Aprendizajes, por Mariano Molina
Por Mariano Molina
Fotografía Manuel Fernández
Las generaciones pueden definirse por una franja etárea y en algunas ocasiones -también- por habitar e intervenir en determinados momentos históricos. Quienes nacimos sobre finales de la década del sesenta o los años setenta, vivimos de niñxs la dictadura y fuimos asomando los primeros pasos de la vida política en los años del regreso de la democracia y el posterior neoliberalismo. Es indudable que llevamos marcas compartidas y vivencias en común incorporadas a nuestros mundos.
En aquellos tiempos, los últimos años del siglo XX, conocimos a muchos y muchas referentes, fundamentalmente sobrevivientes de las luchas de décadas anteriores, militantes que cumplieron la tarea de traspasar las vivencias de nuestro pueblo, madres de plaza de mayo y compañeras o compañeros de diversos países del continente que recreaban estrategias frente a las nuevas realidades que se vivían.
Se podrían contar muchas anécdotas y aprendizajes, pero no son tiempos para notas de color. Este tiempo de urgencias que habitamos y transitamos definirá algunas de las formas de vida en el futuro y, entonces, es imprescindible ejercer la capacidad de analizar algunos temas importantes. La importancia no está dada solamente por las decisivas elecciones presidenciales de nuestro país, sino también por los procesos políticos de sudamérica, el rol de los movimientos populares en cada uno de ellos y el papel del imperialismo en este rincón del mundo. ¿Se puede seguir nombrando imperialismo al imperialismo?
Intentemos compartir algunos aprendizajes generacionales que, intuyo, merecen reflexión y, en el mismo acto, compartirlo con otras historias que están en la vuelta.
Peor siempre es peor
Hay quienes creen que las crisis profundas ayudan a la toma de conciencia colectiva para poder generar movimientos políticos contestatarios que propongan cambios más o menos importante en las estructuras de la sociedad. Hay una vieja tradición que se organiza bajo la idea de “cuanto peor, mejor” porque entiende que son los momentos donde surgen mayores ideas y acciones anticapitalistas.
La experiencia nos muestra una realidad diferente. Cuanto peor, peor. Las crisis que viven nuestras sociedades producen fragmentaciones profundas en la comunidad y el lazo social, angustias, tristezas y una prioridad cotidiana: poner energía para tratar de sobrevivir.
En este contexto, las organizaciones populares pueden lograr canalizar algunas demandas, pero el grueso del pueblo está tratando de resolver el día a día. Los objetivos de corto plazo son los únicos que prevalecen.
En definitiva, cuándo se está peor sólo se intenta mejorar algo, muy poco y las perspectivas son muy limitadas. Las y los viejos militantes nos avisaban que cuanto peor, peor. Lo habían experimentado en sus vidas. Nosotrxs escuchábamos...
A mano y sin permiso
El positivismo y una rama de la tradición política de izquierda y el progresismo (también positivistas) creyeron durante décadas que la sociedad siempre evoluciona positivamente y, en consecuencia, el futuro inexorablemente tenía que ser mejor. El futuro es nuestro, la sociedad marcha hacia el socialismo o el mañana será más justo eran algunos de los tópicos que escuchamos durante un largo tiempo.
Quizás por ciertas lecturas, quizás por escepticismo de la época o -también- porque hay un aprendizaje generacional, rápidamente entendimos que el futuro dependía de las formas de encarar la vida y cierto trabajo político..
No hay paraíso para llegar y las mejores condiciones dependen de los cambios que podemos lograr. No sólo el futuro no nos aseguraba mejor vida, sino que siempre se puede estar peor. Por lo tanto, la idea de futuro es un concepto a construir y todo va a depender de lo que se haga en el presente.
