Testimonios para la memoria
“Este libro quiere mostrar, no demostrar”, dice en una de sus primeras páginas Ni el flaco perdón de Dios (Planeta, 1997), que recoge testimonios de hijos de desaparecidos recolectados por Juan Gelman y su compañera Mara Lamadrid, más algunos textos que nos sitúan en contexto como el de Roberto García Lupo. Es por eso que en este aniversario tan especial por lo enrarecido de la situación provocada por la pandemia del Coronavirus, nos parece necesario compartir dos de los relatos. El primero, un fragmento que ofrecen Julio e Irma Morresi, que deja al desnudo la forma de operar de quienes detentaban el poder; y el segundo, muy cercano a nuestro corazón porque es el testimonio del hijo de Paco, Javier Urondo, y que es un abrazo a la vida.
Manzanas Verdes (fragmentos)
Julio Morresi: Un día me conectan con una mujer, una tal Nélida, decía que era la hija natural del Almirante Guzetti. Me la mandaba una persona amiga y la mujer me dice que va a hacer lo imposible para darnos noticias de Norberto… había desaparecido en el 76 y ya había pasado como un año y pico, para nosotros era una eternidad, los minutos, las horas, los días que pasaban. Irma sufriendo, cómo estábamos sufriendo, y ellos hicieron un trabajo de inteligencia, es para hacer una película de terror. Esto hay que dividirlo, son muchas etapas. La etapa de pensar que estaba detenido, porque desaparecido no pensamos jamás; la etapa de cuándo lo van a largar, de dónde lo tendrían, pasará frío, pasará calor, le harán hacer largo, se estará volviendo loco, lo torturarán. Era el infierno que tenía uno dentro. Y apareció esa mujer.
…Yo con esa mujer tenía atenciones, le regalaba zapatos, le tenía confianza, antes que Dios estaba esa mujer por la forma en que me estaba ayudando. “Tranquilícese –me decía– Un día me llama para que vaya urgentemente a entrevistarme con ella, venga con su esposa, me dice, fuimos juntos.
…Fuimos juntos a verla y ella agarra y nos dice: “Lo pudimos ubicar”. “¿Cómo sabe usted que es él?”, le digo, y me contesta: “Por todos los datos que usted me dio, es prácticamente su cara, es así, así, y por suerte está con un hijo de un alto jefe militar, que dentro de todo lo mal que lo tienen, los tienen bien. No decía muchas cosas pero dijo una palabra –cómo actuaron los servicios de inteligencia, ¿no?– que fue como si a nosotros nos hubiesen traído la foto él y dijimos es Norberto. Ella esperó la circunstancia y dice: Lo que le llama la atención al guardia que contacté, es que de noche, cuando le llevan la comida, pide que en lugar de comida le lleven manzanas verdes”.
Irma Morresi: Nos miramos los dos. Norberto leía, todas las noches leía y comía manzanas verdes.
J: Decía “Mamá, no me hagas comida”, capaz que se comía 5 o 6 manzanas, les dejaba el tronquito con esos dientitos de conejo que tenía. Nos miramos los dos y dijimos lo encontraron, sin decirnos o hablarnos, yo le agarro la mano a esa mujer y me dice: “Las mismas manos de él”… Nosotros queríamos mandarle una nota o algo, desesperados, cualquier cosa, o que él nos escribiera algo, y un buen día esa mujer dice: “Estamos fregados, hay que actuar urgente, la mano viene muy mal, parece que van a matar a todos los que están en ese centro”. “¿Cómo?, le digo. Me dice: “Tranquilícese, tenemos una carta todavía, porque como van a querer salvar al otro, que es hijo de un alto jefe militar, lo podemos enganchar a Norberto también”. Yo le digo: “¿Qué es lo que hay que hacer?”. Y ahí empezó la historia. Nos llevaron a una casa.
I: Nos empezaron a pedir plata, pero en forma tosca, primero para los documentos.
J: Después para los custodios, ya no era uno, eran dos que habían convencido de que tuvieran bien a los muchachos… Usted se preguntará cómo entramos en esto. Es que eso de la manzana verde es como si nos hubieran mostrado a nuestro hijo. Pero también es indudable que uno se quiere aferrar a cualquier cosa. Nos habían dado un signo de intimidad de nuestro hijo. Ahí empezamos a dar la plata grande, unos pesitos que teníamos ahorrados para comprar la primera casa que íbamos a comprar con mucho sacrificio.
…A todo esto iba pasando el tiempo y llega un momento en que le dije a esa mujer: “Acá no va más”, le exigí que me trajera una prueba…Entonces esa mujer me dice, era un viernes: “Usted venga el lunes que de Norberto algo va a tener”. De ese viernes a ese lunes se me hizo el momento más largo de mi vida”…se debe haber mudado ese mismo fin de semana y nunca pudimos saber más. Irma me decía “las manzanas verdes, ellos lo tuvieron”. Esa etapa vivimos hasta el 89, cuando los antropólogos encontraron el cuerpo y nos dan todos los datos. Lo habían detenido a las 10 de la mañana y a las 2 de la tarde ya lo habían fusilado. Esa mujer nos extorsionaba un año y medio después de su muerte… Fue muy doloroso, terrible, saber que lo habían matado, pero siempre hablo del privilegio de que nosotros pudimos elaborar nuestro duelo, sabiendo lo que pasó con él, cuando las otras madres, compañeras nuestras, están viviendo tal vez lo que viví, lo que vivimos los dos.
Nosotros reivindicamos a ese hijo, lo tomamos como bandera de lucha, lo reivindicamos a él y a todos esos chicos maravillosos como él. Y ahora seguimos luchando por la memoria.
Genealogías
A las nenas les llegó el momento de preguntar por su genealogía. Me preguntaron por su abuelo. Les dije que lo habían matado. Me preguntaron quién. Les dije los milicos. Me preguntaron por qué. Les dije porque él pensaba distinto que los milicos y en esa época mataban a los que pensaban distinto que los milicos. La menor, María Josefina, siete años, me dijo una vez que extrañaba al abuelo. La mayor, Lucía María, nueve años, lee de noche los poemas de mi padre, lee y lee y lee y de pronto se queda dormida abrazadita al libro. (Buenos Aires, octubre de 1996)