Una visita religiosa que no significa nada
Por Ezequiel Kopel
Será realmente una visita exprés. En Israel permanecerá 27 horas, cumplirá con sus compromisos ecuménicos y finalizará con un mini-tour por los sitios religiosos de importancia. Nada de misas multitudinarias ni de "iniciativas de paz"; sólo seis horas en Belén y un encuentro en la plaza Manger ante diez mil personas. A pesar de que todas las visitas del enviado de Dios en la Tierra son relevantes para el mundo entero, la estadía del Papa Francisco en Tierra Santa tiene una significancia mínima, acompañada de su personal estilo: alguna declaración rimbombante y quizás un gesto mediático. Con la intención de cumplir y salirse rápido de una zona dominada por los conflictos religiosos y de propiedad que se remontan a miles de años atrás, su decisión es la de "lavarse las manos" como Poncio Pilatos y no comprometerse con ningún tema delicado.
La razón de la llegada del Papa Francisco a Jerusalén es conmemorar el quincuagésimo aniversario del encuentro entre el Papa Pablo VI y el líder espiritual de los ortodoxos cristianos, el por entonces patriarca Athenágoras, y repetir el cónclave entre el jefe de la Iglesia Crisitana de Occidente con el jefe de la Iglesia Cristiana de Oriente, ahora bajo la dirección de Bartolomeo I. Las dos iglesias se separaron hace casi mil años, en 1054. Paradójicamente, se encontrarán en la disputada Iglesia del Santo Sepulcro, lugar donde reposa la Tumba de Cristo y en la cual siete denominaciones diferentes de iglesias cristianas compiten, a veces violentamente, hasta por quién se para en tal o cual baldosa. Francisco I, que viajará en compañía de un rabino y un dirigente islámico -ambos argentinos- ha denominado a su viaje como una peregrinación de "paz, esperanza y comunión".
Mientras que el mundo espera que el líder de la congregación religiosa organizada más grande del mundo se inmiscuya en algún tipo de intento por llevar la paz a tan sagrado lugar para el crisitanismo mundial, los planes del Papa argentino están más enfocados hacia la discusión de propiedades inmobiliarias. Desde que el Vaticano reconoció a Israel en 1994 y estableció relaciones diplomáticas, ambos países mantienen una disputa sobre títulos de propiedad que van desde el Cenáculo donde se realizó la última cena de Cristo hasta una parcela de tierra en Cesárea en la cual estaba ubicada una iglesia que fue demolida poco después del nacimiento del Estado de Israel. La mayor disputa está concentrada en el complejo de Monte Zion, ubicado en Jerusalén, donde, en el segundo piso, está ubicado el Cenáculo, mientras que en el primero, la reverenciada tumba del Rey David. Tampoco forma parte de los planes de Francisco referirse a la delicada situación en la que se encuentran los ferigreses cristianos en Tierra Santa: la población de palestinos cristianos ha descendido de un diez a un dos por ciento, casi igual que la población de cristianos israelíes. Las explicaciones se deben a la mayor tasa de natalidad tanto de judíos como de muslmanes; y a la emigración cristiana fuera de Tierra Santa debido a la persecución velada que reciben por parte de las autoridades de Israel y la presión islámica en Palestina, que los mira con desconfianza. Sin embargo, mientras que en Israel la discriminación es institucional -en 66 años nunca hubo un ministro de gobierno cristiano ni, al menos, un embajador, la situación en Palestina es, por lejos, más satisfactoria para el catolicismo: por ejemplo, el vice-presidente del Consejo Nacional Palestino es un cura; nueve municipalidades están bajo gobierno de intendentes cristianos y la Pascua y la Navidad son feriados palestinos.
La visita de un Papa a Tierra Santa será la cuarta desde que se conformó el Estado israelí. La primera sucedió en 1964, mientras el Vaticano mantenía su antigua postura de no reconocer a Israel, y estuvo encabezada por Pablo VI. El viaje se caracterizó por ser un fracaso casi total y estuvo llena de momentos "incómodos": la recepción no se hizo en Jerusalén, sino en Meggido; el Gran Rabino Yitzhak Nissim se rehusó a asistir y el Papa nunca dijo las palabras "Estado de Israel" (sólo "Tierra Santa") . La segunda llegó 36 años después y puede considerarse como la más productiva: Juan Pablo II se reunió tanto con autoridades palestinas como con el presidente israelí de entonces, Ezer Weizman, en su residencia de Jerusalén - reconociendo de facto a Jerusalén como la capital del Estado hebreo-, visitó el Muro de los Lamentos y el Monumento al Holocausto de Yad Vashem en una larga recorrida que se extendió más de lo planeado. La última visita, hasta la próxima llegada de Francisco este sábado, la realizó el Papa Benedicto XVI en 2009 . Su origen alemán despertaba expectativas y se creía que podía referirse a su rol dentro de las juventudes hitlerianas - situación obligatoria para todo niño alemán durante el nazismo- o la actitud del Vaticano durante ese período pero Benedicto se negó a pronunciar siquiera la palabra "Holocausto" durante su estadía. Además, Benedicto trató de encabezar un encuentro ecuménico con rabinos y jeques pero el mismo fue abandonado por el Papa cuando el clérigo palestino usó el estrado para criticar las políticas de Israel en los territorios ocupados y la Guerra de Gaza de ese año.
Francisco sabe que debe convertir su estadía en la más corta visita papal de la historia debido a que la caliente "tierra santa" no le permitirá por mucho tiempo hacer gala de su admirable pragmatismo y su entrañable amiguismo; y más temprano que tarde la propia coyuntura política le exigirá que se pronuncie sobre la situación de la región. Nada de eso está entre sus planes. Francisco entiende que lo mejor para esta esperada visita es retirarse rápido y no enojar a nadie, tal es el sello de su papado: cierto es que hasta el día de hoy Francisco no ha cambiado nada sustancial dentro de la Iglesia -las únicas reformas en estado de avance son las iniciadas por un antecesor con muy mala prensa- y continuar cimentando su estilo de hacer que hace mucho para no hacer nada.