Autocrítica kirchnerista al discurso presidencial

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Autocrítica kirchnerista al discurso presidencial

09 Marzo 2014

Por Diego Kenis

En cada uno de sus discursos, la Presidenta de la Nación Cristina Fernández deja mucha tela para cortar, en general desperdiciada por analistas que se detienen en minucias ya sea para el abucheo o para el aplauso indiscriminados, salvo honrosas excepciones. La alocución que la mandataria ofreció en ocasión de la Asamblea Legislativa que inauguró un nuevo periodo de sesiones ordinarias del Congreso confirmó la densidad de la materia analizable y mostró algunas particularidades que sirven para ilustrar el contexto y disparar la reflexión sobre él (ver discurso completo).

Los números

La presidenta comenzó su discurso ante los legisladores con una enumeración de cifras, la mayoría provenientes de organismos que tienen una cuanto menos dudosa simpatía por lo heterodoxo del modelo argentino. La mayor parte, o todas, referían a logros de las gestiones presidenciales desde 2003 a la fecha.

La reactivación económica con inclusión social dominó el escenario durante esos minutos, en que se escucharon cifras y números precisos que las ilustraban. En ese sentido, ese segmento del discurso fue de una necesaria pedagogía, porque se trata de ítems o indicadores ignorados por la prensa hegemónica, información normalmente separada por una cortina mediática del contacto con los lectores u oyentes.

El aumento de la masa sindical, amén de un recordatorio para los gremios, sirvió para ilustrar una recuperación del empleo que nadie podría negar. El 6,4% de desocupación, como “la cifra más baja de que se tenga memoria”, ofrece sin embargo una lectura a problematizar, que se confirmaría con el desarrollo de otros segmentos de la presentación de la mandataria ante el Congreso.

El riesgo que corre todo discurso que enuncia logros para supervivir es el de convertirse en un discurso conservador, en el real sentido de la palabra, aunque hacerlo le sea necesario para protegerse de los embates de las corporaciones. Aparece allí el recuerdo de la sorpresa del Perón del exilio y del retorno, asombrado –en un asombro que luego llegaría a parecer ingenuo- por encontrar en la Argentina cien mil desocupados. El contexto es diferente: Perón volvía a una Argentina que encontraba destruida, y CFK se refiere a un proceso de recuperación en el que le caben los mayores méritos.

Pero, como un día después del discurso recordó en su columna dominical Horacio Verbitsky, detrás está la gente: esos puntos porcentuales que marcan un récord son en realidad personas y familias que aún no han solucionado lo imprescindible, que permanecen en los márgenes del sistema y que tienen todo el derecho a cortar una calle para hacerse visibles.

Cortar la calle para abrir el camino

Apenas esbozada en ocasiones anteriores, la crítica a los cortes de calles y rutas como modalidad de protesta fue uno de los puntos fuertes en el desarrollo del discurso presidencial del sábado 1 de marzo, donde se propuso limitarlos legalmente.

Lo cuestionable es precisamente eso: la crítica fue dirigida a la modalidad y, salvo el ambiguo señalamiento de ejemplos que refieren a movimientos minoritarios, CFK no se detuvo en aquello que más le convenía, descorrer el velo de los intereses creados. Cortar una calle como modo de hacerse visible es casi tan viejo como las injusticias que motivan las protestas urbanas. Distinto es señalar quién y contra quién lo hace. Todos sabemos que no es lo mismo un corte contra Salvador Allende en las puertas del golpe pinochetista que uno contra el gobierno noventista argentino o la dictadura. Pero eso no invalida a la modalidad misma de protesta. Sería difícil pensar en una normativa legal, como la apenas propuesta por CFK, que distinga entre cortes buenos y malos.

La frase “cortar la calle para abrir el camino” surge en un contexto universitario burgués, en un país central y en un mundo oprimido pero insurrecto. Es sólo un graffiti. Pero se actualiza al aquí y ahora con el twitt de Quebracho que se pregunta: cómo te defiendo si no puedo movilizarme. Y es que el kirchnerismo, desde su constitución y en gran medida seguramente motivado por el contexto, otorgó mayor trascendencia al poder de las urnas que al de la movilización. Un error que recién fue advertido en 2008, pero en el que se corre el riesgo de volver a caer. Una concepción que explica otra: la reivindicación de la Unión Cívica Radical como paladín de la democracia y la autoinculpación hacia el peronismo por no haberla valorado siempre.

