"Necesitamos pensar cómo sería una justicia feminista y reparadora, que no apueste por la mano dura y la 'seguridad'"
Por Mariano Dorr
Cecilia Palmeiro es docente de las maestrías en Estudios Literarios Latinoamericanos y en Estudios y Políticas de Género en la Universidad de Tres de Febrero. Desarrolló parte de sus estudios en la New York University, es investigadora del Conicet y es una de las fundadoras del colectivo Ni Una Menos. Es escritora, crítica literaria, performer, militante feminista y pensadora queer.
APU: Escribiste un hermoso libro (Desbunde y Felicidad. De la Cartonera a Perlongher) donde se traza un arco, desde la escritura de Perlongher hasta la experiencia de la galería de arte “Belleza y Felicidad” y el proyecto editorial “Eloísa Cartonera”, de donde provienen escrituras como las de Fernanda Laguna, Gabriela Bejerman, Cecilia Pavón, Washington Cucurto, Daniel Durand o Alejandro López. Luego de ese análisis exhaustivo ligado a la idea de “serie” o “legado” perlongheriano, ¿cómo observás el estado de la literatura argentina actual?
Cecilia Palmeiro: En Desbunde y Felicidad estudié una zona de la literatura que tenía que ver con las poéticas de las políticas del deseo, y establecía un corpus de literatura queer-trash y sus vínculos con activismos LGBTQ. Hoy me interesa pensar esas poéticas queer como flujos que atraviesan lo literario y lo político, y junto con Mariano Lopez Seoane comenzamos intuitiva y colectivamente a desarrollar un concepto para pensar todo esto: las lenguas de las locas. Se trata de una intensidad, de un filo, de un borde, de un humor, de volver loca a la lengua y hacerla decir algo más sobre el cuerpo y el deseo, que encontramos en cierta literatura pero también en discursos políticos, en el chisme, la injuria, en el sentido del humor de las locas (que es una categoría antiidentitaria y queer pero en sentido latinoamericano). Pienso en que llamaban “las Locas de la Plaza” a las Madres de Plaza de Mayo, las locas del Frente de Liberación Homosexual, de las cuales la Perlongher fue abanderada y pionera en esta teorización acerca de la política de la loca o marica, las feministas a las que sin parar se nos dice loca, la Yegua, Evita: toda voz feminizada que se sale del ámbito de lo privado, del justo medio, del buen tono, de los modales sumisos y la buena educación, es una lengua de loca. Entonces me parece que hoy las lenguas de las locas explotan en la marea feminista y eso tal vez sea lo más nuevo de la literatura contemporánea. Los poemarios que se hicieron los martes verdes frente al Congreso, el coro abortero, las letras de canciones pop para llamar a las marchas y paros y los cancioneros para cantar en la calle, toda esa nueva zona de artefactos donde lo poético confluye con lo político y donde las fuerzas creativas se liberan de la esfera del arte y del libro para aplicarse a la construcción de una nueva vida y comunidad. Este momento particular de expansión y radicalización de las lenguas de las locas puede pensarse desde lo que llamo vanguardia feminista. En la vanguardia feminista convergen las líneas fundamentales de las vanguardias literarias argentinas como las leyó Piglia en su libro Las tres vanguardias (vanguardia de trinchera à la Saer, refuncionalización de los medios de producción en sentido anticapitalista à la Walsh, y la fusión de vanguardia con cultura de masas à la Puig), y afecta también la literatura libresca en un sentido de democratización y despatriarcalización. La literatura (y el canon) ha dejado de ser un asunto exclusivo de caballeros y de los libros.
APU: En tu participación en la entrevista a Judith Butler, en la Universidad de Tres de Febrero, le hiciste una pregunta que ella no contestó. Le preguntaste por los matices, a propósito del fenómeno del advenimiento de los feminismos, entre punitivismo y puritanismo. ¿Cómo pensás vos misma ese conflicto?
CP: Considero que luego de la masificación del movimiento y su crecimiento exponencial desde 2015 encontramos algunos nudos micropolíticos, o reflujos contradictorios dentro de la marea. En los últimos meses han aparecido algunos grupos de feministas radicales que impugnan a travestis, mujeres y varones trans y no binaries como parte del movimiento. Esto contradice la Ley de Identidad de Género y niega el enorme esfuerzo de tejido de alianzas de los últimos 30 años entre feminismo, el movimiento queer y LGBT y el transfeminismo, además de excluir a muchxs compañerxs. Estos grupos son en general de chicas muy jóvenes que quieren ser más radicalizadas que las generaciones anteriores, como una especie de vanguardismo, y están ligados a grupos abolicionistas de fuerte corte punitivista que niegan los derechos de trabajadorxs sexuales. Vemos proliferar también los escraches y linchamientos online, y una lógica según la cual las mujeres somos solamente víctimas indefensas; donde todo roce, seducción, cortejo u onda se puede percibir como acoso o violencia sexual. Esto es una versión puritana de la sexualidad femenina, pasiva, donde no seríamos agentes de deseo. Es lo que ha ocurrido en EEUU con el feminismo en su versión conservadora desde hace décadas pero que ha empeorado con el #MeToo, que es una respuesta punitiva, puritana e individualista a la violencia sexual. Esta lógica termina por banalizar la violencia sexual al poner todo en el mismo plano (desde un roce o un beso a una violación), y a la vez hace del castigo un fetiche: se busca la cárcel o el escarnio público sin retorno como si eso fuera a reparar a quien ha sido victimizada, e incluso reformar al “agresor” y hasta mejorar la sociedad. Como consecuencia, se impone una moral sexual arcaica y puritana, donde el sexo se vuelve algo sucio, prohibido, violento (y punible). Todo esto es lo que queremos evitar ya que #NosMueveElDeseo también de una revolución sexual. El énfasis irreflexivo en el castigo (el deseo revanchista de ver correr sangre), la moralización del erotismo y las prácticas sexuales, la búsqueda de la pureza (sexual, identitaria), son apropiaciones neoliberales de nuestros reclamos. Por eso importa desentrañar esa relación entre puritanismo y punitivismo que son interdependientes y desarmar esa contrarrevolución que es una amenaza para la marea. Porque lo que se nos cuela, como efecto de las micropolíticas del fascismo, es una micropolítica reactiva, una política de subjetivación carcelaria, que reproduce al pie de la letra el juego de roles establecido por el patriarcado de víctimas y victimarios. Por el contrario, siguiendo a Judith Butler y a Suely Rolnik, la cuestión es deshacer ese lugar a través de nuestras prácticas vitales o de nuestra performance. Y necesitamos pensar cómo sería una justicia feminista y reparadora, que no apueste por la mano dura y la “seguridad”.
