¿Y por qué no creamos el mundo de vuelta? Kusch, la minka y una alternativa nuestroamericana
Por Francisco René Santucho
El mundo es un barbijo
Una parte importante de los gobiernos del mundo, han decidido establecer el Estado de excepción, restringir a su mínima expresión toda actividad durante un tiempo prolongado. El confinamiento obligatorio de una tercera parte –y cada vez más- de la población mundial, ha irrumpido en la cotidianidad de manera tal, que se ha visto intempestivamente abordada por un corte abrupto y tajante. Distintas ciudades comenzaban a detener el tiempo como estrategia de supervivencia. Todos los pueblos a nivel global, ahogados por el desconcierto, primero, y por el pánico, después. Cualquier pantalla, en cualquier parte del planeta, anoticia minuto a minuto, los decesos, en su mayoría de personas mayores de 60 años, infectados con el coronavirus.
La magnificación del miedo ante la pandemia, que ya lleva cuatro meses desde la aparición en Asia a fines del 2019, ha puesto de manifiesto algunos síntomas en la conducta de la población: ha agudizado cierta pereza mental en tanto pensamiento colonizado, lo cual inhibe la más mínima posibilidad de interpelar más allá de la angustia y de la enfermedad; también ha evidenciado permeabilidad en el sometimiento a paradigmas de estricto control disciplinario mediante dispositivos de control social, siendo la más represiva en las barriadas populares y control más sofisticado en ciudades más desarrolladas. Por otra parte, la veloz propagación por contagio del virus, ha hecho brotar decenas de teorías y reflexiones, por renombrados intelectuales del mundo de diverso espectro ideológico. Cientos de textos instalaron un debate sobre el covid-19, inundando las redes, muchas con hipótesis refinadas en el análisis político, económico, filosófico, sociológico. Pero también la apelación a una historicidad pandémica que da cuenta de crisis epocal en cada tiempo, con los significados y consecuencias del contexto histórico
Asistimos a un paisaje por demás preocupante. Los más audaces avizoran un cataclismo. Lo materialmente cierto es la muerte de seres humanos, el colapso económico financiero a escala global y la perturbadora pandemia, componente fáctico que despliega una pregunta madre ¿Es la pandemia lo que está provocando esta crisis mundial, o es la que corre el velo de una crisis que ya estaba ahí?
Otros posibles
En Nuestra América, a velocidades distintas, el ataque pandémico está obligando a los gobiernos a actuar urgentemente. El caso particular de Argentina, que viene de cuatro años de derrumbe de la economía, una deuda pública adjetivada por el propio FMI como “insostenible” y contraída por el anterior gobierno, la coyuntura del virus corona es un agravante a la crisis. En este caso la emergencia ha sido tratada inyectando sumas de dinero, priorizando el sistema de sanidad, la ayuda social y el salvataje a las pymes. Pero, un dato no menor, es que los bancos, el sistema financiero, medio por el cual se instrumenta la asistencia a las pymes, impiden que esos auxilios lleguen. Es indudable que una vez que el virus ya no sea título en la prensa, un nuevo frente de crisis quedará abierto como consecuencia inevitable de la ralentización de la dinámica de la economía.
La disyuntiva que Argentina deberá afrontar, por un lado compromisos con respecto a la deuda externa. Una deuda qué, a ojos vista, ha sido un fraude del gobierno de Macri al Estado argentino. Para lo cual, basta con iniciar una investigación, auditar meticulosamente para transparentar la vil estafa y la obscena exacción usuraria de una deuda externa ilegal e ilegítima. Y por otro lado, lo que será la necesidad de volcar esos fondos a la urgencia de la recomposición salarial, del recupero de la actividad productiva y del trabajo, cuando se haya llegado al epílogo de esta histórica cuarentena.
Por alguna fisura que dejaban los más audaces predicamentos futuristas, asomaban algunas pocas voces alentando otros posibles por fuera de esa normalidad que nos ha puesto -y nos pone- en situación de crisis “civilizatoria”, cíclicamente. Este ruido que ha llegado a cada rincón del mundo, no cabe duda, viene siendo el crujir de la crisis sistémica del Capitalismo. El sistema de producción capitalista, es depredador y contaminador ambiental, lo que hace antagónica su relación con la naturaleza. Problema medular, una ética individualista. Un modelo económico hegemónico, causante de la extrema desigualdad y las alteraciones nocivas y letales que provocan el daño en que se encuentra el planeta. No volveremos a la normalidad, porque la normalidad era el problema, se podía leer en la fachada de un edificio en alguna parte del mundo, que iluminaba la oscuridad de la noche. Este importante aserto, podría suponer una fulgurante luz en el sinuoso camino por construir un mundo mejor.
