Acceso al suelo: urbanizaciones informales en los 80 y los 90
Por Enrique de la Calle
APU: ¿Cuál fue el objetivo del libro?
Jorge Ossona: El libro es una colección de historias concatenadas. Historias que recorren las décadas de los 80 y los 90 y que giran en torno a ocupaciones territoriales. Una ocupación es interesante porque transparenta los cambios sociales que tienen que ver con la pobreza estructural. Uno puede ver diferentes fenómenos sociales, distintas modalidades de hacer política (en un sentido amplio) y diferentes modos de relacionarse con la política partidaria y con el Estado. Es un tema apasionante.
APU: ¿El libro abarca una zona ubicada entre Lanús y Lomas de Zamora en el Gran Buenos Aires?
JO: Es una zona limítrofe. Lo que tiene de interesante el libro es que el lector arranca en el primer capítulo y cuando finaliza puede ver el recorrido de diferentes personajes, el auge y el declive de muchos de ellos. Tiene algo de novela.
APU: Esas primeras tomas de los años 80 que trabaja el libro tienen que ver con la expulsión de habitantes de las villas de Capital Federal. Ese proceso que se dio durante la Dictadura. Esa expulsión impactó sobre muchos distritos del Gran Buenos Aires, profundizando problemas vinculados con la vivienda y el acceso al suelo.
JO: Las primeras ocupaciones, que se dan un poco espontáneamente, desde el final de la Dictadura hasta mediados de los 90, sueñan con volver al sistema de loteos, a los viejos criterios de urbanización de las décadas anteriores. Se buscaba lograr que las nuevas urbanizaciones dieran lugar a barrios distintos a las villas. De ahí la idea de asentamiento. Tenemos en ese momento una primera etapa. Una de las cosas que uno ve en esas primeras ocupaciones son liderazgos bastante espontáneos, se trata de figuras con experiencia previa en los 70, en el trabajo sindical. Hay que saber organizar gente para llevar adelante una ocupación que puede incluir cientos, hasta miles de personas. Eran ocupaciones que tenían una lógica de negociación.
APU: Señalaba el proceso que tuvo lugar en Capital, porque muchas veces se soslaya el peso que tuvo la expulsión de habitantes de las villas sobre los conflictos que después se extendieron en el Gran Buenos Aires.
JO: Sobre todo eso se dio en los municipios del sur del Gran Buenos Aires. Generó una olla de presión. La gente fue echada de las villas por la Dictadura y se refugió en las casas de sus familiares o amigos en el Conurbano. Eso generó situaciones de hacinamiento muy graves que devinieron en posteriores ocupaciones de tierras todavía vacías. Eso explica la ola de tomas en la zona que yo trabajé en el libro. Como decía, ahí tenés una primera etapa. La toma se realizaba el viernes, se negociaba el fin de semana con las autoridades y el lunes se podía avanzar con lo acordado previamente. Era una lógica típica, si se quiere, de ese tipo de ocupación. Los liderazgos que aparecen son figuras que tienen que ver con las militancias de los 70, con el peronismo, gente de formación religiosa e incluso personas que podían venir del delito. En el capítulo 1 cuento una toma en Lanús donde intervienen dirigentes de clubes de fútbol locales y delincuentes, y se termina configurando un barrio con lógicas que provienen de ambos universos.
APU: Al respecto de la presencia de delincuentes en las ocupaciones. Describe en uno de los capítulos cuando uno de los líderes barriales roba colectivos y arma una empresa de transporte informal que va a funcionar en un asentamiento, donde antes no había ninguna línea de transporte. Pensaba en la función social del delito. ¿Cómo analiza esa situación?
JO: Eso es uno de los productos de la pobreza estructural propia de los años 80. En la zona, en esa época, había una figura legendaria, el “Pampa”. Era un viejo militante peronista de Lomas de Zamora. Una vida apasionante que da para una biografía. En algún momento su negocio fue ese: armó una empresa con bondis robados que abarcaba varios asentamientos donde no había líneas de colectivos. Después se monta sobre eso la política municipal, que después habilita esa empresa. Incluso algunos dirigentes político terminan comprando las empresas de transporte desmanteladas por los robos. El “Pampa” termina después acribillado supuestamente cuando pretende robar una estación de ómnibus. Después tenés delitos más duros, como la piratería del asfalto, que tenían algún grado de legitimidad social, a partir de que las bandas distribuían parte del botín robado. Hoy pasa una cosa muy distinta con el narcotráfico, que no tiene ningún tipo de apoyo en el barrio. Tiene muy bajo prestigio. Es impensado que un narco sea puntero político.
APU: ¿Cuáles son las relaciones entre aquellas ocupaciones y las actuales?
JO: Hay muchas diferencias. En aquella época participaban dirigentes sociales, que tenían una trayectoria vinculada, en general, al peronismo; eran militantes políticos antes que otra cosa. Hoy cambió todo. Las ocupaciones actuales son un negocio. Hay operadores que movilizan gente para tomar un predio. Después, si la ocupación tiene éxito, esa gente se va y los operadores venden los lotes a precios usurarios. Esas situaciones ya se daban en el año 1998. Se da una bisagra en 1995, con la crisis del “tequila”, donde el sueño de erradicar la pobreza de desvanece y el fenómeno de la pobreza estructural se convierte en un problema permanente. Entonces, se procura administrar la pobreza, ya no revertirla.
APU: Una cosa que me llamó la atención tiene que ver con el título del libro, “Punteros, malandras y porongas”, que da cuenta de habituales estigmatizaciones para pensar este tipo de temas. ¿Por qué ese título?
JO: El título no corre por cuenta del autor, sino de la editorial. Mi título es “Tierras, asentamientos y política”, que finalmente quedó como subtítulo. La foto que se eligió para la tapa es mejor que otras que se propusieron. No fue una decisión mía.