Carisma, participación y mercadeo, por Mariano Molina
Hace pocos días finalizaron las presentaciones de las candidaturas. El evento da cuenta de un transcurrir de la vida política con características que expresan modos de organización y participación que vale la pena atender.
El final de las conjeturas se parece mucho a una escena conformada para seguir excitando los alterados cuerpos de época, asegurar ansiedades y promover las especulaciones del trabajo sucio que el periodismo operador sabe realizar con altos niveles de efectividad. No parece una opción que motive, aunque un realista podría decirme al oído “es la política, estúpido”.
Lejos de reparar en cuestiones estrictamente morales, parece importante observar pequeños y repetidos actos que deberían empujar a realizarnos -en algún momento de las trajinadas biografías- las preguntas correspondientes sobre las tomas de decisiones, democracia interna o la institucionalidad política.
En los años del kirchnerismo, con las pujas de intereses a cuesta, se cuestionó parte de los elementos constitutivos del periodo neoliberal. Hubo un intento de recuperar el rol del estado en aspectos centrales del ordenamiento colectivo, el control de los recursos naturales o la intervención en factores estratégicos para un proyecto de país. Incluso apareció la posibilidad de pensar otras formas de propiedad, fundamentalmente expresadas a partir del enorme movimiento de empresas recuperadas.
La idea que se denomina democracia interna o las formas de organización que aseguren una participación de mayorías en instancias orgánicas, sigue siendo un tema sin resolver. Quizás la conformación misma de la sociedad contemporánea, donde impera el individualismo y la híper fragmentación del consumo, llegue hasta la conformación de las fuerzas políticas. No habría motivos para mucha sorpresa. De hecho, la fuerza gobernante se autorepresenta a sí mismo como una marca y no una construcción colectiva identitaria, más propia de la tradición política. Un atrevimiento que es interesante observar con más detalle.
Según cómo se toman las decisiones en las distintas formas de organización, se da cuenta de los modos de la democracia y la participación. Las estructuras partidarias, algunas más lentas y otras con gran velocidad, mutan en fórmulas más individuales, donde las figuras circulan libremente, al modo de las mercancías, según impone la ley del mercado. El crecimiento de los monotributistas parece ser la tendencia de época en prácticamente todo el arco político, lo que da cuenta de un fenómeno que trasciende la coyuntura.
Se dificulta, entonces, encontrar elementos democráticos en las distintas formas de organización, al menos con los principales elementos que conocimos. Y también se dificulta la elaboración misma de la pregunta por esa búsqueda.
El sistema político no es ajeno a un sector muy importante de la sociedad que se maneja bajo los parámetros ultra-dependientes de la visibilidad y la conectividad, la fragmentación o la hiper individualización de “solo hacer lo que siento”. Sobran ejemplos sobre los llamados a refugiarse en el mundo individual, pero a la vez con una dependencia casi unánime de las redes sociales y medios de comunicación. En la arena política se expresa en anuncios, desmentidas y banalidades de distinto calibre.
¿Hay posibilidad de atreverse a otras escenas? ¿Hay voluntad de cerrar puertas a los operadores profesionales de la comunicación? ¿Cómo dar cuenta de una participación más concreta, aunque nunca exenta de contradicciones?
Se entiende a cabalidad la necesidad de priorizar listas de unidad o, mejor dicho, postergar una discusión interna en forma pública. Tiene que ver con no regalarse a una disputa donde intervengan las principales corporaciones mediáticas, económicas y fuerzas opositoras. Esta decisión parece ser la estrategia acertada. Pero la dimensión comunicacional, por momentos, entra de lleno al formato farandulesco dominado por programas de opinadores o panelistas. Un llamado de atención que no está exento de responsabilidades individuales y colectivas que nos incluyen.
Cuestionar e intentar una ruptura con estas prácticas, expresa una actitud disonante contra el modo hegemónico de la organización y la comunicación. Podría ser algo más que una práctica contracultural, para transformarse en una acción profundamente política. La figura de Cristina Fernández de Kirchner expresa un liderazgo que podríamos denominar excepcional y rupturista con esas formas hegemónicas de la política contemporánea. Hay una relación con las masas (para utilizar un término en desuso) que abarca el mundo racional y emocional de forma inusual. Esa anomalía del presente tiene sus raíces en la historia colectiva. Y por eso mismo, nos obliga a cuidarla seriamente, por compromiso político, histórico y humano.
Pero precisamente, por la misma excepcionalidad, debemos asumir la tensión de no renunciar a profundizar acciones que promuevan decisiones colectivas sobre los temas más importantes. Porque después de líderes de su importancia, si no hay organizaciones con improntas democráticas, es muy alto el riesgo de quedar a la deriva. De hecho, la necesidad de su candidatura parece reafirmar este inconveniente.
Desaprovechar la potencia unificadora de su figura podría ser un error histórico que lleve generaciones remediar. Por eso mismo, es una irresponsabilidad no dar cuenta de ello, más allá de la incçomodidad o la molestia. Porque mientras no resolvamos algo de lo que en alguna etapa denominamos democracia interna o participación, y hoy no sabemos cómo decirlo en los términos del siglo XXI, la piedra va a seguir en el zapato.
Se dice, en cierta tradición política, que el mejor dirigente no sólo es el que tiene la capacidad de convocar las almas más diversas, sino también el que puede dejar organizaciones que subsistan a su tiempo y lo superen. Quizás, a este gran liderazgo histórico que tiene Cristina, no haya que reclamarle -además- la sabiduría de conformar organizaciones acordes con los tiempos que vivimos y los venideros, pero sí afirmar que es responsabilidad de quienes dan cuenta de esta ausencia.
Ahora se vienen tiempos electorales y las energías deben estar puestas en poner un freno al avasallamiento de la restauración conservadora y tratar de poder interpelar mentes y corazones diversos. Es importante saber ubicarse, y entender que el espacio político que encabeza Cristina es la única fuerza política en condiciones de hacerlo, sin entrar en el juego de los espejos que el Poder va a poner a cada paso.
Seguramente que estos debates quedarán para más adelante. Pero es una necesidad recordarlos, porque no se pueden postergar indefinidamente. Sin nuevos modos de organización, estaremos desamparados frente al complejo económico-mediático-tecnológico del capitalismo de la época, que arrasa con todo intento de habitar la sociedad según formas que no entran en su protocolo para la vida.
El gran dilema de todos los movimientos populares que tienen liderazgos excepcionales es, precisamente, poder continuar sin su presencia cotidiana. El desafío enorme para el futuro es trascender a Cristina, de la mano de Cristina. En algún momento habrá que atravesar el reto, por necesidad histórica de las generaciones venideras y por reconocimiento político y humano a su decisivo aporte para el movimiento popular. Pero también para poder seguir siendo una fuerza política que pueda construir futuro y logre expresar la enorme variedad y multiplicidad que en el presente sólo su figura convoca.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografía: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).