¿Y por qué no creamos el mundo de vuelta?
Nos anima el interrogante Kuscheano. El mundo está gritando, la humanidad está bajo amenaza. El rol ambiguo de la ciencia y la tecnología, donde se deposita –en gran medida- la esperanza, se encuentra entrampada en la lógica de la mercantilización. Por lo que ha contribuido, consecuentemente, también a las grandes tragedias. Esa característica dual nos vuelve sobre algunas preguntas. ¿Cuánto del avance tecnológico ha significado un mejoramiento en valores para la sociedad? ¿Qué fines espurios persiguen los poderosos del mundo poseyendo el control sobre la ciencia y técnica? ¿En manos de quien la ciencia no es una amenaza para la humanidad?
La vida debe ser repensada y sentida desde otras lógicas. No ya desde las lógicas imperantes del libre mercado. Sin una radical reformulación de los modos de relación, estamos ante un porvenir poco auspicioso para la humanidad.
Por eso el tiempo de Nuestra América es otro tiempo. Es tiempo de pensarnos el mundo que queremos. Si el mundo que queremos es el de habitar en los contornos de la modernidad, al que violentamente se nos ha empujado hasta definitivamente desplazarnos a sus periferias, vale decir, a la fragilidad como sociedad. O bien, habitar un mundo en el que seamos nuestras propias decisiones, el estar siendo pensado y actuado por nosotros, desde otras formas de vivir y conocer el mundo, y desde allí integrarnos. No desde la lógica capitalista. Sentirnos y pensarnos Nosotros, es la fortaleza. Para ello, nos basta una mirada sobre la piel rugosa de nuestro pasado histórico. La porosidad de esa piel, hace que no todo pueda quedar oculto y olvidado. El suelo y la memoria de los pueblos es la que ha permitido sostener costumbres, prácticas sociales y culturales, de forma intergeneracional. Reelaborar desde abajo nuevas formas, como también reactualizar otras.
¿Y si pensamos la minka? El espíritu de la minka, como lo pensaba el amauta peruano, “espíritu colectivista del indígena” (Mariátegui) que subsiste en nuestras región, bien podría ser el basamento filosófico-político constitutivo de una nueva sociedad emancipada, sin el desgajo de la centralidad cultural, que es el corazón de los pueblos. Una práctica social representativa, un modelo simbólico y potente de pensarnos en nuestras relaciones humanas de reciprocidad y complementariedad con la naturaleza.
Crear dos, tres, muchos mundos
Este presente abre un trascendental desafío. ¿El mundo no volverá a ser el mismo? ¿El mundo nos ha cambiado? ¿Estamos, quizás, ante un momento bisagra de la historia de la humanidad y de un paradigma nuevamente tensado por su inviabilidad?
La realidad global frente a la contingencia de un futuro incierto. Algunxs pensadores aseveran que no se conoce otra cultura alternativa y en consecuencia no hay otro horizonte de un mejor ideal de vida.
Repensar, reinventar, el biocentrismo como paradigma de otra configuración social donde la solidaridad y la empatía sean pilares estratégicos de la coexistencia y convivencia de la especie humana en relación con la naturaleza, es una apertura a intentar otros posibles que busque transformaciones verdaderas, profundas y auténticamente americanas. No cabe duda que todo es muy complejo, pero intentemos.
Allá por 1842, Simón Rodríguez, el gran maestro y compañero de ideas del libertaor Simón Bolivar, nos legaba un adagio cuando se preguntaba a sí mismo en referencia a tipos de gobierno ante el quiebre con el pasado colonial y en medio del proceso independentista: “¿dónde iremos a buscar modelos?”, a lo que le seguía la afirmación, “O inventamos o erramos”.
* Militante de la cultura y los DDHH. Librero. Integrante del proyecto político cultural Cultura del Bajo Pueblo. Director de la revista de arte y política Minka.