Lizbeth Foronda Calani: mucho más que "una boliviana estrangulada”
Por Asociación por los Derechos Humanos de Tres de Febrero. Foto de Ailén Montañez
El 4 de septiembre, las y los jóvenes de una escuela secundaria del conurbano amanecían con la trágica noticia de la muerte de Lizbeth, una ex alumna. Había sido encontrada el día anterior, sin vida, en una casa de Villa Centenario, Lomas de Zamora. Solía vivir a la vuelta de la escuela, en el barrio de Ciudadela: ahí donde el conurbano se funde con la Capital a la altura de Liniers.
"¿Qué le pasó?", preguntó un profesor. "La violaron y la mataron", fue la respuesta de una estudiante. Y luego, el silencio. Más tarde, la aclaración: “Lizbeth trabajaba en un bar de Liniers”. La responsabilidad, una vez más, del lado de la víctima. En el aula, en la calle, en las redes sociales y, sobre todo, en los medios de comunicación. La culpa, siempre, del lado de la mujer, la joven, la boliviana.
Cuando una mujer es transformada en un cuerpo (migrante)
Por obra y gracia de los medios de comunicación digitales, la muerte de Lizbeth fue a parar a la sección Policiales. Vaciada de una identidad propia. Marcada, señalada, estigmatizada, Lizbeth se transformó en un cuerpo, una nacionalidad (otra), un estigma:
- “Estrangulan a boliviana tras una fiesta sexual” (Crónica).
- “El cadáver con signos de estrangulamiento de una joven boliviana” (Crónica).
- “El cuerpo estrangulado de una joven boliviana de 21 años apareció en una vivienda en la localidad bonaerense de Villa Centenario, en el partido de Lomas de Zamora” (am).
- “Participó de un trio sexual con dos compañeros de trabajo y murió estrangulada” (Nuevo Diario Web)
Reducida a su más nuda corporeidad, cuerpo ultrajado, violentado, estrangulado y, aún así, culpable. Lizbeth no solo era una mujer joven, también era boliviana. Cuerpo migrante, extranjero, foráneo. ¿Qué se esconde tras la doble marca?
La política del encuadre
El enfoque que la mayoría de los medios de comunicación reprodujo al narrar el posible femicidio de Lizbeth (término, al parecer, difícil de pronunciar para el periodismo de la sección Policiales) no es novedoso y perpetúa la estigmatización, el prejuicio, el racismo y la discriminación que se reactiva en nuestra sociedad al calor de las políticas securitistas del gobierno de turno. Resulta imposible empatizar o sentir tristeza, angustia o rabia por el asesinato de aquel, aquella, que desconocemos y culpabilizamos antes, incluso, de saber efectivamente cómo y por qué murió. Así lo evidencian numerosos estudios y los comentarios de los lectores de Crónica (al pie de la nota ya mencionada) valen de muestra. Si encuadrar supone seleccionar algunos aspectos de la realidad percibida y hacerlos más destacados en el texto comunicativo, entonces a Lizbeth la mataron por mujer joven, por promiscua, por boliviana, por pobre.
El encuadre que los medios de comunicación han dado a la muerte de Lizbeth forma parte de una política de la información que potencia prácticas de dominación y desigualdad de género, étnica y social. El prejuicio y la discriminación no son innatos, son aprendidos, y se aprenden, principalmente, del discurso público. En tiempos en que el mismo Estado estimula y consagra prácticas discriminatorias y violentas hacia la población migrante, las mujeres y las minorías sexuales, entre otras, el accionar de los medios de comunicación cobra aún más relevancia.
Lizbeth era una joven boliviana del barrio de Ciudadela. Y mucho más que eso.
Ella ya no está. Quienes pasaron las últimas horas con ella están en libertad.