Hay que terminar la guerra civil del peronismo, por Mario Firmenich (h.)
Por Mario Javier Firmenich (h.)*. En la foto: María Estela "Isabel" Martínez de Perón, Héctor Cámpora, Juan Perón, José Ignacio Rucci, Juan Manuel Abal Medina (padre) entre otros.
“Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera, tengan unión verdadera, en cualquier tiempo que sea”
Ante el actual contexto global, la pandemia nos muestra una crisis humanitaria autoinfligida, enésimo capítulo de la crisis civilizatoria neoliberal. En Argentina, el peronismo unido, es condición necesaria para reconstruir la Nación. Hacia el fin de las guerras civiles, dentro y fuera del campo popular.
Cuando conocí a mi viejo, allá por el año 82 del siglo xx, uno de los primeros recuerdos que tengo de ese tiempo es la enseñanza del “versito” del Martín Fierro. En términos concretos, cuando mi hermana y yo peleábamos, nuestro “castigo” consistía en repetir de memoria y al unísono aquel “versito”. Con los años, utilicé la misma estrategia con mis propios hijos y entendí que cuando algo se transmite en, al menos, tres generaciones, se naturaliza como sentido común.
En una muestra de inteligencia global, China haciendo un ejercicio diplomático de poder blando, envió a la Argentina ayuda humanitaria frente a la pandemia del Covid 19. En cada una de las cajas con dicha ayuda, pegó el versito del Martín Fierro. Esta política exterior de ayuda humanitaria fue ejercida también por Rusia e incluso por Cuba en todos aquellos países que estaban siendo superados en la capacidad logística de hacer frente a la pandemia. Contrastando con la inexistente estrategia exterior común de los países centrales del Occidente capitalista. Es más, en muchos estados federales (Estados Unidos, Brasil), ni siquiera la estrategia interior ha sido común, socavando el poder ejecutivo de los Presidentes de dichos estados frente a la crisis.
Haciendo un poco de historia, los que rondamos la cuarentena (en años), somos parte de una generación que nos hicimos a la política desde las experiencias previas de la generación de nuestros viejos. Actuamos políticamente en un mundo occidental y “cristiano”, culturalmente neoliberal. Nos tocó, durante nuestra adolescencia, ser testigos del derrumbe paradigmático que nos vio crecer desde niños, el mundo bipolar de posguerra.
Hemos asistido a la naturalización filosófica de “la muerte de las ideologías”: comunismos euroasiáticos y asiáticos –estatismos soviéticos y maoístas-, social democracia europea –estados de bienestar- y tercera posición de países periféricos del otrora “tercer mundo” -nacionalismos soberanistas populares-. La hegemonía cultural del neoliberalismo ha hecho de los intereses egoístas del individuo una práctica filosófica que se extiende a la política, la economía y las costumbres sociales.
Sin disputa ideológica, la política pasó de ser el ámbito institucional propio para instrumentar los cambios sociales, a ser una herramienta más del mercado, en la cual la maximización del beneficio individual de las prerrogativas del poder, prima por sobre la construcción del “bien común”. El rol del Estado en la economía se demonizó y la política dejó de ser el árbitro natural en la puja distributiva entre los diferentes sectores de la sociedad.
Los intereses trasnacionales de las grandes corporaciones económicas construyeron el mundo en que vivimos. La maximización privada de los beneficios, la “supervivencia del más apto” y la apropiación de la renta tecnológica por parte de dichas corporaciones, promovieron una sociedad en la cual el hedonismo individual pasó a ser la razón de ser de la cultura dominante.
La globalización ha avanzado a un ritmo frenético. La mediatización tecnológica de las relaciones humanas se masificó y los medios de comunicación naturalizaron el pensamiento único neoliberal. De ese modo, “la realidad” dejó de ser “la única verdad”, para que la “tele realidad” y la “realidad líquida” construyan la “posverdad”.
En la era de la “posverdad” y la “realidad líquida” la espiritualidad pasa de ser un valor esencial del individuo como parte de un todo a una práctica superficial individual - hedonista que propicia el “sálvese quien pueda” cultural por sobre la “salvación colectiva”.
El altruismo deja de ser un valor colectivo deseable y el “nosotros” pasa a excluir a los otros. A los que no son como los “míos”. La exclusión social se transforma en discriminación en sentido negativo.
La experiencia política de nuestros viejos se ha enmarcado en el final de la guerra fría en un país periférico del occidente cristiano (Latinoamérica, Argentina). Lo más valioso filosóficamente de aquéllas experiencias ha sido y sigue siendo el peronismo.
El peronismo es una ideología basada en claros principios filosóficos propios del social cristianismo: el justicialismo fraternalista, enmarcado en el nacionalismo soberanista de finales de la segunda posguerra mundial del siglo XX, se transforma en la principal fuerza política popular de la Argentina.