Entendida sólo como el ejercicio del voto, dejando en segundo plano a la capacidad de movilización, la democracia deviene en mero republicanismo. Un discurso en que sí se han destacado voces radicales. El famoso respeto por las instituciones. Perón lo había afirmado con contundencia: “la verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”.

De cualquier modo, aún en el respeto por las instituciones y las urnas el radicalismo no ha seguido una línea uniforme de conducta que justifique el elogio actual. En 1955 vivaba a la Marina que desalojó un gobierno democrático y derogó antojadizamente una Constitución sancionada legítimamente –la única que reconocía el valor social de la propiedad-, y de ese escenario se desprendieron dos expresiones radicales, las de Arturo Frondizi y Arturo Illia, que aceptaron participar y ganar elecciones donde el partido mayoritario se encontraba proscripto. En todas esas ocasiones, el peronismo no fue más que víctima del desprecio por la democracia.

Los infinitos mundos del mundo

Descripta en grandes compartimentos estancos, la realidad es siempre una totalización que ignora en buena medida la vida cotidiana de las personas, los infinitos mundos que cohabitan el mundo. Este no es un defecto de ningún discurso kirchnerista, sino de toda puesta en palabras de una mirada sobre la realidad.

La victoria por el 54 por ciento de los votos en 2011 significó desde el vamos la necesidad de problematizar cualquier generalización. Ganar por ese porcentaje representa el respaldo de sectores sociales cuyos intereses están o podrían estar encontrados. El ejemplo no es sólo el de empresarios y sindicalistas, sino que también se expresa en situaciones más simples, esporádicas incluso, como el de quien legítimamente puede cortar una calle por carecer de techo y el de quien recuperó su empleo después de estar desocupado y teme perderlo por llegar tarde por el tránsito congestionado. Allí es donde aparece la necesidad de armonizar el ejercicio de derechos, para que la clase trabajadora no colisione entre sí. Algo que podría haber sido enunciado de un modo menos chocante que mediante la propuesta de una legislación limitante o el ejemplo de la prolijidad de Estados Unidos en términos sarmientinos de “el colmo de la civilización”.

¿Qué aplaudir?

La crítica a los cortes de calles y rutas como modalidad de protesta despertó el aplauso del PRO, cuya legisladora Laura Alonso se puso de pie para hacer más visible su aprobación a lo que escuchaba. Similar respaldo recibieron desde el bloque radical las palabras de la presidenta para elogiar el espíritu democrático del veterano partido.

La AGENCIA PACO URONDO se asume militante y kirchnerista, por lo que cualquier crítica desestabilizadora está descartada. Queda la crítica como respaldo. La pregunta: ¿qué aplaudimos cuando aplaudimos aquello que el PRO aplaude de pie? La pertenencia política no deja de ser una cuestión de fe y, en tal sentido, no está entre los cálculos un giro espontáneo a la derecha por parte de la Presidenta.

Allí es donde queda la interpretación que se propone para la discusión: con la política como terreno de disputa, de avances y retrocesos, de debilidad de larga data del Estado ante los poderes fácticos, de apriete de las corporaciones y sus partidos afines, los segmentos del discurso aquí expuestos se parecen menos a premisas morales o ideológicas espontáneamente abandonadas que a prendas discursivas sacrificadas en pos de la convocatoria a la concertación con que se cerró el acto. Aplaudir esos segmentos, poco menos que inéditos en el historial de una presidenta que muchas veces ha sabido enumerar lo que resta por hacer tomando al aún excluido como variable, puede ser aplaudir el aplauso de Laura Alonso. Abstenerse de la aprobación indiscriminada (y aún más: ejercer la crítica desde el propio palo) puede ser el modo de proteger los más sensibles e históricamente progresistas hitos del kirchnerismo, como la no criminalización de la protesta social, que estarán permanentemente en juego en los próximos dos años y eventualmente más aún después de 2015.