¿No vamos a levantar la voz?
Por Gabriela Guerra Rey*
Foto: Kaloian
“¿No vamos a levantar la voz? NOS ESTÁN MATANDO”. En 2015 una periodista argentina, Marcela Ojeda, envió este tuit a causa de la muerte violenta de una mujer más. Desde entonces el movimiento por la legalización y despenalización del aborto tomó fuerza en el sur del continente y le puso bandera a una realidad que en Latinoamérica es brutal. Desde este suceso las argentinas se organizaron bajo la consigna “#Ni una menos”.
El pasado 8 de agosto aterricé en una Buenos Aires por cuyas calles invernales emanaba el fuego de pañuelos verdes, y mujeres con la mirada llena de furor ante la posibilidad de que en el país fuera legalizado el aborto. Escuché a mucha gente opinar, hombres y mujeres, de una y otra posición. El debate es largo y controvertido. Pero el argumento central que mueve no solo a las argentinas, a las mexicanas, sino a millones de mujeres en el mundo, es aplastante y me permito citar las estadísticas. En este caso los números no hablan. Gritan, vociferan.
Según datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas, el 8 por ciento de las muertes de mujeres en el planeta ocurre debido a abortos inseguros y clandestinos. En América Latina es la primera causa de mortalidad entre mujeres.
En 2017, la Organización Mundial de la Salud, de conjunto con el Instituto Guttmacher, informaban de 25 millones de abortos peligrosos al año, la mayoría en Asia, África y América Latina. Reconocían que las leyes restrictivas van asociadas a altas tasas de abortos riesgosos.
No hay moral conservadora o religiosa que pueda contra estos números avasalladores. Esto nos está pasando aquí, ahora, en el siglo XXI, el del futuro y el gran liberalismo, que para abanderar las leyes insoslayables del mercado sí tiene todas las votaciones a favor.
Este 28 de septiembre, y desde 1990, se celebra el Día de Acción Global por el acceso al Aborto Legal y Seguro. El aborto no es solo un tema de salud pública, sino de derechos humanos y nuestra especie, parece, ha extraviado las prioridades.
Un día después de mi llegada a Buenos Aires, el Senado votó contra la despenalización. La llaga se abrió más, supuró dolor, pero la bandera ondeaba alta y se convertía en una lucha abierta para las mujeres de este continente. A mí me sobrevinieron pensamientos desoladores.
Yo nací a principios de los ochenta en una Cuba en la que es legal abortar desde hace medio siglo con asistencia médica. Jamás escuché de una mujer que muriera o fuera hospitalizada a causa de una interrupción de embarazo.
A los dieciséis años, quien escribe esta columna vivió una de esas “interrupciones”. No hablo desde la inconciencia. Yo fui víctima de la edad, del desconocimiento y de la pasión que en la primera juventud nos impide ver consecuencias fundamentales. Yo tuve un feto en el vientre. Y yo aborté.
Si mi país no me hubiera apoyado entonces, quizás hoy no escribiría estas líneas, ni las novelas o poemas eternamente inconclusos… Si no hubiera podido decidir sobre mi cuerpo y mi futuro, hoy sería una de las millones de mujeres atrapadas en un destino miserable, porque les faltó el derecho a elegir, que es el más elemental de los derechos.
Afortunadamente soy una mujer libre, plena, he vivido la vida por la que opté y, contradiciendo aquel verso hermoso de Borges, he cometido el peor de los pecados que una mujer puede cometer, he sido feliz.
En América Latina, la mitad de los embarazos son no deseados, no planificados y responden a la insatisfactoria demanda de anticonceptivos, la violencia sexual y un patrón cultural que prioriza el rol de la mujer madre. Solo en Uruguay, Cuba, la Ciudad de México (1 de los 32 estados del país), Guyana, Guyana Francesa y Puerto Rico (estos dos últimos, por adopción de las legislaciones de Francia y Estados Unidos) el aborto está totalmente legalizado (Guttmacher Institute).
Mientras sigamos enfocando nuestras legislaciones nacionales en patrones que defienden la moral que mata muchos más seres humanos que cualquier práctica anticonceptiva, no podremos vanagloriarnos del milenio al que arribamos con ilusión. Este futuro me parece demasiado arcaico y no lo comanda un Homo sapiens que llegó a la cima de la evolución. Eso sería darnos un rango del que estamos demasiado lejos.
En su libro Elogio de la sombra, de 1969, Borges escribía “Buenos Aires”, y entre sus versos hoy leo: “Buenos Aires… Es una esquina de la calle Perú, en la que Julio Cesar Dabove nos dijo que el peor pecado que puede cometer un hombre es engendrar un hijo y sentenciarlo a esta vida espantosa…”
Yo que he vivido Buenos Aires, la he corrido; que he amado y he sido amada; que he caminado junto al Río de la Plata y he escrito un cuento; que he cantado un tango triste, abrazada a un amigo; que he gritado, muda, en la Plaza de Mayo; que le he dicho adiós a una ciudad de lucha; hoy me siento argentina y traigo puesto el pañuelo verde.
Pero me siento también mexicana, africana, irlandesa orgullosa, mujer, y tal vez esperanzada. No lo sé. Abrazo a ese 8 por ciento condenado a muerte, y prometo seguir luchando, levantando la voz, por todas las que aún viven.
*Escritora, periodista y editora cubano-mexicana. El texto se publicó originalmente en: https://oncubanews.com/