APU: Hay quienes, desde la denominada “Filosofía de la animalidad”, sostienen que entre las cuestiones que animan tanto a la animalidad como al feminismo existe un vínculo común fundamental: el de la vida disponible (para el hombre). En tu reciente novelaCat Power, hay un encuentro precisamente entre estas dos dimensiones, animalidad y feminismo. Y se da una suerte de traducción dialéctica de un ámbito al otro en la medida en que el gato “conquista” o “esclaviza” a su Ama Queer. ¿Cómo pensás la extraña relación entre feminismo y animalidad?
CP: Es un tema que me apasiona pero que no he investigado formalmente como académica todavía, sino de manera más intuitiva a partir de mi propia experiencia y por eso lo exploré como ficción, ámbito de mucha más libertad y menos responsabilidad. Mi convivencia con felinxs me llevó a plantearme cuestiones como una micropolítica de las especies. Cómo a través de la práctica de vivir juntes, de hacer manada y cuerpo colectivo con animales no humanxs se podría deconstruir la jerarquía especistahumano-animal, que es el binarismo primero que sostiene la devastación de los territorios y la destrucción de la Tierra (y la explotación humana). Si hablamos de violencias, de la trama de las violencias como lo hacemos desde el feminismo, me parece fundamental pensar la violencia constitutiva de la separación entre sujetx (humanx) y objetx (la “naturaleza” que negamos en nosotrxs mismxs). Para mí el feminismo debería ser antiespecista por definición (al igual que antirracista), y urge que renunciemos a, o al menos desnaturalicemos y cuestionemos, nuestros privilegios humanos (incluyendo el folclórico asadito del que muchxs no quieren bajarse).Y no me refiero solo a la animalidad sino también al mundo vegetal y mineral, a los ríos (pienso en una consigna de una bandera de Ni Una Menos Fiorito que dice: “los ríos son también personas”, viniendo de quienes conviven con la contaminación del Riachuelo). Machismo, racismo y especismo operan en una articulación nefasta que pone en riesgo la continuidad de la vida en el planeta.
APU: Por último, ¿cómo recibiste la noticia de que Cristina publicaríaSinceramente? ¿Pudiste leerlo o lo estás leyendo? ¿Cómo lee una lectora profesional y feminista el libro de Cristina?
CP: Lo estoy leyendo con fruición. Me parece interesante pensar este libro desde la idea de posautonomía de Josefina Ludmer, donde lo político, lo económico y lo literario confluyen. La estética (incluso la estetización de la política, que no es solamente un privilegio del fascismo como lo pensaba Benjamin) ha sido siempre un elemento central del peronismo y de su promesa de felicidad. Por algo logró conmover a las masas de la manera en que lo hizo y lo hace. El libro como elemento de campaña le sube el nivel sin volverla elitista (aunque se instala también en la tradición sarmientina del libro como panfleto presidencial como Recuerdos de provincia, y de la figura lx presidentx como intelectual), y funciona como elemento de autodefensa. En términos económicos me interesa la doble circulación del libro, como objeto mercancía de una multinacional de las que nos saquean la lengua y los árboles, y como PDF pirata que circula por todos lados a propósito. Esa voz, con fuertes marcas de oralidad, de una mujer aguerrida que se atrevió a ser la primera presidenta reelecta la coloca en un lugar central en esa zona discursiva que llamo las lenguas de las locas.Cristina es de alguna manera una fundadora de discursividad y sus dichos (incluso cuando ella comete varios furcios imposibles) pasan a formar parte del acervo popular feminista. Algunas de sus perlas lingüísticas se transforman en citas y en consignas de protesta- “yegua, puta, montonera” es un cartel que usaron compañeras de la UNGS para marchar un 8M. Las lenguas de las locas existen en esa tensión que permite la traducción política entre niveles y usos del lenguaje, como un acto de deseo radical. Mis alumnes de la Maestría de Estudios y Políticas de Género de Untref exigen que lo incluya como bibliografía obligatoria en mi curso homónimo Las lenguas de las locas, dentro de la unidad de textos autobiográficos que llamo Vidas de locas (algo así como nuestro Flos Sanctorum, o Vidas de Santos). Que así sea.