Dictadura y Economía Popular: de la pobreza planificada a la comunidad organizada
Por Federico Ugo*
Analizar sujetos y economías es mucho más que analizar medidas económicas; significa discutir proyectos, libertades, derechos, distribución de riqueza y participación. La Economía Popular es parte de un proyecto que busca ya no sólo dignificar el trabajo de lxs excluidxs y descartadxs, sino que impulsa una agenda de cambio de paradigma sobre cómo construir una sociedad más justa.
Cada 24 de marzo, cuando recordamos el golpe y repudiamos el terrorismo que se ejecutó desde el Estado tomado por fuerzas cívico-militares, resaltamos ya no sólo la brutalidad de las acciones y las responsabilidades de quienes las impulsaron, sino también el por qué. Ese por qué tenía objetivos claros: que la Argentina ocupara el rol económico que países concentrados necesitaban que ocupara, y poder llevar adelante las medidas de desindustrialización, extranjerización y disminución de derechos laborales que sufrimos como sociedad.
La provincia de Buenos Aires, en especial el Conurbano, vivió una transformación profunda durante el período 1976-1983; frente a las topadoras de Cacciatore, nació la resistencia villera, una suerte de intifada de la que poco se habla, que generó un fenómeno de organización popular: la toma de tierras. Empujados por el cierre de fábricas y la política de erradicación de villas, sólo en 1981 se crearon siete barrios nuevos. Miles de bonaerenses se organizaron e inventaron sus propios barrios y, en desde ahí, al margen de todo, resistieron, construyendo experiencias comunitarias de salud, cuidado y supervivencia. Esta nueva situación social, económica y habitacional le daba lugar al nacimiento de prácticas de intercambio, panaderías comunitarias y pequeños talleres. Surgía la economía popular, haciéndole frente al modelo que se quería imponer a sangre y fuego.
Mataron, quebraron y desaparecieron a decenas de miles, principalmente trabajadoras y trabajadores. Se persiguió todo tipo de organización de la comunidad: sindicatos, partidos políticos, organizaciones de base y sociales, universidades, cámaras de comercio, que ponían en discusión el plan sistemático de represión y dominación que se estaba ejecutando. Organizarse era un delito. Con el miedo y el terror se instaló un “no te metás”, que marcó una paz social: la paz de los cementerios. Tanto se impusieron, que una vez que llegó la democracia, ya se había logrado “naturalizar” medidas económicas de ajuste sin necesidad de imponerlas por la fuerza, y también prácticas sociales contrarias al bien común.
Las políticas de exclusión y de descarte malnacieron en 1976 con el golpe de marzo. Y permitieron ya no sólo el avance de un sistema económico salvaje que prioriza ganar más sin medir costos sociales, sino la reproducción de una cultura de necesidades egoístas e individuales de consumo y supervivencia donde cada quien se arregla solo o sola.
Este proceso y esta visión de maximizar ganancias está teniendo saltos exponenciales con la revolución tecnológica de las últimas décadas, donde la robotización y las comunicaciones aceleran los procesos de acumulación y concentración, ya no sólo de capitales y medios de producción, sino también de derechos y calidad de vida. También aceleran la manera de ver el mundo donde lo comunitario, lo político, lo colectivo, está estigmatizado de manera negativa.
Como pueblo acostumbrado a resistir, como el agua que va encontrando cauce, recuperamos prácticas esenciales de la democracia: la participación y la organización popular. La Economía Popular empezó a nacer en aquella oscuridad de los 70, de la necesidad y de la exclusión. Sus primeras experiencias también fueron perseguidas y desaparecidas. En muchos casos, lo siguieron y lo siguen siendo hasta hoy. Sólo que esta economía contra este propio sistema y sus propias debilidades se comenzó a organizar, se ha manifestado, se ha puesto a producir y a construir esa otra Argentina y ese otro mundo posible que se viene.
* Subsecretario de Economía Popular del Ministerio de Desarrollo Social PBA.