La campaña que fue y la que viene, por Eliana Verón
Por Eliana Verón / Foto: Daniela Morán
El contundente triunfo del Frente de Todos en las primarias del 11 de agosto puso el foco nuevamente en la cuestión de la política versus el marketing; el big data versus la militancia artesanal; los discursos versus los problemas reales. En ese marco, ¿fue la campaña electoral la que tuvo injerencia en los resultados o volvió la política a ocupar su centro en la cotidianeidad argentina?
Es dable recordar que cada campaña electoral tiene su contexto coyuntural e histórico. Las características que han asumido en estos últimos años dan cuenta de la alianza necesaria entre comunicación y política. ¿Por qué? Cuando se tiene un proyecto resolutivo para las diversas crisis sociales, económicas y políticas capaz de gustar y convencer a la población de su justa existencia, es imperioso saber comunicarlo.
Hablar de problemas concretos y ponerlos sobre el tapete de lo que se quiere ocultar fue una buena estrategia del Frente de Todos. Sin embargo, hallar ese punto crucial para posicionarse y marcar una agenda temática diferencial fue tortuoso para la oposición. El inicio mismo de la campaña pareció desordenada y desarticulada. Alberto Fernández tuvo que responder la inquisitoria periodística de propios y ajenos sobre lo que no iba a hacer.
En este comienzo caótico también hubo artivismo militante con campañas vietnamitas que irrumpieron con ingenio y despertaron acciones colectivas loables de rescatar. Pero el desorden imperó a tal punto que la militancia, con deseos de aportar a la causa, se movió sin directivas claras y fluctuó entre charlas-debates en las unidades básicas hasta las patrullas solitarias en el terreno virtual de las redes sociales. Lo mismo vale para las piezas comunicacionales disímiles, intuitivas y sin precisiones que partieron de varios centros de producción y evidenciaron una ausencia de comando.
Ahora bien, el giro esperado en esa no estrategia primigenia llegó en el momento preciso cuando el Frente halló uno de los ejes temáticos de la campaña: producción y trabajo. Ya sea por haber escuchado las críticas a los spots electorales que no generaban empatía o porque logró activar esos marcos cognitivos asociados a una red de emociones útiles y racionalidades socioeconómicas reales.
Con estas micro campañas desperdigadas, militancia artesanal volcada a conseguir voto por voto, así se construyó un triunfo concreto de los hechos reales por sobre el marketing. De la política sobre la escenografía.
Está claro que en la definición del voto en las PASO primó la crisis, la situación económica agobiante y la angustia acumulada en vastos sectores de la sociedad. Pero también influyeron determinados sentimientos, valores y expectativas que esas acciones buscaron movilizar. El deseo de un futuro posible, la esperanza por reconstruir lo cotidiano desmembrado y la bronca por lo perdido y por quienes ya no están. Las emociones afloran en el cuarto oscuro y no se pueden ningunear. No aparecen sin razón, están asociadas a situaciones concretas tanto individuales como colectivas.
El desmoronamiento de las condiciones materiales por estos días marca un rumbo incierto. Habrá que esperar a que aclare para barajar y dar de nuevo en el terreno de la campaña electoral hacia las generales de octubre. La victoria es inminente, pero ello no debe aquietar porque lo que sigue requiere de un esfuerzo más por consolidar lo obtenido.
La conversación social deberá ser la estrategia electoral del Frente de Todos. Continuar la escucha activa, indagar qué les pasa a las personas con la política, convocar a la participación en debates, foros y con propuestas para el futuro gobierno. Habitar los territorios reales y virtuales incentivando a esa ciudadanía interesada en su metro cuadrado, pero convocándola a una construcción verdadera de lazos colectivos. O lo que es lo mismo, retomar el sentido genuino de un nuevo contrato social.