Es tuya Juan

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Es tuya Juan

15 Enero 2014

El viaje es que hagamos cielos que duren

Juan Gelman

Por Ulises Castaño

Antes que una lectura, comenzó siendo una voz. Tal vez eso haya conformado en mí un tipo de lector-escucha dada la importancia que la sonoridad tiene en toda obra poética. No lo sé. De lo que sí estoy seguro, es que forjó un tipo de lector-necesariamente-escucha, al menos con su obra. Aquella voz a la que me refiero era su propia voz recitando sus poemas junto a Eduardo Galeano en un disco editado por Pagina/12. Para mí, ese disco pasó a tener un sentido casi radiofónico: la escucha diaria, la identificación con un tono, una cadencia, y desde luego con las ideas e imágenes que las palabras acercaban a esa orilla de los absortos en el colibrí. Producto de esa escucha obsesiva, en varias ocasiones tuve que volver a buscar la grabación en Corrientes, y más tarde en Internet. A esto se sumaron la grabación de “Los poemas de Sidney West”, uno de los puntos más altos en su producción, y otro disco tremendo con el bandoneonista César Stroscio, integrante del cuarteto Cedrón, llamado “Ruiseñores de nuevo”.

A principios de 2008, cuando al poeta argentino le otorgaron el premio Cervantes en Madrid, yo hacía menos de una semana que había llegado para instalarme allí. Lo fui a escuchar a una entrevista pública que se realizó en el círculo de Bellas Artes. De ese día recuerdo dos escenas con mucha nitidez.

La primera fue ver minutos antes, en la esquina del lugar, una manifestación que marchaba por Alcalá, arteria medular del centro madrileño. Por aquel entonces ya se oía en la calle un rumor de crisis y una posible vuelta de la derecha en las próximas elecciones. Pero lo verdaderamente curioso de esa escena fue no solo que parecían pocos y demasiados silenciosos para lo que yo estaba acostumbrado a ver en Buenos Aires, sino que a menos de diez metros de distancia de los últimos del grupo, ya asomaban unos barrenderos de atuendo fluorescente limpiando todo rastro, que por otra parte y dada la escasa concurrencia era prácticamente inexistente.

En su discurso de recepción del premio, horas antes, Juan Gelman había dicho lo siguiente: “Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero”.

Durante los tres años que viví en Madrid, imágenes similares a aquella comenzaron a verse mas a menudo de ese lado del mundo en que me encontraba o intentaba hallarme. Y siempre llevaban sobreimpresa la voz de Juan Gelman, leyendo su discurso aquel día. Yo las contrastaba permanentemente con las noticias que recibía del otro lado del océano, en donde los juicios a represores, las denuncias de complicidad y encubrimiento de parte de la sociedad civil, e incluso el caso del propio Gelman tomaban un estado cada vez mas público, acercando finalmente a la Argentina a la justicia, y sobre todo a la posibilidad de un olvido verdadero. Por primera vez, me parecía sentir la materialidad y el peso de sus palabras fuera del libro, en el mundo real y más aun, lejos de casa. Entonces quise volver.

Supongo que su voz, esa mezcla de ternura y fiereza con que las palabras hacían allí su patria, siempre fue una clave para sentirse más cerca de la experiencia de un alma, como de un compañero, que de un papel.

La otra escena, -completamente diferente a la primera-, sucedió a la salida del recinto donde lo entrevistaron, sobre unas escaleras. Yo esperaba afuera fumando un cigarrillo, cuando salió el poeta, ya para irse. En eso se acercó un joven y le obsequió un ejemplar de su propio libro de poemas. Gelman lo recibió y amablemente le dijo: muchas gracias, lo voy a leer todo. El joven le extendió su mano y se alejó. Segundos después, Gelman se iba caminando con su familia, remontando el mismo trayecto que antes había recorrido la manifestación. Yo los seguí unos pasos atrás. Caminaban despacio. De pronto se detuvieron en un semáforo. Gelman se soltó un momento del brazo de su compañera mientras duraba el rojo, y leyó algunas páginas. Cuando tuvo que seguir, cerró el libro y volvió a colocarlo debajo de su brazo, mientras se alejaba moviendo la cabeza, tal vez en un gesto de aprobación, o de recibimiento, seguramente mascullando la palabra ajena, rumiándola, descubriéndola, haciéndola suya una vez más.

Ahí están para siempre los dos que fue con una misma voz. El Gelman de la lucha incansable, el de las contratapas en Pagina/12, implacable analista de los ardides imperiales y las guerras ominosas; y también el poeta de la ternura, el decidor de palabras que jamás volverán a sonar igual, el nacedor de otras tantas cuyo cálido fulgor serán siempre un lugar donde volver.