El futuro siempre puede experimentar mayores tragedias. Y vaya que lo experimentaron quienes nos antecedieron y vaya si lo experimentamos nosotros y nosotras en nuestros cuerpos y nuestras vidas. Es muy fuerte la idea que todo tiempo por venir será próspero, por las entendibles necesidades de esperanzas que anidan en los rincones del alma y por esta inmensa influencia de una cosmovisión mentirosa sobre las bondades de los tiempos por llegar. En esos años ya comprendimos, por relatos y experiencias propias, que la esperanza en un futuro mejor tenía que construirse. Nadie te iba a regalar nada. Cómo decía el poeta, el sueño se hace a mano y sin permiso. Basta de esperar maravillas que devienen naturalmente. Se había roto el estado de inocencia...
Se puede vivir bien
En esos años el escepticismo era casi una forma de vida. La primavera alfonsinista no había cumplido ninguna de las promesas de la democracia cómo educar, comer o curar y la larga noche neoliberal parecía interminable. El futuro llegó hace rato, todo un palo, ya lo ves cantaba la banda emblema del rock en esos años noventa, mientras nuestros mayores nos repetían insistentemente que en nuestro país hubieron tiempos felices, de justicia social y de mejoras sustanciales para las mayorías. No era fácil creer en esos relatos, que parecían cuentos de un pasado inalcanzable o relatos fantásticos cercanos a la literatura. La posmodernidad y la caída del muro de Berlín reafirmaba la idea que los movimientos populares no tenían futuro en nuestras sociedades y que el presente era la única forma de vida posible.
Siguieron las luchas, pasaron esos años y nuestro país, junto a otros del continente, experimentaron mayores procesos de justicia social. No se tocó el cielo con las manos, pero las sustanciales mejoras en la vida de las mayorías dieron la razón a esas compañeras y compañeros que décadas atrás anunciaban que se podía vivir mejor, en este país y con esta contradictoria y compleja sociedad.
La experiencia de políticas públicas de inclusión para las mayorías, el acceso a derechos impensados y un activo rol del Estado también son marcas experimentadas en nuestros cuerpos y vidas. Es cierto que no se terminó la injusticia del capitalismo y hubieron debes, algunos muy importantes, pero el estado de la situación habilitó -por primera vez en la vida de esta generación- pensar y proyectar temas impensados en la sociedad. En esos años, tan cercanos en el tiempo y tan lejanos en la experiencia diaria del hoy, creció la organización popular, se llegó a afirmar que estábamos casi cumpliendo la meta de hambre cero y plantear abiertamente una discusión sobre la redistribución de las ganancias de las empresas. Esos fueron algunos de los increíbles debates durante la larga noche populista. Fue en esos tiempos, y no en otros, dónde todo parecía que podía seguir avanzando en beneficio de las mayorías. Esas vivencias no son mitología.
Estas enseñanzas son las que quedan, las que se incorporan, las que formatean generaciones. En este tiempo hostil, en estos días crueles que nos toca atravesar, en estas horas de violencias, es necesario volver a recordar estos aprendizajes y compartirlos. Porque es imprescindible, en el mismo instante que recordamos que no hay devenir favorable sin acciones que lo construyan, mencionar que esta misma sociedad que habitamos y caminamos puede producir formas más dignas de la vida. Son tiempos de confiar en las ideas que creemos, practicar diversos trabajos políticos, tener paciencia, perseverancia y diálogo con las mayorías.
Las generaciones pueden definirse por una franja etárea y en algunas ocasiones -también- por habitar e intervenir en determinados momentos históricos. Tuvimos la suerte de conocer gente maravillosa que transmitieron enseñanzas con generosidad. Es tiempo de seguir cumpliendo el ciclo y el paso de manos. La pérdida de la inocencia no significa resignar esperanza y abandonar las ideas que nos constituyen. Ese es el plan de los poderes que gobiernan y se quieren imponer de forma totalitaria. Y eso es, precisamente, lo que que no podemos abandonar, porque ya aprendimos cuál es la única lucha que se pierde...