Cuando se inicia la experiencia política de nuestros viejos, hace cincuenta años, el peronismo llevaba proscripto quince años. Las juventudes del nacionalismo soberanista popular se hacen revolucionarias y antimperialistas. Nacen las guerrillas peronistas. Montoneros.
El final de la guerra fría utiliza las guerras civiles en el Tercer Mundo como una herramienta de dominación y el peronismo no es ajeno a esta estrategia imperialista. El virus de la lucha fratricida dentro del movimiento se inoculó y se expandió.
La guerra civil peronista
La guerra dentro del peronismo fue parte de una estrategia de demonización de las luchas sociales encaradas desde el poder político real. Este luego avanzó hacia el aniquilamiento de la militancia que formaba parte de las organizaciones populares que encabezaron aquellas luchas.
Los actores políticos de aquéllos años, tenían un claro sesgo etario, que en muchos casos tenía un correlato ideológico definido. En general, la juventud representaba a la tendencia revolucionaria del peronismo y la generación intermedia era más propia del peronismo conservador u ortodoxo.
La lógica movimientista del peronismo ha sido siempre un enorme desafío para la cohesión interna de las estructuras propias que surgen del reparto del poder. Por eso, el rol que debe jugar el líder del movimiento es fundamental. El General Perón era un equilibrista del poder, dentro de su movimiento y fuera. A nivel nacional e internacional. La tercera posición siempre fue reflejo de esta realidad.
El equilibrio necesario para sostener una tercera posición en un mundo en guerra geopolítica requiere necesariamente una estrategia de Unidad Nacional. La única manera de hacer viable dicha estrategia es la cohesión interna del peronismo.
A partir de la desaparición física del líder, el Plan Cóndor “opera” sobre la cohesión interna del peronismo, ideologizando la disputa del poder y provocando a través de la Triple A, el inicio de la estrategia de aniquilación a la militancia de la Tendencia Revolucionaria. La respuesta montonera frente a dicha estrategia fue la vuelta a la clandestinidad de la Conducción Nacional y el retorno a la lucha armada.
La estrategia imperialista norteamericana de las guerras civiles en las periferias, en la Argentina llega a su expresión máxima con la última dictadura militar. La institución históricamente definida para defender la soberanía nacional es cooptada ideológicamente e instrumentalizada para imponer un modelo: mercantilizar los recursos naturales y naturalizar el “homo economicus” capitalista neoliberal, individualista e hiperconsumista. Al servicio de la producción de bienes y servicios que maximizan los beneficios de las grande corporaciones trasnacionales.
La supremacía de la lógica financiera se impone en las relaciones de poder y la subordinación forzosa al nuevo orden neoliberal predetermina una vuelta a la institucionalidad democrática de la mano de la dependencia presupuestaria pública estructural, a través del endeudamiento externo. El cinismo sistémico de “estatizar” los quebrantos privados, al tiempo que se “privatizan” los sectores económicos estratégicos, constituyen la tragedia social que ha caracterizado a los últimos cuarenta y cinco años.
Esto define una tendencia de empobrecimiento estructural que nos ha llevado a convivir con realidades inaceptables para la enorme mayoría de la población. Un tercio de argentinas y argentinos sufre la indignidad de no poder alimentarse, vestirse o habitar en viviendas y/o barrios en condiciones humanamente aceptables. Mientras, la producción agroalimentaria, los recursos naturales estratégicos y las grandes superficies de tierra habitable es lo que, en términos per cápita, nos sobra.
Argentina está transitando un cambio de generación política trascendente en términos históricos. La generación de los 70 tiene el desafío de transformar el aprendizaje de sus experiencias en un legado que los trascienda. Todos los que hacemos política sabemos que desde la imposición violenta del neoliberalismo, la injusticia social en la Argentina es una realidad estructural.
Desandar el camino de la injusticia social estructural argentina implica iniciar un proceso de cambio de paradigma que nos permita avanzar entre las diferentes generaciones políticas hacia un nuevo sistema de valores.
Sin solidaridad y grandeza patriótica, no nos será posible integrar a la generación de nuestros hijos e hijas, en un proyecto de Nación, socialmente justo, políticamente libre, económicamente soberano, ecológicamente sostenible y espiritualmente íntegro.
La pandemia del Covid 19 es el contexto que nos muestra la debilidad institucional del neoliberalismo y el final del versito del Martín Fierro que el gobierno chino no incluyó en las cajas de ayuda humanitaria es: “… si entre ellos se pelean, los devoran los de ajuera”.
Tras la tragedia socio sanitaria y económica que, a nivel mundial dejará la pandemia, en la Argentina estaremos ante la oportunidad histórica (y obligación moral) de garantizar la unidad peronista, plantear un gobierno de Unidad Nacional y reconstruir un proyecto de Nación. Nadie se salva solo, ni en Argentina ni en el mundo.
*Militante. Profesor de Historia Económica y Social de Facultad de Ciencias Económica de la Universidad Nacional de Córdoba.