Roxana Berco: “La tarea del teatro es fascinante cuando conviven dificultades extremas"
Por Silvina Gianibelli
Durante la entrevista, la actriz y directora Roxana Berco realiza un recorrido sobre las mujeres que la han acompañado en su camino artístico: Susana Campos, Susú Pecoraro y Ana Itelman.
AGENCIA PACO URONDO: En tu trabajo teatral con María Valiente, tu hija, sobre un aspecto muy sensible: el autismo. Lograste creaciones intensísimas. ¿Cómo fue el proceso?
Roxana Berco: Sí, empezamos con este proyecto maravilloso hace tres años, fue por ese entonces que Patricia Palmer me llamó y me dijo que amadrinaba un Centro Terapéutico de Día para personas con autismo y TGD (trastornos generalizados del desarrollo) en Maschwitz y que se enteró que estaban buscando una profesora de teatro. La idea prendió inmediatamente en mí, me entusiasmé muchísimo y convoqué a María (mi hija) que había hecho por muchos años las asistencias de mis clases de teatro, ella estudiaba cine y nos sumergimos en esta aventura. Nos enamoramos del espacio y de la energía que fluía en las búsquedas.
APU: Una verdadera conquista pedagógica, pensada desde los chicos…
R.B.: Sí, por eso te hablaba del sueño. El coordinador del espacio Alberto Vivas Peralta, creía que el arte escénico podía ser de gran utilidad, así que comenzamos a trabajar inmediatamente a dar un taller de cine y de teatro. Por supuesto que hubo que adaptar nuestra manera de dar las clases, pero no paramos de ver buenos resultados en relación, fundamentalmente, a verlos florecer a cada uno en el universo propio que lograban desplegar, como son todos muy distintos en su funcionamiento, no evaluamos resultados comparándolos unos con otros, sino a cada uno consigo mismo. Pero es sorprendente lo que pueden y lo mucho que aprendimos de ellos. Formamos una compañía de teatro que se llama Estrellas y Meteoros, con la que hicimos varios cortos y una miniserie de cinco capítulos sobre una adaptación de: Los 7 samuráis, de Kurosawa, que se llamó: Toshiro y los samuráis. Y en Teatro en Patio de Actores hicimos: Sueño de una noche de verano (Shakespeare sin metáforas). Algunos de ellos tienen el síndrome de Asperger, es decir que tienen una interpretación literal del lenguaje, de modo que el texto de la obra fue adaptado para una mejor comprensión de parte de ellos. Fue una experiencia inolvidable para todos. Es una tarea fascinante porque conviven dificultades extremas en algunos casos con un deseo muy vital de conectarse con la vida y el arte. Solo pensar en ellos a mí me llena de alegría y amor profundo. Es difícil hacer síntesis de algo que podría seguir hablando hasta el fin de los días.
APU: Hay algo en tu aspecto dramático que hace de tus interpretaciones una entrega total, siento que tu búsqueda es siempre metafísica. ¿Es así?
R.B.: Me alegra veas eso. Si, es así. Por eso me es muy difícil producir una cosa después de la otra. Pienso mucho entre trabajo y trabajo qué es lo que sigue. A veces releo materiales que me han ofrecido años anteriores. Es importante para mí mirar hacia atrás y ver qué decidí por ese entonces, sobre todo porque, existen materiales que me sorprende no haberlos apreciado lo suficiente en su momento. Pero entiendo que hay algo espiritual que tiene que resonar y que eso tiene que tener un largo aliento.
APU: ¿Cuál es la razón de eso?
