar a la bisexualidad, el poliamor e, inclusive, a la transexualidad, cuando Sara –la pareja de Carlota– elige ser Óscar.
Con el paso de las temporadas, los conflictos se corrieron del eje de la lucha de las mujeres para centrarse en el enfrentamiento principal de la heroína de la historia, Lidia (Blanca Suárez), y la malvada Carmen Cifuentes. Las tramas interesantes de la serie fueron perdiendo lugar cuanto más se han centrado en la disputa –muchas veces hasta irrisoria– entre estas dos mujeres, y los vaivenes en el triángulo amoroso que conforman Lidia, Francisco y Carlos –hijo de Carmen–.
Si bien la segunda temporada ya daba muestras de inconsistencias, se puede decir que, desde la tercera entrega en adelante, la historia ha incluido un número de situaciones, por momentos, hasta ridículas: personas que se creen muertas pero están vivas, asesinatos accidentales, pérdidas de memoria, conspiraciones y amenazas constantes, escuchas accidentales de algún secreto vital detrás de alguna puerta o pasillo, decisiones de personajes repentinas, el arrepentimiento de la elección tomada, y otras tantas veces, el arrepentimiento de haberse arrepentido, lo que hace que muchas conductas queden como caprichosas. Todo esto da como resultado que sea difícil comprometerse con lo que se está viendo, y termina por lograr que hasta las escenas un poco mejores elaboradas acaben por desaprovecharse, por haber perdido antes la verosimilitud.
En febrero de 2020, con el estreno de la primera parte de la quinta temporada, venía sucediendo lo mismo, y la serie no daba muestras de retornar a sus inicios. Con conflictos más propios de la telenovela que de una serie, la historia había dado un salto temporal hacia 1939 para incluir la guerra civil española. Lamentablemente, la atención fue puesta en los problemas personales de cada personaje y la guerra fue usada solamente como contexto, sin desarrollarse siquiera cuáles eran las ideas y principios detrás de la posición republicana, que queda como la “menos mala” frente a la fascista.
Con la llegada de los últimos cinco capítulos todo se vuelve a volcar en el odio irracional que Carmen siente por Lidia, por considerarla culpable de alejarla de sus hijos. En los últimos episodios se muestra cómo la tortura tenía lugar en las cárceles de mujeres con la llegada del franquismo, pero el carácter trillado que le agrega el hecho de que detrás de todo se encuentre la venganza de una suegra malvada, casualmente a cargo de la prisión, le quita seriedad al asunto.
Quizá haya sido demasiado tarde para encauzar una serie que se fue manoseando y estirando más de lo debido. Pero, tal vez, haya algo de redención. No con el final enteramente –porque en la mayoría de los últimos episodios cometen los mismos errores–, pero sí, al menos, con la resolución de los minutos finales. Una vez más, la vuelta a las bases quizá logre darle a la audiencia –que, seguramente, si llega al último capítulo sea más por lealtad que por lo que se cuenta– ese mensaje de que la amistad entre las chicas del cable, ese vínculo de unión entre mujeres por una causa mayor que le ha dado lugar a la serie, es de lo más importante. De nuevo, cuanto más lejos de las revanchas personales o de los agotadores vaivenes amorosos, y cuánto más cerca de ese espíritu que señala que la amistad no es menos importante que el amor, y que el amor también está en la amistad, es que se puede posibilitar un reencuentro con las ideas que sí valieron la pena desde el principio.