El culto a la Tristeza, por Mingo Racedo
Por Mingo Racedo
La provincia próspera está enferma, las recetas para su cura siempre fueron en contra de su salud, le despojaron de valor la pera, la manzana y cayó en ese descrédito el membrillo, su tomate y su gente.
La cultura, ávida por vivir, aunque sea un tanto así, se codeó con mezquindades, golpes bajos y trabas que los políticos supieron canalizar en divisiones, para gobernar mejor con artistas divididos.
Mendrugo para unos, hambre para muchos. Las frases repetidas en slogan han muerto con el paso del tiempo. “La cultura salva” decían y las palabras mutaron en un: ¿cuántos votos traen éstos?
No hay forma de mostrar una semblanza sin caer en la tristeza. La cultura del Cosquín revoleador de ponchos se instaló como una costumbre de todas las provincias y ésta no fue ajena.
Río Negro ha perdido luz y lucidez, el gato corre al perro y el brujo al Cristo, mientras el miedo a perder encanto se instala en todos como un puñal de fuego.
Escritores magníficos pidiendo un mendrugo de tiempo para ofrecer su obra, editada por él, pagada por él, en una feria del libro. Él llenando la sala, él haciendo propaganda, él sembrando su vino. Ningún pueblo, salvo contadas excepciones, alaba a sus hacedores de cultura.
Cerca de 34 millones de pesos o más, costó el teatro inmenso de Cipolletti donde no entra el pueblo, una obra faraónica para mostrar lo ampuloso de una ciudad. Pero es cultural la manifestación que todos los años marcha por esas calles pidiendo justicia, cultura es en la que se cree y se crea para que de esa forma el reclamo entre en la desmemoria y la destruya. Esa cultura no entra en los teatros de tantos millones con olor a naftalina y a santidad.
Pero “a otro perro con ese hueso” dirán los prometedores de hologramas. Este es el culto más infame, repitente del modelo neoliberal que nos hizo creer en la meritocracia y se cansó de sacar recursos.
Todo está contaminado en Río Negro, las aguas de Fernández Oro y Allen sufren la ilusión del diablo negro, sus chacras muertas por la contaminación y los derrames sufren la misma humillación que su cultura. De esto no se habla, esto no se dice, esto no se toca. Los movimientos independientes chocan con su propia pobreza y la lejanía transforma el entusiasmo en contundente derrota. “No hay presupuesto” es el slogan más sobresaliente después del de “la cultura salva”. Llueven obedientes servidores que, de no serlo, pagarían con desprecio y llanto negarse a tal mandato.
Ningún libro compró la provincia para repartir en las escuelas, todo lo demás es puro engaño. Si no te amoldas estás al horno.
Tal vez deberíamos tomar conciencia de nuestros valores, de valorar el habla de esta parte del sur que nos cobija y hacer una lucha osada contra el que manda. Negarnos, decir que no al escarnio de andar con nuestro libro como si fuésemos pedigüeños del mandamás que votamos o que votaron. Decirle eso de ser un pueblo, con culturas disgregadas a lo largo y ancho de nuestra triste tierra, ésta que fue golpeada por los sin orejas, por los que te dan zancadillas por la espalda y te hacen cosas ampulosas donde el pueblo no podrá entrar a ni siquiera oler su naftalina.
Este es el culto a la tristeza que no necesitamos. Es hora de comenzar a ser más que palabras. Hay movimientos culturales maravillosos. Artistas independientes que brillan desangrándose sin un apoyo. Deberíamos valorarnos y decir que No mientras no tengamos las treinta y tres de mano. Negarles el apoyo, aunque mal no sea el voto. Ya nos mintieron, ¿por qué dudar que no lo harán de nuevo?
Dos poemas de Mingo Racedo
Baile
Vos cuando pasás,
con ese andar de “qué me importa”
yo, yo bailo
y no me dan los ojos para mirarte toda.
Porque tenés la primavera amarrada
a tu cintura.
Entonces yo bailo,
o te bailo, mudo como estoy.
Vos te llevas la libertad de mis canciones,
y te digo cadereando algunas cosas,
como ser, que vos venís con música incluida.
Como esos altoparlantes
que colgaba mi tío Ruperto en la plaza de mi pueblo
y ponía esa música que hacía bailar a las palomas.
Y se ruborizaba la pancha Ordoñez
porque el pobrerío se ponía a decirse cosas al oído.
Y la plaza, la plaza misma tenía un olorcito
a después de lluvia, aunque no lloviese nunca
en ese pueblo de mirar un carro.
Por eso cuando venís yo te bailo.
y si sonreís es como que tocara la orquesta municipal
en los días festivos, en ese pueblo de morondanga.
Ese que sentía que bailar, bailar, bailar
era un orgasmo.
Es como cuando pasas
con la primavera amarrada a tu cintura
y yo te cadereo
sos mi pueblo en esa plaza
y te bailo, con el pobrerío detrás
siguiendo los compases,
con la jeta pegada a la mejilla de la compañera.
En ese pueblo que perdía el pudor cuando bailaba.
Para que la Pancha Ordoñez se ruborice
con el quiebre del “que me importa”
y tu cadera.
Visita
Anduvo la muerte, esta mañana.
Me encontró tratando de escribir este poema
Dijo: “dejá la puerta abierta,
alguien tiene que descubrir que he pasado”
Yo sacudía mi lengua
tratando de desempolvar palabras,
prendía fuego a todo lo querido
sangraba por las cuatro heridas
con la que me dio muerte el amor,
estrujaba la calle donde te di una rosa
y el poema allí sin decir nada.
Dijo: “la luz del patio esta prendida,
es bueno recordar lo cotidiano”
Me vi mesa y harina
fueguito de hornear pan de domingo,
La fiesta de estar de entrecasa
amando suavidad
con el potro animal de los deseos.
Vi donde descansa el hacha
donde el cantero aquel,
el surco chueco
la alegría de la bataraza
y mi voz de allá lejos
hablándole a la tierra.
La muerte estuvo aquí junto al poema
le dije: no es el último, faltan muchos
y me miró como quien mira distancia
y en sus ojos dulces de mirar sin tiempo,
me vi nacer y vi nacer mi madre,
al abuelo que bajó del monte,
a la abuela vendida y sufrida,
al tío hablador de pájaros,
a la herencia de los pobres, pobres.
La muerte me encontró tratando
de escribir este poema,
con la poca lucecita de mi alma,
sentada aquí me tocó la cara
como otorgándome una ventaja.
A este poema hoy debo mi vida
por cuánto tiempo más
la muerte no me dijo.
solo sé que dejé la puerta abierta
y a este poema ruin
hablando solo.
Mingo Racedo