Whiplash: el sufrimiento como el único camino posible del artista
Por Santiago Asorey
Whiplash fue aclamada en el Festival Sundance del 2014 y sorprendió a todos en su estreno; casi un año después la película dirigida por Damien Chazelle sigue dando que hablar. El relato construye la vida de un baterista de conservatorio, Andrew Newman (Miles Teller), que está dispuesto a dejarlo todo, a sacrificar su vida privada, su salud y felicidad, a cambio de convertirse en un músico que aspira a la verdadera grandeza. Andrew tiene deseos de pasar a la historia. ¿Pero cuál es el camino que recorrió Chet Baker para convertirse en Chet Baker? ¿Cómo Miles Davis o Charlie Parker se convirtieron en los músicos que fueron? Su Maestro, Terrence Fletcher, interpretado por el genial J.K Simmons, lleva al límite el camino del alumno.
Como un Sensei extremo, Fletcher empuja a Andrew al borde de lo imposible, en un recorrido de violencia psicológica y física que destruye el cuerpo de Andrew pero templa su alma. Fletcher entiende que el camino del músico, al menos del músico artista, es casi asimilable al camino del samurai. Lo que Andrew todavía no experimentó es el precio de la elección de ese camino espinoso hacia la verdad de la música. Whiplash es una historia sobre como un artista se convierte en un artista. En una época de subjetividades hiper-expresivas, donde las redes sociales defienden una supuesta dimensión libertaria del derecho a la expresión y el arte, pareciera no pedir nada a cambio, Whiplash expresa un espíritu incomodo.
La película de Chazelle es comparable en temática a Cisne Negro (2010) de Darren Aronofsky. Pero a diferencia de Cisne Negro, y su exceso de psicologismo, Whiplash es un relato contado desde el punto de vista de la música, desde el punto de vista del arte, desde el punto de vista del alma.