“Antígona: la que no…” un grito existencial
Por Luciana Brillantino
El pasado domingo 01 de marzo tuve la suerte de asistir a la última función teatral de ANTÍGONA, unipersonal interpretado por Ana Yovino, con poesía de José Watanabe y dirigida por Carlos Ianni en el espacio CELCIT. El Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral cumple cuatro décadas de trabajo ininterrumpido difundiendo, formando y promoviendo el teatro Argentino y Latinoamericano.
Habiendo asistido a la última función, este comentario no cumple la función de promoción habituada para próximas/cercanas expectaciones, sino que se constituye insólitamente como una mirada retrospectiva hacia un espectáculo que ya no está en cartel (aunque – nunca se sabe- quizá sea repuesto en el futuro) pero que habrá dejado en otros, como en mi persona, una huella, marca, sensación, vibraciones, pensamientos… de eso se trata el teatro.
Primeramente debo destacar el generoso y emocionante trabajo de Ana Yovino, actriz distinguida por este trabajo con el Premio Trinidad Guevara como actriz protagónica y nominada al Premio Florencio Sánchez como actriz en unipersonal. En escena Ana es Antígona, y es además todos los otros personajes: es Creonte, el Coro, Tiresias, el mensajero, Ismena. Trabajo que destaca por la emocionada entrega que la actriz ofrece y que requiere de una enorme plasticidad corporal desplegada eficazmente para llevar adelante las transiciones entre los personajes y sus interpretaciones, y para convertir al cuerpo del actor en ese soporte mágicamente maravilloso que puede transformarse – casi sin límites- para contar historias.
En efecto, en una apuesta minimalista, el director Carlos Ianni se vale para contarnos esta historia sólo de una mujer con un vestuario simple y blanco, en contraste a un espacio vacío tan negro como su suelto cabello, en el que sólo tres cuerdas equidistantes, apenas iluminadas, constituyen la escena (el cuerpo transforma la escena, las cuerdas son pared, soporte, pino, hamaca, cueva, etc.). Y, también, de la bella poesía de José Watanabe que, en versión libre, re-cuenta la tragedia sofóclea de forma fiel a la sucesión de los hechos, pero dando un giro interesante y especial al final: parece ser Ismena la que relata la historia desde la culpa y la vergüenza que le pesan por no haber ayudado a su hermana: Antígona.
Para los que no la conocen (y para no pecar de algo que muchas veces critico a los directores teatrales: “no contar, sino hablar sólo para entendidos”)… se la presento: Antígona es un arquetipo del amor incondicional; ha sido una hija de estirpe complicada y maldita, que ha tenido que acompañar a su padre, Edipo, en su condena y su exilio (Edipo en Colono), y que, en esta tragedia de Sófocles que lleva su nombre, se enfrenta ante la situación de tener que defender, a costa de su propia vida, a su hermano ya muerto, Polinices, reclamando y ejerciendo para él, el derecho a una sepultura digna y a los rituales correspondientes encomendados por los dioses para que los muertos puedan descansar en paz. Todo lo cual Antígona hace, a costa de su renuncia a sus nupcias, su descendencia y, finalmente, a su propia vida. La hondura y profundidad de esta obra de Sófocles ha trascendido a lo largo de los años de manera tal, que ha sido (y sigue siendo) resemantizada numerosas veces, lo cual pone de manifiesto la vigencia que el mito tiene por su indagación en tópicos que hacen a la condición humana más allá de particularidades históricas.
Antígona: la que no tuvo hijos, la que no tuvo nupcias, la que no tuvo noche de bodas, la que no tuvo entierro, pero por sobre todo… la que no tuvo Miedo!! Antígona es, ante todo, una mujer joven que, con una profunda convicción moral, y eminentemente sola, se enfrenta a la ley del Estado y al poder de turno. ¿No será esencialmente eso, (por supuesto entre otras cosas) por lo que, después de tantos miles de años desde su creación este personaje nos sigue fascinando y nos sigue descifrando a nosotros… humanidad en existencia? ¿No sentimos cuando la vemos, acaso internamente, un lejano vestigio de vergüenza, tal como sucede a Ismena, ante la estoica dignidad de Antígona? Particularmente siempre me ha conmovido, en el contexto de esta actual sociedad, muchas veces cruzada por el discurso del miedo, lo que este personaje tiene de “valor”. Además de ser arquetipo femenino que se opone a lo que usual y socialmente quieren identificarnos a las mujeres, madres y dóciles… Pues no, efectivamente, el sentido del nombre “Antígona”, desde su misma etimología (según griego antiguo significa: “άντι” = negación, y “ γoνή” = generación o linaje), leyéndose así como “sin descendencia”, como aquella que (subrayo) elige no tener hijos por ser fiel a su conciencia y dignidad. Sin embargo también, en un juego de palabras, su nombre me resuena como “antagonista”, como la “que actúa en oposición”, la que tiene el valor para oponerse a un acto que considera estatalmente injusto, y también, como “Anti – agón", la que se opone pero no a través de la lucha como fenómeno violento en sí, sino por medio de un acto de piedad y amor. En palabras de Antígona: “Nací para compartir el amor, y no el odio”.
Otras obras teatrales para ver en CELCIT (Moreno 431. Teléfono: 4342-1026. www.celcit.org.ar):
Odiseo.com de Marco Antonio de la Parra. Dir. André Carreira. Funciones: Viernes a las 20hs.
Cuarteto de Eduardo Rovner. Dir. Gaby Fiorito. Funciones: Sábados a las 21hs.