R.B.: Creo que los proyectos llevan uno, dos años por lo menos entre (ensayos y funciones) y ese universo con sus temáticas, poéticas y energías varias te va a poblar y si no te eleva en algún sentido te empobrece. Me gusta mucho la frase de Artaud: “Ha de creerse en un sentido de la vida renovado por el teatro, y donde el hombre se adueñe impávidamente de lo que aún no existe, y lo haga nacer”. Se trata, siempre, de permanecer en contacto con el material y esas personas que lo intervienen. Me es imprescindible que en ese aquí y ahora yo sienta amor, experimente vitalidad y encuentre la magia en mi manera de hablar. Si no, prefiero restarme a ese movimiento. Desisto de los proyectos que no me involucren totalmente, es en ese plano donde puedo jugar con libertad.
APU: En la película Cómo pasan las horas, donde trabajás junto a Susana Campos, tu madre, es justo su despedida del cine. ¿Cómo atravesaste esa experiencia tan fuerte?
R.B.: Sí, por una extraña alquimia, yo sentí que ella me entregaba el fuego sagrado al hacer juntas esa bella película de Inés Oliveira Cézar. Actuar en esa circunstancia, ella muriéndose, me ponía a mí en la situación de que todo o no tenía ningún sentido hacerlo o lo tenía por completo. Todos acarreamos con ese dolor, no fue fácil, como decís, fue muy fuerte. Sumale a eso el riesgo que corrió Inés de quedarse sin película, es un riesgo que no todos lo toman. Según el libro, ella tenía que actuar que estaba enferma, pero cuando filmamos tuvo que actuar que estaba menos enferma de lo que estaba. Yo no sé qué hice, por eso te hablo del fuego sagrado que ella me entregó. Hice algo que cada vez que la veo me parece distinto. Pero tiene mi marca y yo llevo la marca de haberla hecho. Fue también muy importante que ese film esté dirigido por una mujer, siento que también completó la experiencia.
APU: Tus búsquedas siempre me asombran, para un personaje dramático te formaste como clown ¿cómo llegás a esas síntesis?
R.B.: Me entrené en clown para encontrar un personaje de Beckett en la obra Los días felices. La razón de esa búsqueda fue porque intuía que lo central era encontrar esa vulnerabilidad y complicidad con el público y el clown el medio para alcanzarlo. Lo viví como una experiencia muy interesante porque yo me formé para un tipo de teatro que se aborda desde otro lugar, aunque no sé si se pueden hacer esos discernimientos tan categóricos. Pero lo cierto es que me estimuló a encontrar otro tipo de juegos escénicos. Y algo de ese humor se me trasladó aún a personajes trágicos como el que hice en Signos junto a Julio Chávez.
Para responderte, vivo esa síntesis como una búsqueda que planteo desde el punto de vista del espectador. Tengo que trabajar duro para su emocionalidad y mi alcance de ella.
APU: Tu interpretación de Winnie en Los días felices fue delicadamente poética, siempre dijiste que esta obra justificaba todo tu camino, porque toda actriz sueña con interpretarla. Hablemos de Winnie...
R.B.: Winnie tiene una actualidad infernal en este momento. Todo el tiempo me vienen sus textos en estos días de aislamiento. Sobre todo cuando miro algún maquillaje y se me viene su palabra: “esto se acaba”. ¡Es maravilloso ver cómo alguien pudo pensar ese tiempo de manera tan profética! Por ejemplo, cuando dice: “Ponete el sombrero ahora, Winnie, es lo único que podés hacer”. Si lo pensás en el aquí y ahora, puedo decirte que no hay interpretación posible. Con Lamberto Arévalo, que fue el director de la obra Los días felices, siempre decíamos, que Beckett es literal y eso hay que asumirlo, por eso es que hay que seguir las partituras de Beckett a rajatabla como si se tratara de una partitura musical, bah se trata de una partitura musical. Hay que seguirlas y decir lo que dice y estás ahí, viviendo algo tremendo que nos compete como civilización. Siento que Los días Felices es una canción desesperada para esta cuarentena, con un humor de trinchera que solo él puede tener.
APU: Susú Pecoraro es siempre una presencia tanto en tu vida como en tus creaciones, ¿cómo vivís esa hermandad?
