Clarín y la pesada herencia de la “gratuidad”
Por Juan Ciucci
Quizás envalentonados en estos días de conflictos kirchneristas, de la avanzada del partido judicial y juicios mediáticos; las plumas de Clarín comienzan a exponer sus ideas meritocráticas, tan a la moda.
La nota se llama La ideología de la gratuidad y la escribe Federico Monjeau quien, además de ser columnista musical del diario, se desempeña como profesor de Estética Musical en la Universidad de Buenos Aires. Pobre, lo que le debe molestar dar clases en una universidad pública, libre y gratuita.
“Al principio podía pensarse que la herencia más difícil de sobrellevar del Centro Cultural Kirchner para la nueva administración era su nombre. Pero ahora empieza a verse un lastre un poco más complicado, y es una ideología. Es, por llamarlo así, una ideología de la gratuidad, que instaló en el área de Cultura el gobierno anterior ni bien asumió”, arranca Monjeau.
Lo que sigue es una diatriba contra el acceso público y gratuito a la cultura, ni más ni menos. Se queja porque las actividades provenientes de la Secretaría (el “gobierno anterior” la convirtió en Ministerio, por si lo olvida) de Cultura fueron gratuitas, y con ellas las de la Sinfónica Nacional. “La única orquesta profesional del planeta en dar todos sus conciertos gratuitos”, dice, y al decirlo se queja, increíblemente. “Lo que no ocurrió ni en las socialdemocracias más avanzadas, ni en los países más uniformemente estatizados como la Unión Soviética, terminó sucediendo en la Argentina”, remata. Ni los rojos se animaron a tanto…
En su escalada meritocrática anuncia estar convencido “de que el público que, en condiciones económicas de hacerlo, no está dispuesto a pagar el precio de una entrada de cine por un concierto de una orquesta, no es un buen público”. Supone que el valor de una entrada es lo que hace exigente al público. “No propongo suprimir los conciertos gratuitos”, aclara. “Son fundamentales y los dan todas las orquestas del mundo; en parques al aire libre, en su propia sede para alumnos de escuelas, en barrios populares con sentido de inclusión social”.
La gratuidad sería, entonces, algo recomendable para esos públicos de escucha distraída, que pasan por un parque. O que al estudiar necesitan ese ejemplo. O, claro, los que viven en barrios populares, donde puede tener algún “sentido de inclusión social”.
Lo que pide es “un ciclo de abono, que es la columna vertebral del funcionamiento de una orquesta sinfónica”. “Eran conmovedores, además de todo, por el desafío asumido por la orquesta, como también por la apuesta en la formación de un público. No eran gratuitos, aunque eran muy baratos”.
“La gratuidad completa le puede haber aportado algún público ocasional a los últimos ciclos de la Sinfónica, pero difícilmente esto la haya hecho progresar”, afirma. Retoma lo del valor de la entrada: “sostiene un contrato básico en el usufructo de los bienes culturales dentro de una sociedad”. Mercado. Capitalismo.
“La ideología de la gratuidad absoluta, a la que la Sinfónica en principio queda sometida al integrar la estructura del CCK, no es una ideología democrática y progresista, sino una ideología básicamente irresponsable y demagógica”. Sí, sobre el final se pone picante. “No hay nada más justo y democrático que una entrada a un precio razonable, que el interesado -no en espectáculos gratuitos sino en música sinfónica- pueda adquirir por Internet o sin tener que hacer dos horas de cola”.
Las diferentes propuestas que pueden generar un gobierno que se denominó nacional, popular y democrático; y uno conformado por CEOs de multinacionales, pareciera no tener mucho que ver en su análisis. “¿Por qué los conciertos de la Sinfónica en el CCK son gratuitos y no los de la Filarmónica en el Colón? ¿Son orquestas de distinta jerarquía, para públicos distintos? ¿Debemos aceptar que el CCK es popular y el Colón es elitista?”. Y sí, estimado Monjeau. ¿Tantos años y aún no se aviva?
Pero no, se resiste a la evidencias de la realidad. “Eso no obedece a ninguna lógica. Es simplemente un lastre ideológico que el gobierno ha recibido junto con una increíble ballena azul y un gigantesco elefante blanco”. En fin, de lastres parece se trata la cosa.
Es el tiempo justo para el retorno de este tipo de planteos, muy acordes con el ajuste macrista que invade todos los planos de nuestra vida social. “Qué querés, era una fiesta, ahora hay que pagar los platos rotos”, no se cansan de decirnos. La batalla cultural sigue, en este caso, por intentar que no gane el discurso mercantilista de la cultura, que ve peligrosa la gratuidad, esa obscura ideología.