R.B.: Ya hace muchos años que somos hermanas. Desde que nos conocimos en un curso de Lito Cruz, no nos separamos más. Nos hemos acompañado en todas nuestras instancias de vida y en la búsqueda de nuestros personajes también. Vida y arte confluyen en nosotras. Nos compenetramos tanto con la vida de la otra que a veces nos parece que vivimos doble. En muchos sentidos ella me reeducó. Le dio a mi vida una profundidad muy saltarina. Esto es aproximado porque nuestro vínculo es vasto y en algún punto inascible, como el universo mismo. (Risas)
APU: Siempre estás creando nuevos métodos… ¿cómo vivís la docencia durante el aislamiento?
R.B.: La docencia en mi vida, está fuera de discusión, siempre es mi hilo conductor. Hago realmente lo que me hace plenamente feliz. Mi misión es compartir con otros lo que sé y hacerlos florecer. Soy un canal de las tradiciones que valen la pena, y emergen hacia los estudiantes para resignificarlas. Actualmente, en cuarentena, comencé como muchos de mis colegas a dar clases online. Trabajo desde la conciencia de aceptar las limitaciones y tomarlas como ejercicio de obstrucción como las que propone Lars Von Trier en su film: Cinco obstrucciones. El término me parece posibilitador. Todo está en experimentación. Cada momento trae su posibilidad de desarrollar algo y aunque pataleemos, solo podemos tomar el acontecimiento de forma afirmativa, como dice Joe Bousquet (citado por Deleuze) “Todo estaba en su sitio en los acontecimientos de mi vida, antes de que yo los hiciera míos; y vivirlos, es sentirse tentado de igualarme con ellos, como si les viniera sólo de mí lo que tienen de mejor y de perfecto.”
APU: Pasaste por las clases de Ana Itelman, ¿cómo la recordás?
R.B.: Ana Itelman fue mi primera profesora de danza. Yo tenía 14 años y solía bailar en las fiestas de mis primas imitando a Liza Minelli en Cabaret o improvisando a lo Isadora Duncan, sintiendo una libertad enorme en esas fiestas de los 70. Entonces mi abuela con quién yo vivía en esa época, averiguó y le recomendaron el estudio de Ana. Por ese entonces no existía prácticamente el teatro para adolescentes, es también en ese sentido que fue una innovadora.
APU: ¿Cómo viviste su técnica?
R.B.: No me sentía muy segura, en realidad estaba un poco problematizada con la técnica. Sentía que me limitaba más de lo que me posibilitaba y recuerdo haber estado sentada en el despacho de Ana quejándome de esto, y ella me decía: “Es que vos tenés que seguir y cuando la tengas incorporada ya no te va a perturbar, al revés”. Ese punto de vista en la perseverancia de los objetivos a lograr fue un enorme aprendizaje.
Al poco tiempo Doris Petroni y ella abrieron un curso de danza-teatro para adolescentes, junto a Cecilia Roth, nos anotamos. Sentí que al fin podía tocar el teatro, lo que viví fue glorioso. Luego murieron mis abuelos y hubo una suerte de eventos desafortunados y Ana supo contenerme en su despacho más de una vez, amén de becarme cuando ése fue el inconveniente determinante para acceder a sus clases.
APU: ¿Volviste a verla?
R.B.: La encontré en el Centro Cultural Recoleta como 15 años después. Yo estaba apurada y con un problema inconfesable. Fue raro porque me la topé de golpe, te imaginarás la emoción enorme que sentí.
APU: ¿Cómo respondió tu cuerpo a ese encuentro inesperado?
R.B.: Con un abrazo, con mucha congoja y las excusas inevitables, porque realmente no me podía quedar. Al tiempo, su muerte. Tengo un agradecimiento atragantado en la boca del estómago.
APU: Una huella notoria, como vos.
R.B.: ¡En el mejor de los casos! (Risas)